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Dorothea Lange: ‘¿Qué vas a hacer con eso?’


Dorothea Lange. Los años decisivos, Fundación ICO, Zorrilla 3, Madrid. Hasta el 26 de julio 2009.
Comisaria: Oliva María Rubio
Publicado en Cultura/s, supl. Cultural de LA VANGUARDIA, 10 de junio de 2009, p. 19.

A estas alturas, nos hemos dado cuenta de que esta crisis es muy desigual. Y como azotar, sólo está azotando a ciertos sectores de la sociedad. La exposición de una de los maestros de la fotografía documental, Dorothea Lange (1895-1965), dedicada a la década entre los años treinta y cuarenta del siglo XX decisiva tanto para Estados Unidos como para la propia historia de la fotografía, supone una excelente lección de historia: las crisis sistémicas del capitalismo no sólo arrastran siempre a los más desprotegidos. Van acompañadas de crudas reconversiones en importantes sectores de producción y desencadenan corrientes de migración que pueden cambiar el rostro de un país y desenmascarar la xenofobia latente hacia los que no reconocemos como “nosotros”.
Eso es lo que ocurrió tras la crisis del 29, la Gran Depresión. A veces se recuerda como anécdota el suicidio de accionistas en la Bolsa neoyorquina, olvidando las medidas excepcionales que a través del New Deal se hubo de poner en práctica ante la desesperación generada por una economía colapsada y los brotes de confrontación social, cuando todavía existían sindicatos  marxistas. Una de esas medidas fue la creación de la Farm Security Administration, destinada a intentar paliar el éxodo de trescientos mil campesinos hambrientos, finalmente desplazados por la sequía, las tormentas de arena y la imparable mecanización del campo. Dorothea Lange, junto a otros fotógrafos como Walker Evans, fue contratada para explicar al resto del país lo que estaba ocurriendo en el Oeste. A ella se deben 4.000 de las 170.000 imágenes del archivo de la Depresión en Washington. Ya antes Lange había comenzado a fotografiar a hombres en la calle, con aspecto de indigentes a causa del paro. Los clientes acomodados que solía retratar en su estudio, ante una de esas imágenes fijada en la pared, le preguntaban “¿qué vas a hacer con eso?”. 

Lange empieza fotografiando bajo parámetros artísticos, con perfectas composiciones que cristalizan auténticos iconos del siglo XX, a los que suma un veraz sentimiento de empatía: en especial, hacia las mujeres con sus hijos. Como en “Migrant Mother”, de la que aquí se hallan tres de las seis fotografías que tomó. Una imagen que, precisamente por su popularidad, fue excluida del libro An american exodus. A record of human erosion (1939), firmado junto a su segundo marido, el profesor de economía Paul Schuster Taylor. Pronto, este tandem se dio cuenta del problema de mostrar el dolor de los demás y de convertirlo en un producto de consumo más del voyeurismo crónico: es decir, de la necesidad de un texto que propicie la mirada crítica. 



En su trabajo sobre la evacuación y traslado forzoso a campos de internamiento en donde vivieron cinco años casi 120.000 ciudadanos japoneses –hasta hace poco parcialmente censurado-, tras el sentimiento antinipón que desencadenó el ataque a Pearl Harbour en 1941, Lange aplica metódicamente la documentación distanciada de cada etapa de este vergonzoso proceso.

La pintura hoy


Antes de ayer y pasado mañana, o lo que puede ser pintura hoy, Museo de Arte Contemporáneo Unión Fenosa (MACUF), Avenida de Arteixo 171, La Coruña. Hasta el 30 de septiembre 2009.
Comisario: David Barro
Publicado en  Cultura/s, supl. Cultural de LA VANGUARDIA, 3 de junio de 2009, p. 21.

Ante esta excelente exposición que cuestiona lo que pueda ser la pintura hoy, con sesenta y cinco ejemplos excepcionales y diversos, caben plantearse al menos tres reacciones. En primer lugar, de deleite y disfrute de la buena salud que goza la pintura. Ya desde el título, con ese desenfadado tránsito temporal desde “antes de ayer” a “pasado mañana”, se nos avisa de que el discurso apocalíptico de la “muerte de la pintura” tan típico de la década de los noventa, ha quedado sobrepasado: y no como en algunas de sus anteriores “muertes” a lo largo del siglo XX, a la manera de un golpe de mano a cargo del mercado; sino con una vitalidad robusta, basada en la consolidación de tantas recuperaciones que han terminado formando el paradigma de una nueva tradición. A ella han contribuido tanto Peter Halley como Jonathan Lasker, David Salle y Kippenberger; y en nuestro país, por supuesto, Luis Gordillo. Estructuras, módulos, grafías y figuraciones a las que también siguen aportando otros grandes, como Helmut Dorner, Uslé, Sarmento y Cabrita Reis; y algunos desafortunadamente menos frecuentados en nuestro país, como Bernard Frize, Frank Nitsche, Stephen Hirsig, Fiona Rae, Cecily Brown, e incluso nuestro Pedro Barbeito, residente en Nueva Yok. Además de algunas telas muy recientes: como lo último de Ghada Amer y Adriana Varejao. Todos con piezas excelentes, muy escogidas y cuyo préstamo cercano –la mayoría, de colecciones públicas y privadas gallegas y portuguesas- ofrece una impresión bastante más halagüeña de la habitual respecto al coleccionismo ibérico contemporáneo.


Este festival de pintura, además, exhibe con solvencia la expansión de la pintura hacia la objetualidad: de Imi Knoebel pero también de Miquel Mont; hasta su hibridación  escultórica e instalativa: de Ángela de la Cruz, Jessica Stockholder y la joven Nuria Fuster; además de la ya conocida Sandra Cinto y el siempre desbordante Fabian Marcaccio. Junto a la feliz compaginación de lo pictórico con lo performativo -en la ya clásica artista conceptual Helena Almeida-; y de lo pictórico reflexionado a través de los vídeos de Anri Sala y Eve Sussman sobre el tableaux vivant de Las Meninas


Todo un mosaico de enorme riqueza y pluralidad que hacen de esta muestra una exposición referencial: respaldada, además, por un muy extenso ensayo a cargo del comisario, David Barro, que explica sin dogmatismos y con fina urdimbre los orígenes de tal entramado: desde la pintura “Negro sobre negro” de Malevitch, al shaped canvas de Frank Stella que iguala formato y figura –pero rompiendo una lanza en este descubrimiento por la pionera Lygia Pape, en paralelo a su reivindicación de la figura de Marcia Hafif entre los dedicados a los monócromos en los setenta. Y otros fundamentos, entre los que no cabe olvidar la opción de Buren de la pintura como “un objeto más en el mundo”: su respuesta personal a la investigación en los sesenta del grupo BMPT sobre “qué es lo mínimo necesario para que algo en una superficie pueda considerarse pintura”. Un repaso en el que quizá flojea su disquisición por la pintura figurativa porque, como dice Barro, en nuestra tradición reciente, ésta no renació nunca “porque en realidad, nunca se materializó una auténtica muerte o desaparición”. Y que en la exposición, a parte del joven Jerónimo Elespe –que dará mucho que hablar-, se denota en la omisión de  imprescindibles como, por ejemplo, Marlene Dumas o John Currin.


