La buena salud de El Greco

El Greco. Identidad y transformación (Creta - Italia - España: 1560-1614), Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid
Publicado en "Libros", suplemento cultural de LA VANGUARDIA, 12/3/1999

La vitalidad de las obras de los viejos maestros sólo queda asegurada si es objeto de revisiones que confirman el interés contemporáneo. La buena salud de la pintura de El Greco se ha visto revalidada en la última temporada por la aparición de una detallada biografía a cargo de Fernando Marías (que junto con A. Bustamante publicó a principios de los años ochenta Las ideas artísticas de El Greco) y la excepcional muestra, comisariada por A. Pérez Sánchez, "El Greco, conocido y redescubierto", donde se exponían obras procedentes de colecciones pivadas, inaccesibles al público, y un "Apostolado", desconocido hasta ahora y recién restaurado. También algunas telas de El Greco se encuentran ahora en la exposición "Obras maestras recuperadas" (en la Fundación Central Hispano de Madrid), fruto del empeño del Instituto de Conservación español. La exposición "El Greco. Identidad y transformación" viene entonces a culminar el intenso acercamiento a su pintura, con similar propósito de ofrecerse como una revisión que supere los tópicos dañinos que apergaminan las obras de los clásicos. La ambición de esta muestra, además, queda manifiesta por el inusual y amplio grupo de obras, más de sesenta, procedentes de colecciones públicas y privadas de todo el mundo. Y su alcance pretende ser internacional, ya que después se presentará en el Palacio de Exposiciones de Roma y en la Pinacoteca Nacional de Atenas, difundiéndose, por tanto, en los tres países que de alguna manera reclaman la genialidad de Doménikos Theotokópulos (Candía, 1541 - Toledo, 1614). Para Grecia, el pintor que nunca abandonó sus raíces bizantinas, para Italia básicamente un manierista y para nosotros el exponente místico de la teología contrarreformista, el interés de esta revisión es acceder al Greco completo, profundizando en las influencias recibidas y la evolución en la pintura que mejor conocemos, el definitivo y largo periodo toledano, desde 1577 hasta su muerte.
Aunque la presencia de la obra juvenil realizada en Creta cuenta con sólo dos obras (la deteriorada tabla "San Lucas pintando el icono de la Virgen" y "La dormición de la Virgen" (1567), que sólo podrá verse hasta el 14 de este mes) ya puede comprobarse su grafía nerviosa al compararse, como acertadamente se ha hecho, con los artesanos cretenses contemporáneos: Mijaíl Damaskinós, Giorgios Klontzas, Lambaros, Ritzos y otros maestros anónimos. Sin duda, el carácter orgulloso por el que después se le conocería en Toledo -disputando con sus comitentes por lograr precios mucho más altos que los habituales y siendo así uno de los primeros artistas que reivindicaron en España la nobleza y alta estima que se merecía el artista-, le emplazó a abandonar la estructura artesanal de la tradición bizantina para afincarse durante unos años en Italia, el periodo más cambiante en sus obras. Allí se sometió a la precisión lumínica de Tiziano, evidente en el "Retrato de Charles de Guise" y a la corporalidad del manierismo de Veronés y Miguel Ángel, todavía presente en los primeros encargos españoles, aunque su propio estilo se sintiera mucho más cercano al último Correggio, con quien se identifica en las gamas de color empastadas, la enérgica vivacidad del trazo y el desprecio, absolutamente asentado en la tradicion de los iconos, por una construcción espacial coherente. Pues El Greco ni siquiera en Italia asumió los dictados de la perspectiva, que había respaldado la nueva figura del artista-matemático, pero que en pleno auge de las Academias empezaba a entrar francamente en decadencia.
El Greco llega a Toledo como un pintor literario, defensor de la figura serpentinata, ideal artístico que se irá extremando en sus pinceles y le alejará de la concepción divulgativa y naturalista que se impondría en la gran obra coral de la época, El Escorial. Hoy sabemos que el pintor no sufría deformación visual alguna y tenemos casi la seguridad de su ausente religiosidad. Tuvo la fortuna de coincidir con una serie de comitentes de elevada formación teológica y con un gusto más tradicionalmente español en la época: el expresionismo de raíz norteña. Ha sido un acierto del comisario de esta exposición, José Álvarez Lópera, agrupar las obras según un criterio iconográfico: retratos, entre los que destacan "La dama del armiño" y "El cardenal Tavira", y variaciones de la "Anunciación", "Magdalena", "San Francico" y "San Pedro". El espectador puede disfrutar de las transformaciones a lo largo del tiempo sobre ese misticismo artístico onírico, patético y de gran impacto que fue juzgado difícil en la época y que no deja de retar a la mirada moderna. Desafortunadamente, algo discutible es el montaje decorativo de la muestra: el azul intenso de las paredes sobre las que cuelgan los lienzos anulan sus frecuentes cielos nublados y amenazadores, como ocurre de manera drástica en la "Vista de Toledo", propiedad del Metropolitan Museum de Nueva York.