MAXimin

MAXImin. Tendencias de máxima minimización en el arte contemporáneo, Fundación Juan March, Madrid

Publicado en Cultura/s, 9 de abril de 2008

No es habitual que una colección privada proponga revisiones en profundidad de la historia del arte. Sin embargo, la colección Daimler de Suttgart, fundada en 1977 con el objetivo de compilar las tendencias abstractas del siglo XX, desde el año 2000 ha emprendido la producción de una serie de exposiciones que bajo el rótulo de Minimalism and After se atreve a proponer lecturas alternativas. Precedida por la pequeña exposición Antes y después del minimalismo, celebrada
el año pasado en el Museu d'Art Contemporani de Palma, llega a Madrid esta macroexposición que ha exigido que la Fundación March –que no dedicaba exposiciones a esta tendencia desde
hace veinte años, con las memorables Minimal Art (1981), Zero (1988) y Estructuras
repetitivas (1985)– se haya visto en la necesidad de habilitar espacios adicionales en sus dos plantas subterráneas. Lo que no ha impedido el aspecto paradójicamente abigarrado de esta muestra, con 116 obras de 82 artistas de Europa, Estados Unidos, América Latina, Australia y Japón, fechadas entre 1909 hasta hoy. La presentación, por tanto, contrasta con el costumbrado montaje solemne y bien enmarcado en amplios vacíos. Incluso el familiar paseo cronológico queda desbordado.
Pero sorprendentemente no se hubiera podido encontrar mejor fórmula para revitalizar la experimentación del conjunto que esta excesiva contigüidad entre obras normalmente clasificadas en nada menos que 35 movimientos y tendencias. Valores como el juego y el
azar, la búsqueda de la heteronomía y sus implicaciones sociales y políticas son evidenciadas aquí
subvirtiendo una historia oficial que a menudo deja fuera el peso y la influencia de artistas y escuelas considerados residuales y subordinados a las grandes etiquetas.
Aunque la idea central arranca de relativizar la importancia del minimalismo estadounidense, convirtiéndolo en un momento más del reduccionismo formal y en absoluto independiente del rico legado europeo –punto de vista que recientemente ha sido respaldado por dos importantes exposiciones en Estados Unidos: Minimalia, de Achille Bonito Oliva para el PS1 de Nueva York, y Beyond Geometry. Experiments in Forms, 1940-70s, comisariada por Lynn Zelevansky en el LACounty–, las iluminaciones sobre episodios olvidados de esta tradición y el énfasis puesto
en protagonistas secundarios hacen de esta exposición una ocasión excepcional para bucear en el siglo XX.
Desde el principio. Pues según Renate Wiehager, el relato de la abstracción no comenzaría –como
repite el tópico– con la primera acuarela abstracta de Kandinsky en 1911, sino con las condensadas formas en color producidas desde 1905 por Adolf Hölzel, profesor en Stuttgart y que influyó después en sus discípulos Willi Baumeister, Oskar Schlemmer, Johannes Itten,
Adolf Fleischmann y Camilla Graeser. Es más, algunas de las transformaciones que introduciría Hölzel, promoviendo la unión de la Academia y la Escuela de Artes y Oficios y la habilitación de la enseñanza para alumnas, anticiparían aspectos fundamentales de la Bauhaus de Weimar, fundada en 1919.
Por otro lado, la colaboración de Graeser con los Concretos de Zurich prolonga esta rama desde el tronco original a un selvático bosque en el que se entrecruzan el constructivismo ruso con el neodadá; el grupo Zero junto a Lucio Fontana, el Nouveaux Réalisme y el Op cinético de Graevenitz; el Hard Edge y la New Washington Color School con la Post Painterly Abstraction o la Systemic Painting en Gran Bretaña; y las producciones arquitectónicas de Morris y Judd cercanas a las propuestas de inicios de los noventa de Julian Opie y el horizonte sociopolítico
de Cadere y Buren, y después, de Absalon, Liam Gillick o Philippe Parreno. De modo que la reconstrucción del siempre complejo giro artístico en las décadas de los cincuenta y sesenta hacia el planteamiento conceptual en producción y distribución es uno de sus activos; así como el énfasis en el peso de esta tradición fría hoy, en la rabiosa actualidad de inspiración relacional.
Por otra parte, no son todos los que están. A pesar de que la colección Daimler posee actualmente unas 1.800 obras pertenecientes a 600 artistas, el hecho de que sus adquisiciones
daten de los años ochenta, sin duda, ha mermado las posibilidades reales en su ambición. Los huecos de los maestros son muy significativos (además del grupo minimalista estadounidense,
a excepción de Sol Lewitt, Motherwell y Stella). Sin que, por ello, puedan desmerecer los fogonazos de rotundo magisterio, como el relieve otorgado a Charlotte Posenenske y Hanne
Darboven –“las dos representantes más importantes del minimalismo alemán”. Y la innegable calidad de la inmensa mayoría de las obras aquí expuestas, entre las que podemos destacar, por ejemplo, la trilogía (1957) de Bill, el extraordinario papel de la milanesa Dadamaino (1935-2004) El movimiento de las cosas, las lámparas de Armleder, la Noche roja (1997) de Sean Scully, el tondo hipnótico de Rondinone y el diseño de mobiliario de Zittel.