Por último, el posible cuestionamiento de cuál sería el máximo de excedente (e hibridación) que nos obligaría a desligar la pintura de lo pictórico y de lo que ya sólo es experiencia visual del color por otros medios y mirada compartida pero desgajada de la tradición pictórica, nos lo ofrece, por ejemplo, la maravillosa pieza en vidrio de Olafur Eliasson, la instalaciones de Kounellis, o las fotografías de Sam Samore y David Levinthal. Pero esto no debilita, sino que intensifica la fuerte experiencia visual y reflexiva sobre pintura que ofrece esta exposición.



Cai Guo-Qiang, Fuego en el arte


Cai Guo-Qiang: quiero creer, Guggenheim Bilbao. Hasta el 6 de septiembre 2009
Comisarios: Thomas Krens y Alexandra Munroe
Publicado en rev. Cultura/s, supl. Cultural de LA VANGUARDIA, 27 de mayo de 2009, p. 20.
 

Es el artista chino más conocido. Su espectáculo de fuegos artificiales para la inauguración de la Olimpiada en Beijing, incluidas las famosas pisadas en el cielo, fue seguido por dos tercios del planeta. Entonces, todo el mundo recordó que China descubrió la pólvora pero ¿cuántos pensaron que Cai Guo-Qiang era algo más que un maestro pirotécnico? El ensayo general de esta ópera fue el encargo del espectáculo para la celebración en Shangai de la nueva cooperación económica Asia-Pacífico en 2001, poco después del 11-S, que marcó el auge de China como potencia mundial. Al igual que otros artistas orientales (recordemos al coreano Nam June Paik y sus proféticas emisiones televisivas y la industria de objetos de consumo del japonés Murakami –simultáneamente en el Guggenheim-), Cai Guo-Quiang posee un concepto de la individualidad más difuso que el occidental a cambio de una sensibilidad peculiar para lo masivo, al tiempo que un planteamiento sobre el arte que, por conceptual, tiende a borrar sus límites. Cai, como Murakami y antes Paik, son  artistas de la globalización. Y en esta lógica, no resulta sorprendente sino muy adecuado, el desenlace espectacular de una trayectoria artística sostenida por las variaciones de la explosión.


Los primeros trabajos de Cai (Quanzhou, 1957), que había estudiado escenografía a principios de los años ochenta en Shangai ante la carencia de planteamientos conceptuales en las escuelas de arte, son cuadros realizados por las marcas de explosiones de pólvora. Cuando se traslada a Japón, a mediados de década,  comienza a ser conocido por sus explosiones cortas pero de honda connotación cosmológica, basada en el principio de destrucción/creación que, además de la obvia referencia budista ying/yang, era un lema utilizado de Mao Zedong en la revolución cultural vivida durante su adolescencia. Entonces, Cai Guo-Quiang vuelve a China como artista de la diáspora afín al nuevo régimen y produce ya algunas de sus explosiones más impresionantes, como el “proyecto para alargar la gran muralla china 10.000 metros”. Después de trasladarse en 1995 a Nueva York, como artista emigrante, los primeros trabajos se reducen a explosiones con pequeños cartuchos de mano en lugares significativos: hay una foto de Cai con la pequeña nube de la explosión ante Manhatan, entre la estatua de la Libertad y las Torres Gemelas. Los dramáticos acontecimientos le conducen a dar a su trabajo un sentido más social y, en su opinión, catártico: como ya pudo apreciarse en nuestro país en 2004, en el Arco iris negro realizado en Valencia con tantas explosiones como caídos en el 11-M. Toda esta producción de Cai puede verse en la proyección completa de vídeos tan breves como las explosiones y bastante austeros, a modo de registros del land art, lo que se ha subrayado por la luz entreverada en el montaje. Pero que contrasta con las cifras millonarias de estas producciones, aspecto que el artista chino identifica con la economía del despilfarro propia del sistema del arte actual.
Pero hay más Cai, todo muy ying-yang. Para la institución Guggenheim es siempre la realización de un objetivo ocupar espectacularmente el atrio central de sus edificios, marca de la casa. La impactante instalación de coches suspendidos irradiando haces luminosos y simulando una explosión, viene acompañada de otras tres enormes e impactantes, aludiendo a la historia e iconografía chinas. E incluyendo la que catapultó a Cai al estrellato occidental, al ser galardonada en la Bienal de Venecia de Harald Szeeman en 1999: una “apropiación” de un relato sobre la opresión que recorrió media China durante la revolución cultural y compuesta por un montón de figuras de barro, cuya realización Cai comparte con los locales cada vez que se expone. Es esta actividad colaborativa la que el artista está desarrollando últimamente, creando pequeños museos y eventos en localidades perdidas del planeta. Que la multinacional Guggenheim incluya esta perspectiva “relacional”, sí es una novedad.

El sueño del desguace

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AUTO. Sueño y materia. La cultura del automóvil como territorio crítico y creativo, Laboral, Los Prados 121, Gijón. Hasta el 21 de septiembre 2009.
Comisario: Alberto Martín
Publicado en  El Cultural, sup. Cultural de EL MUNDO, 22 de mayo de 2009, pp. 32-33.
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La carrocería hueca de un “escarabajo” abandonado a un lado del solar que ocupa Laboral y dos bidones inestables sobre la esquina de la cubierta del volumen arquitectónico que sirve de entrada al centro –ambas, obras de Etienne Bossut- Avisan. El sueño ha quedado en cáscara vacía y la materialidad del máximo objeto del deseo humano durante el siglo XX, sometida al desguace: parodiada y deconstruida. Esto es lo que comparten las casi ciento veinte obras realizadas por más de medio centenar de artistas en la última década: el auto como problema y vehículo de incertidumbres de la sociedad actual.  


“Objeto mágico” para Barthes y “metáfora total de la vida del hombre en la sociedad contemporánea”, según Ballard, el automóvil ha acompañado la marcha del arte contemporáneo. A comienzos del siglo XX, en la exaltación maquinista, del motor y de la velocidad. Y la moda volvió durante las décadas de los sesenta y setenta, desde la exaltación pop del consumo, a las serigrafías de accidentes de Warhol. La performance de Chris Burden clavado como un crucificado sobre el capó de un escarabajo reverbera en la chapa agujereada a balazos de una tercera pieza de Bossut, ya en el espacio interior del centro. Junto a otras versiones de automóviles a escala real, iconos del arte reciente y que satisfará la pulsión del objeto con más sex-appeal en la vida contemporánea: el Alpine Renault que Tobias Rehberger encargó reproducir en un taller “artesanal” de Tailandia enviando sólo algunos bocetos e instrucciones; y los ya míticos cochazos aplastados, montados uno sobre otro, y totalmente recubiertos de rojo y rosa cosméticos de Sylvie Fleury, como símbolos del consumo, del deseo, del lujo y del poder. Después, las sombras transparentes del coche en plexiglás de Hervé Coqueret, el prototipo de juguete en madera lacada de Julien Opie y las fotografías de dos esculturas en vaciado de automóviles realizadas en papel de aluminio a cargo de Rhonda Weppler & Trevor Mahovsky, tienden a ir enfriando esa pulsión de fisicidad. Pero todavía, con el fin de que la codicia objetual no quede privada, sirviendo de nexo entre la compleja y muy plural “argumentación” y el desenlace final -utópico e irónico, con piezas de Panamarenko, Roman Signer y Xavier Veilhan-, encontramos el último prototipo del UFO flotante de Erwin Wurm, el creador del Fat Car que tan bien reflejó la sociedad de la opulencia de final del siglo XX.
Pues la dificultad de esta exposición no era sólo la de seleccionar obra entre la abundantísima producción en torno a la cultura del automóvil en la última década; sino, sobre todo, desgranar, agrupar y relacionar tantas referencias formal y conceptualmente hasta completar el territorio crítico en torno al auto. Objetivos que aquí se cumplen con brillantez, sin que quede ningún ángulo ciego. Los artistas descuartizan y aíslan elementos del automóvil: motores ostentosos sobre peanas(Silvie Fleury), neumáticos cuyas huellas borradas y pintadas hablan de tantos viajes y lugares (Thom Merrick, Betsabé Romero), y prestigiosos logotipos desenmascarados (Roy Arden, Manolo Bautista, Miki Leal). Otros, evidencian la psicopatología del automóvil: como en el vídeo de Annika Larsson (Covered Car) quien lleva al paroxismo el ritual del cuidado al automóvil como un estereotipo del comportamiento masculino, que fetichiza el poder que otorga su posesión hasta convertirlo en esclavo sumiso de la máquina. Un comportamiento que es llevado al ridículo más absoluto por Franck Scurti en Dirty Car, donde un hombre lame literalmente la carrocería.
Pero hay otras actitudes: la del niño aburrido sobre uno de esos coches inmóviles pero que se agitan gracias a una moneda, registrada por Hans Op de Beeck; la mirada nostálgica y ensoñadora de Zilla Leutenegger sobre las vueltas en coche lúdicas, musicales y sin destino de los jóvenes; las competiciones a modo de machadas de los chicos con sus todoterrenos de último modelo a las afueras de Tel Aviv (Yael Bartana); el prototipo de convivencia de pareja independiente, con sendos apartamentos y garajes adosados de Alicia Framis; o el divertido vídeo sobre el aparcamiento de June-Bum Park. E interesantes  aproximaciones sobre las fronteras entre lo público y lo privado, con la serie de Andrew Bush, que durante una década tomó instantáneas de los conductores vecinos; y el vídeo de Corinna Schnitt, que grabó una conversación intimista que termina viéndose como un islote rodeado del caos circulatorio, al ir abriendo el plano. Y que da paso a un capítulo sobre el tráfico.
Circunvalaciones, embotellamientos y colapsos sin fin, componen un  repertorio que cristaliza en formas trazadas con neón (Koen Wastjin), arbitrarios vectores de colores (Maider López), acumulaciones (Jesús Palomino) y remolinos de coches (Samuel Rousseau). La impactante iconografía del accidente –Rut Blees Luxemburg, Jeremy Dickinson, Ange Leccia y las telas de Dirk Skreber y de Pamela Wilson-Ryckman)- es ofrecida como pendant de las cadenas de montaje de la industria (Stéphan Couturier) y de sus desechos, con excelentes fotografías de Eric Aupol y Edward Burtynsky.
Pero quizá la imagen final más elocuente de que hoy nos hayamos lejos del optimista furor por la velocidad -aludido por el tuneado de Juan López en las paredes de la entrada-, sino que más bien estamos asistiendo al canto del cisne de un modo de vida, de deseo y de consumo, sea la serie de fotografías de Amy Stein, que fue recogiendo con su cámara a los que habían quedado “tirados” en la carretera tras el Catrina: rotunda inversión del “on the road” ligado al sueño americano y personificación de las consecuencias del parón por el que, cada cual en su medida, nos encontramos ya todos desplazados.


Juegos de lenguaje


Juegos de lenguaje. Una introducción al arte de nuestro tiempo, Centro de Artes Visuales Fundación Helga de Alvear, Pizarro 8, Cáceres. Hasta el 5 de mayo de 2013.

Publicado en  Cultura/s, suplemento del diario LA VANGUARDIA, 27 de marzo 2013, p. 21.


¿Por qué el arte de nuestro tiempo resulta tan lejano al público en general? A menudo constatamos el abismo de popularidad entre las exposiciones dedicadas al postimpresionismo (Gauguin, van Gogh, etc.) y casi a cualquier otra tendencia posterior, del cubismo al conceptual. Como si en cierto momento se hubiera producido una cisura, el público hubiera perdido las claves para su comprensión y disfrute y a partir de entonces, el arte pareciera muy complicado. Como argumenta José Jiménez, catedrático de estética y teoría del arte y comisario de esta exposición, eso es lo que ocurre con la paradoja que introducen las vanguardias que cuanto más pretenden acercar el arte a la vida, tanto más consiguen el distanciamiento del público, ajeno a su afán de experimentación.

Para desenredar este lío, Jiménez ha echado mano de la noción de “juegos de lenguaje” del Wittgenstein de las Investigaciones filosóficas, interesado entonces en los diversos usos del lenguaje en las acciones compartidas por grupos y para quien los “juegos de lenguaje” de los integrantes cómplices del grupo serían expresiones de “formas de vida”. Esta teoría explicaría que, en estos tiempos de feroz mercantilismo, nos sea fácil disfrutar de los juegos de lenguaje de la publicidad, con la que el arte disputa imágenes en el confuso terreno de la industria cultural. Pero no tanto de los juegos del arte, que carecen de una finalidad determinada. Para reconstruir esa familiaridad necesaria con la que, por ejemplo, intuitivamente somos capaces de continuar una secuencia dada, y con declarada vocación didáctica, Jiménez ha diseñado un recorrido que, a modo de juego iniciático, va deletreando algunas de esas claves imprescindibles para entender y disfrutar de los juegos plásticos del arte contemporáneo.

Partiendo de la idea de que el mundo es un texto, con imágenes que contienen palabras (Aballí, Broodthaers, Shirgley, Weiner) y formas que simulan textos o parte de textos ( Partegás, Sander), pasamos a letras que se convierten en imágenes (Pep Agut, Mike Kelley, Philip Parreno, Jason Rhoades, Juliao Sarmento); y a las frases  (Holzer, Plensa,) y los párrafos (Alberto Greco, Thomas Locher) que son formas. De manera que, después de este juego reversible, es fácil aceptar que los colores son como idiomas (Bernard Frize, Imi Knoebel. Morris Louis, Ad Reinhardt, Gerhard Richter, Thomas Ruff), con su sonoridad, acento y giros intraducibles.

Con lo que tendríamos ya los elementos básicos de las reglas del juego o usos de una gramática visual que, al haberse desplegado en un repertorio de casos muy variado: de diferentes familias (como las de los naipes de los niños), propicia la comprensión de la significación abierta de las imágenes, que no son lo que parecen a primera vista y en su decir más increpan al espectador para que entre a dialogar, por ejemplo, con las engañosas  fotografías de Thomas Demand y Roland Fischer y los objetos contradictorios de Mona Hatoum y Man Ray. Al final, desembocamos en la torre de babel característica de nuestro presente, con juegos de espejos y reflejos de las experiencias de incertidumbre ante lo cambiante y desconocido (Helena Almeida, Jorge Galindo, Isaac Julien, Thomas Hirschorn, Juan Muñoz, Erwin Wurm). 



Divertida, interesante y en muchas ocasiones emocionante, es probable que a pesar de la claridad de su guión, esta prueba iniciática –ahora que en la Fundación se están redoblando los programas educativos- no fuera tan exitosa si no contara con tan excelentes piezas. Desde la más antigua, una pintura de Ad Reinhardt de 1950 al reciente vídeo de Juliao Sarmento adquirido para la ocasión -porque trata precisamente las especulaciones de Wittgenstein-, una a una fueron elegidas por Helga de Alvear a lo largo de las últimas décadas. Las casi ciento cuarenta obras: dibujos, pinturas, esculturas, fotografías, vídeos e instalaciones de un centenar de artistas presentes en esta muestra hoy componen un mosaico completo para conjugar el arte contemporáneo.

Manu Arregui, objeto singularísimo

Publicado en Cultura/s, supl. Cultural de LA VANGUARDIA, 1 de abril de 2009, p. 22.
 
En plena excitación ante la inminente llegada del cine y la televisión 3D con que la industria del entretenimiento nos promete que nos habituaremos a traspasar el umbral de lo virtual, el movimiento horizontal de los fabbies responde ofreciendo software libre para materializar la creatividad de cada cual y escapar del sistema de producción y consumo actual. En el fabbing, se trata de aportar ideas para mejorar las incipientes fabb@home hasta que sean autorreplicantes. No cabe duda de que, a la vez, grandes corporaciones están rivalizando en investigación para controlar el mercado de máquinas de prototipado. Ya que de momento, estas impresoras 3D sólo fabrican objetos pequeños mediante inyección de materiales líquidos solidificantes, como el chocolate o el plástico. O la resina, que es el material que Manu Arregui propone para sus objetos singularísimos, cuyo diseño puede descargarse de su página en Internet para ser reproducidos con fabb@home, mientras los originales (de mayor tamaño) se exponen, a la venta, en la galería que asume los riesgos de esta controvertida propuesta. Al dar una vuelta de tuerca más en el cuestionamiento de la propiedad material e intelectual y su eventual distribución horizontal en el anquilosado sistema del arte, siempre reactivo a las consecuencias efectivas de los innovadores modos de producción en la época de la reproductibilidad técnica.


Que Manu Arregui (Santander, 1970) introduzca esta reflexión en su  tercera exposición en esta galería se enmarca en una trayectoria de casi una década en la que su trabajo ha mantenido una interrogación constante sobre las tensiones que se establecen entre apariencia y realidad. O, para decirlo más exactamente, el cuestionamiento de la codificación de representaciones y lenguajes. Lo que le ha llevado a incursiones sobre el género masculino, la interpelación al simulacro de Baudrillard, la reconsideración de narrativas educativas melodramáticas y la utilización de personajes extraídos de los reality televisivos, como en el vídeo “Irresistiblemente bonito”, encargo y propiedad del Guggenheim que se rescata aquí en versión monocanal. Sin embargo, esta aproximación conceptual no hace justicia a un trabajo que huye de la literalidad: virtuoso, e incluso de sensibilidad manierista, sinuoso y de afilada poética, volcado en la formalización estilística del movimiento. A un artista valiente en su búsqueda de excelencia en los retos que plantean las nuevas tecnologías en la producción artística y en la vida contemporánea.
Asociado desde el inicio a la videoanimación, por “Coreografía para cinco travestis” (2001), emulada aquí en el objeto singularísimo que es un capricho de juego de manos, Arregui parece cerrar y comenzar un nuevo ciclo, con estas primeras materializaciones en resina de lo modelado mediante programación para sustentar sus historias anteriores. Los otros dos objetos, que emulan una espiral lechosa y un cúmulo nebuloso, de perfil  neobarroco, están más relacionados con el vídeo “Streaming”, cuya impecable factura no le impide intercalar la virtual comunicación a través de youtube, para hablar del vértigo del deseo. El vídeo, con un joven efebo a modo de actual Ícaro, ironiza sobre la experiencia virtual hasta su extremo: el suicidio. Bajo seudónimo, también está colgado en youtube. Y en mayo, más: Arregui inaugura un centro de arte contemporáneo en Ceutí, Murcia.

Silvia Prada, otra narrativa

Silvia Prada, Give up it, galería Casado Santapau, Madrid
Publicado en El Cultural, 27 de marzo de 2009




Bajo una aparente estética pop gobernada por rótulos de onomatopeyas de cómics y reclamos publicitarios, las imágenes construidas por Silvia Prada (1969) desnudan con frialdad los mitos icónicos dispersos por tantos subgéneros de la cultura juvenil: consumibles que engrosan modelos y sueños. Que Prada se posicione respecto a la cultura visual del capitalismo global cada vez más infantilizado desde este punto de vista lateral, tiene todo que ver con el reduccionismo formal de sus apropiaciones destiladas en un grafismo de grises delicado y tenue, preciso pero casi fantasmal: el reverso del impacto agotador, facilón y seductor de los materiales originales de sus referencias. Por lo que la agresividad colorista y optimista se torna vulnerabilidad. Y lo que vendría a ser denuncia, o bien, confirmación, deviene nostalgia. Una extrañeza que va resituando el trabajo de Prada desde cierta marginalidad hacia el centro. Y desde la dispersión e hibridación características de sus actividades (también conocida como dj de música y vídeos) hacia una obra coherente, de lenta sedimentación y de la que todavía cabe mucho que esperar.
A sus conocidos dibujos murales, ilustraciones para revistas y exquisitos e impecables libros, ahora añade dibujos sobre lienzo, débiles intervenciones con lápices de color sobre impresiones fotográficas de retratos de ídolos; y una serie de colaboraciones de grafitis sobre blancas maquetas de arquitecturas futuribles de Alicia Framis, fruto de la invitación de ésta para su intervención permanente en las paredes a la entrada del MoCA de Shangai. Nuevas formas de producir que van delineando la sensibilidad de una generación cada vez más certera en el análisis y la expresión de nuestro tiempo. La superación de la autoría, la hibridación con lenguajes menores o denostados de la cultura visual, la sustitución de la pintura por el dibujo, el trenzado de otra narrativa (Elizabeth Peyton, o aquí, Azucena Vieites) son algunas de sus señas de identidad.



Interiores/Introversiones

Circuitos. XVII edición. Artes Plásticas y Fotografía, Comunidad de Madrid, Madrid, 2005

Nunca las historias individuales han tenido que ver tan explícitamente con la historia colectiva, pero nunca tampoco los puntos de referencia de la identidad colectiva han sido tan fluctuantes. La producción individual de sentido es, por lo tanto, más necesaria que nunca”, Marc Augé, Los no lugares


Las convocatorias de jóvenes creadores suelen mostrar una mezcla de influencias recientes y espontaneidad. Desde una perspectiva crítica, la recepción de influencias se lee como un índice más para confirmar el canon del futuro en ciernes. Mientras la esperada originalidad a menudo se diluye en tentativas naïf. De vez en cuando, parece perfilarse una tendencia, un cambio de orientación, una mutación de la sensibilidad. Los artistas de Circuitos’05 comparten la manía de la introversión.

Los diagnósticos han sido asimilados hace tiempo: industria cultural, sociedad del espectáculo, regímenes discursivos de dominación, control y eliminación del espacio público, pantalla total …, como vectores que han alimentado el trabajo de varias generaciones. Desde las intromisiones en los media, con el objetivo de minar desde dentro, a las tácticas de ámbito cotidiano, la tradición de la resistencia ha dejado el campo sembrado de minas, con consecuencias aún impredecibles. Los resultados inmediatos, sin embargo, no han logrado el alcance deseado: la repercusión de la acción de la artisticidad en lo público continúa siendo muy reducida, en comparación con la redistribución de otros bienes en la sociedad occidental. Reinsertada en el medio artístico, donde cumple el papel de coartada autocomplaciente, la teoría crítica desde hace algún tiempo sufre de déja vu entre los jóvenes. Venerable pero grandilocuente, para algunos. Barrera de contención de insurgencias y emancipadora sólo de individuos occidentales, para otros. Desarrollada en el laberinto de la erudición academicista, ha terminado por olvidar sus objetivos. Las estrategias irónicas van agotándose. Las narrativas de raza, clase y género sufren el desgaste de la reiteración. Y el marco de la teoría culturalista parece no resistir los embates de la realidad feroz de todos los días. La encrucijada ha quedado planteada y es el momento de la incertidumbre, de la inseguridad, de la vulnerabilidad.

En la vida después de la teoría, en el siglo XXI después del 11 de septiembre de 2001, en la búsqueda después del posmodernismo surgen síntomas de repliegue, de autorreflexión, y de redescubrimiento de la interioridad. Del compromiso íntimo, personal, como respuesta inaplazable ante la erosión permanente del sujeto desde el exterior. Nos hemos acostumbrado ya a la rutina de tener accesible el mundo a un toque de teclado, sus estadísticas planimétricas y globales y sus cifras secretas. En reacción, la recurrencia a mostrar particularidades está inundando el repertorio iconográfico reciente. Pero, como han evidenciado Francesco Jodice y Karl Larman, los hikikomori -jóvenes que crecieron en la irrupción de la tecnología digital, y que consumen su vida aislados y estáticos ante la pantalla del ordenador- ostentan la representación hiperbólica del viajero bulímico de la sociedad de la información. Queda ahora digerir.

Hemos dejado de ser nómadas. Nos hemos detenido y en el internamiento doméstico cada noticia requiere de la reconstrucción de la subjetividad, cada dato humano va a la zaga de la empatía recíproca. La insistencia en lo experimentado se va abriendo camino, más allá de las expresiones corporales y performativas de interacción con el medio. Entre los jóvenes, el renovado interés por los procesos singulares de percepción y creación introducen a un repertorio de referencias casi abandonado hasta hace muy poco: los estados alterados, la psiquedelia, el viaje interior, la vertiente onírica, el estudio de pulsiones y estados de ánimo, la observación minuciosa, los diarios …

Sin que ello implique un “retorno” a nada. La transmisión de la herencia es irreversible. Pero tras la asimilación de la “muerte del autor”, sí hay una reivindicación de las posibilidades de expresarse desde el fuero interno, punto equidistante en la psicogeografía de la red.

No es extraño, por tanto, que al recorrer las piezas de esta exposición hallemos toda una suerte de modificaciones en géneros y formatos. Los paisajes se han convertido en escenografías de interiores. El punto de vista parece haberse acortado: es lo próximo y privado que se pone a prueba. Y el dibujo queda cercado en la rotación de la muñeca. Algunos formatos se han reducido y - al margen de la habitual falta de medios de los jóvenes- lo pequeño y modesto (carente de atractivo para el mercado) vuelve a expresar la discrepancia frente al espectáculo y el discurso homologado.


LO CERCANO

En los dípticos de Jara Varela hay emigrantes, neveras, paisajes urbanos, dormitorios, rótulos, granjas, disfraces, flores, retratos, juegos, soledades … instantáneas de la experiencia propia que reelabora una y otra vez sensaciones e impresiones. Su formación en estudios cinematográficos le inclinan al montaje con yuxtaposición de imágenes, construyendo intersecciones entre posibles escenas, a veces contiguas y otras, inesperadas. “Mis imágenes son una búsqueda de los detalles”, dice, “espero que el espectador se detenga y observe”.

A Paloma Polo le preocupa El orden de las cosas. Su investigación presupone el cuestionamiento foucaultiano sobre El orden del discurso, pero se desarrolla, en términos plásticos, a la inversa. La “singularidad de lo vivido” –dice- modifica constantemente la relación de individuo y objeto, un espacio en que la identidad de ambos se constituye a partir de la diferencia “que establece un orden, una suerte de coherencia”, pero que queda laminada en el pensamiento conceptual, pues “la compleja riqueza de lo percibido como singular es abandonado por un concepto que selecciona sólo ciertos aspectos”. Es muy interesante cómo, a partir de Las cosas de verdad, en donde desplegaba una “geometría performativa”, Polo ha desplazado esta experimentación a la serie de retratos El lugar de cada uno. Tomando como sujetos a sus profesores de la Facultad de Bellas Artes de la UCM (todos son varones), que podían posar “a su elección”, su representación alcanza un denso climax de suspense, gracias a una ingenua operación irónica (a cuya invitación no respondieron las profesoras). La relación habitual se ha invertido y ahora es la estudiante la que examina, aunque sólo se trate de una espera. Las poses son variadas, algunos miran hacia la ventana, afuera, quizá intentando contestar el remake de la iconografía del venerable género del retrato, de ese saber que el marco del orden académico les atribuye, confiriéndoles autoridad. Pero ¿por qué la iluminación resulta siempre tan crepuscular?

Al llegar a casa, monta la cámara y espera. Al anochecer, las ventanas del patio de vecinos se apagan y se encienden, quizá al ritmo de los espacios publicitarios en la tv. En los estriptis intermitentes recogidos por Casilda Fernández, cuando la curiosidad puede más que el cansancio, los cristales translúcidos dejan suponer el orden cotidiano ansiado y los desórdenes de la convivencia. Como las manchas en el muro, la serie Interiores es una incitación a la imaginación de los motivos de movimientos, caracteres, sensibilidades. Pero las historias sólo la cuentan la disposición de los objetos.

En su habitación, Raúl García Collado se empeña en resolver a su manera problemas elementales de representación. Raúl pinta lienzos abstractos enormes, en los que quedan goteos, huellas de un proceso impetuoso. Pero ha decidido amoldarse a una disciplina humilde, para desentrañar los secretos de volúmenes y formas. Son objetos íntimos, pequeñas cajas, etc., de esos que a modo de talismanes vamos arrastrando con el tiempo. Pero ahora sometidos a la concentración, abstrayendo la mnémesis. Al hablar de esta serie de acuarelas, Raúl reconoce con una mezcla de modestia y orgullo alguno de sus modelos, de entre la vanguardia histórica. Rememorando su etapa de aprendizaje, Paul Klee notifica en su Diario: “trabajo al temple, con pura agua, para eludir toda técnica complicada. Así todo sigue una marcha pausada, un detalle tras otro”; en definitiva, “quería describir cosas controlables y me atenía únicamente a mi interior”.


ESTADOS DE ÁNIMO

Quien haya leído los Diarios de juventud de Klee recordará muchas páginas de muchachas, música y viajes y pocos párrafos, lúcidos, sobre el proceso creativo. Al comienzo, delineando sus señas de identidad en la infancia escribe: “El rostro y los genitales me los imaginaba como polos correspondientes del sexo femenino; mis pensamientos me mostraban siempre a una niña que llora con su sexo también lloroso”. Los pequeños cuadernos de Pulsiones de Juan Zamora están impregnados de visceralidad y sexo. Juan dibuja antes o después de dormir (como escribía Henri Michaux, Modos del dormido, modos del que despierta) situaciones que le han golpeado emocionalmente, y también hace anotaciones: “… Miedo bajo los pies/ Tiemblo desde el estómago/ El ombligo se vuelve negro/ Horizonte bajo los pies”. Algunos dibujos los ha prolongado en vídeo, con una imagen fija y vibrante: “Cada dibujo lleva implícito el pulso de mi mano en el grafismo, reflejo de la sensación corporal y psíquica”. En último término, apela al lenguaje primordial, el del latido materno, crisol de las diversificadas pulsiones emocionales posteriores: “Percibimos el mundo que nos rodea compuesto por vibraciones a través de todos los rincones físicos y psíquicos de nuestro cuerpo”.

A Clara Montoya también le ha interesado explorar las posibilidades del dibujo en movimiento. Con Mirror (2001), creada en Londres dos meses después del 11 de septiembre, intentaba reflexionar sobre los mecanismos que desatan o detienen el miedo. La pieza constaba de dos plataformas, una libre y otra ocupada por una figura de tubos que viene rellenada o vaciada de tinta negra, desde un depósito que el espectador activa con su peso al subir o bajar de la primera, tras configurar el espectro. Poco después, en plena campaña mediática de apoyo a la invasión de Irak, realizaría Comba (2002), una cuerda forrada con 72 billetes de un dólar instalada en un lugar de paso y que, gracias a una maquinaria, no dejaba de batir, obligando al espectador a saltar a su ritmo para atravesar aquel espacio si no inaccesible. Otra propuesta de ese periodo, como Casa de muñecas, incide en la manipulación informativa y la posición de precariedad y aislamiento del individuo. En la obra que hemos seleccionado para esta muestra, Diario, Montoya profundiza en sus preocupaciones anteriores sobre los estados de ánimo del sujeto y su determinación sobre “sus cambios de lectura de la situación en que se encuentra”. Pues quizá, como siempre se ha dicho, la vida dependa del color de las gafas con que se mira. El cilindro giratorio, con sus oscilaciones lumínicas, pretende reproducir de manera “visual-fenomenológica” el rodillo de la tonalidad del humor subjetivo que afecta, sin parar nunca, “a todo lo que percibimos, sentimos, pensamos”.


AUTOGENERACIÓN

Las opciones de la subjetividad a la hora de generar una cadena de significados es subrayada en el vídeo Prostituta, de Miguel Ángel Fernández. La cadencia torpe e indecisa del que va enlazando, adelante y atrás, entradas en el diccionario, es el recurso narrativo que introduce el suspense y, por tanto, la atención del espectador. Los reenvíos se van sucediendo, mientras otros posibles árboles clasificatorios van quedando desechados. Se juega aquí con la deconstrucción del discurso patriarcal hegemónico y sus imperativos, ajenos y ya anacrónicos para la subjetividad contemporánea, cuya performatividad, sin embargo, no puede inhibirse de examinar y reconstruirla. Todavía más sutil, en mi opinión, es la contestación a Linneo de la serie Re-creación, en donde se utiliza el mismo método, pero a la inversa. Sobre la página en blanco el dibujo de flores va autogenerándose, con la rotación del compás de un punto al siguiente, en operaciones numeradas.

Una de las experiencias más inquietantes para el internauta es que los rastros de su actividad intelectual quedan registrados y archivados, y no sólo en el “Historial” interno de sus documentos de Windows. Generalmente, utilizamos la red como una enciclopedia inagotable de información. El uso de internet crea el espejismo de que todo lo existente está ahí, a nuestra disposición. Mientras los defensores de la libertad de expresión alaban la acumulación anárquica de las páginas. Con frecuencia nos topamos con sitios donde no encontramos “hechos”, sino proyectos y especulaciones peregrinas. Naza del Rosal utiliza la infografía para sumergirnos en la dimensión onírica, para ella, un mundo “más real que cualquiera de nuestras experiencias físicas”. Persuadida de que el sueño es un lenguaje incoherente, las cinco historias contenidas en el menú de su página web pretenden transportar al espectador más allá de los paisajes paradisiacos de la publicidad en línea.

El “konstructivismo playero” de los Chiringuitos de Nicolás Laiz parodia la distancia entre “las estrategias de creación de imagen corporativa que el mundo de la publicidad utiliza para promocionar lugares turísticos y paralelamente la relación que se establece con el propio lugar y con las culturas locales”. Una incómoda inadecuación padecida desde su infancia insular. Con materiales reciclados, la versión kitsch de Laiz comenta esa falsificación a partir de lo que queda en las trastiendas de los lugares de nuestra época.


PAISAJE Y FIGURA

Frente al paisaje chillón, el paisaje interior. La imposición del gusto por el paisaje de playa tropical es respaldado por las garantías de “lo más lejano, virgen e inaccesible”: un no-lugar. Lo que se nos vende, nos aseguran, es “usted nunca estará allí … (no conocerá el día a día de su población empobrecida, ni siquiera se reconocerá a sí mismo)”. Un triple salto sin red a … nada. Celebración de la amnesia. En nuestra tradición, la representación del paisaje comenzó a interesar como enunciación del lugar conquistado, propio, del sujeto en su sociedad y en la historia, y después, gracias a la más importante aportación anglosajona a la historia de las imágenes, como símbolo de la experiencia moral y del viaje interior. Entonces, incluso el sujeto se pudo elidir sin merma de la carga emocional y espiritual del paisaje, hasta la abstracción.

Philipp Fröhlich pinta interiores como si fueran paisajes y sus paisajes sin figura expresan derrumbes, estados de ánimo de un zetgeist depauperado, sitiado por la destrucción. En la serie en pequeño formato Exvoto (2003) las estancias abandonadas contenían el drama del suceso - a partir de noticias extraídas de periódicos y otras fuentes, como ha descrito Sergio Rubira-, y la mirada era dirigida al misterio de lo siniestro, al fondo. Después, llegaron los formatos apaisados y más grandes, los paisajes, con la misma técnica de tempera sobre lienzo que también iba ganando en densidad, formando un entramado cercano a la cualidad visual del tapiz, esa pintura abrigada que tiende a reducir, por medio de su textura, la representación a un plano confeccionado con hebras y sutiles veladuras. Horizontalidad para exteriores, verticalidad para interiores, un reparto que ha terminado por intercambiarse al fundirse los desórdenes, accidentes y catástrofes, que los sujetos contemporáneos vivimos como una realidad doméstica y global, común.

Hasta que los filólogos alemanes no iluminaron con su inspirada lectura la obra homérica, el viaje de Ulises se había considerado un relato mitológico y, a lo sumo, sus aventuras, una vía para conocer la historia y la geografía humana de la antigüedad, que daría origen al giro antropológico en su interpretación. La revisión de aquellos clasicistas románticos, en pleno auge de la pintura de paisaje con figura, desvió la atención hacia el periplo interior. Antes de llegar a Itaca, la penúltima aventura de Odiseo tiene lugar en la Isla de Drépane, ocupada entonces por los Feacios, episodio del que arranca la serie Ulises de Daniel Silvo. El náufrago, al arribar, se tiende bajo un matorral junto a un arroyo y se cubre con hojas secas. En la serie, el sencillo carro de la compra, lleno de hojarasca, alude al Homeless Vehicle de Krzystof Wodiczko, icono en la cultura contemporánea del indigente, del emigrante (de su país de procedencia, o de su vida anterior). El relato mítico continúa luego con la hospitalidad de Alcinoo, que ayuda a restablecerse al héroe y le devuelve a su hogar. Silvo ha tomado sus fotografías en varias ciudades de Europa.


UNA CITA

Vamos a celebrar la inauguración de este evento con el catering ofrecido con generosidad por Virginia de Diego. Porque casi siempre los que nos reunimos para armar una exposición terminamos creyendo que es un milagrito. Aunque la maquinaria del sistema del arte funcione como un reloj, sabemos del esfuerzo que cada individuo hace desde su estudio o su oficina y siempre tiene algo de excepcional el encuentro de esas individualidades que apenas salen de su ensimismamiento. Tótem es la marca de los bombones afrodisiacos con molde de minúsculos genitales masculinos y con que esperamos compartir una sonrisa. Quizás a más de uno se le hiele al tomar alguna de las tarjetas de visita de Hello, Am I?, con que de Diego pone a prueba, una vez más - y de manera menos elegante que la serie de impresiones sobre papel de carta de hoteles lujosos Anal Kiss de Wim Delvoye-, la tolerancia del contexto artístico. De momento, Virginia se conforma con hacerse un pequeño hueco en el medio con sus operaciones escatológicas, como en el vídeo Emergentes, en donde las burbujas flatulentas ridiculizan la frivolidad de nuestro sistema de las artes, con que sometemos a los jóvenes creadores a una carrera frenética de selecciones efímeras.














La belleza de la edad, Soledad Sevilla

Soledad Sevilla, galería Soledad Lorenzo, Madrid
Publicado en "Libros", suplemento cultural de LA VANGUARDIA, 9/10/1998

Si en los últimos años cada exposición de Soledad Sevilla (1944), Premio Nacional de Artes Plásticas en 1993, se ha recibido como un acontecimiento en el arte español, la actual muestra es una sorpresa. La vegetación sobre los muros de Granada, donde reside, y otras miradas viajeras han servido de punto de arranque para un trabajo que irradia robusta y alegre energía.
No se trata de un cambio de trayectoria: sigue el lirismo vigoroso y esa valentía, esa honestidad emocionante para arañar sentidos y evocaciones de las coordenadas mínimas, tiempo y espacio, que Soledad Sevilla se aventura a atrapar en la encrucijada frágil del instante. Pero si antes ese instante era ya pasado (muros desnudos, erosionados, iluminados por resquicios y crepúsculos), en el trabajo reciente parece haberse dado la vuelta al calcetín del tiempo. Así lo reza el verso de Antonio Machado que la pintora ha inscrito en las paredes de la instalación: "Y es hoy aquel mañana de ayer". Pues la vida agitada que contemplamos en sus lienzos parece ser la del instante sucesivo, la del presente visceral.
Intensos amarillos, naranjas y verdes se deslizan con textura dactilar, rítmica y fluida a lo largo de los más de siete metros de "Soñé con una planta", tela de formato museístico que no tardará - también por su virtuosismo- en engrosar la amplia representación que la obra de Sevilla tiene en los principales museos y colecciones españolas. El lienzo sigue el dictamen del "all-over-field",el cuadro es propiamente sólo una superficie saturada de color, tal como lo concebían los pintores abstractos de la Escuela de Nueva York, cuya cita es ahora más explícita que nunca y en especial de Clifford Still. Los jirones planos sirven de fondo a las centelleantes pinceladas de "Sica" que sugieren la hiedra otoñal tintineante al crepúsculo. Pero sobre todo en la tapia de fondo, llama siena, de los rojos profundos de "Mirar al sur". Y en ambas, aunque la sugerencia vegetal es muy evidente, la pintura gotea, resbala y afirma que es pintura.
Hace ya tiempo que Soledad Sevilla utiliza este recurso para plantar cara a la figuración y afirmar su pintura ajena al realismo, a pesar de la evocación pulcra, en fragmentos casi hiperrealista. Su trabajo avanza en una fina tangente entre la pasión intimista y la reflexión, la acogedora rememoración y la seca abstracción. En las obras que ahora nos ofrece, alegres y vitalistas, se da una vuelta de tuerca más al sentido de lo decorativo en la tradición contemporánea. "Superficiales por profundidad", como diría el filósofo alemán.
Pero hay algo más: "Bancos de niebla", un monumental tríptico en blancos, verdes y azules; agua y luz, se diría. Pura abstracción, pincelada y conceptualización. Concluido recientemente, irrumpe como un resplandor frío que prepara al espectador para abarcar en su totalidad una exposición tan meditada como cada una del resto de sus obras.
Al fondo de la galería encontramos una instalación, la penúltima de una serie iniciada hace quince años. "El tiempo vuela" es el espacio de llegada del recorrido, donde los visitantes se demoran, magnetizados por los tic-tac de los ingenios mecánicos que animan el girar repetitivo de mil quinientas mariposas de papel poliester azul sobre las paredes. El sonido es infantil, el frescor del azul intenso es incentivado por la brisa que agita las flexibles alitas; en conjunto resulta irónico y el paso del tiempo es del todo vibrante, optimista y gozoso. La noticia de una próxima instalación a partir del 23 de septiembre en la sala Parpalló de Valencia es la última buena nueva, alentadora.

El 'Palacio de los proyectos' lleva a Madrid el arte benevolente y utópico de Kabakov

KABAKOV, Palacio de los proyectos, MNCARS Palacio de Cristal, Madrid
Publicado en La Vanguardia, 27/12/1998

El Palacio de Cristal de Madrid ha vuelto a abrir sus puertas, después de años de obras de rehabilitación, con la exhibición del "Palacio de los proyectos" de Ilya Kabakov (Ucrania, 1933). El montaje, como afirmó el artista en la inauguración "es un sueño dentro de otro sueño", pues a la experiencia de habitar la frágil arquitectura de hierro y cristal en pleno corazón del Retiro madrileño, se suma ahora la incursión en la mítica arquitectura que a su vez contiene. Una sencilla estructura de madera con paredes de plástico blanco ha servido para construir la cima de una Torre de Babel, cuya elevación en espiral alude a los sueños de aquellos que querrían entenderse. Ya en 1920, el constructivista Vladimir Tatlin presentó un esqueleto de madera como maqueta del Monumento a la III Internacional: un edificio habitable, que finalmente no se llevó a cabo; a posteriori, un símbolo de la quiebra tanto del proyecto comunista como de las vanguardias artísticas. En cambio, la "instalación total" que nos ofrece Kabakov, un artista marginado en la antigua Unión Soviética y ahora residente en Nueva York, es el interior de la torre, repleta de propuestas en las que demorarse. Adentrarse en el "Palacio de los proyectos" funciona como traspasar el umbral de las casas de espejos y misterios de una feria: allí somos todos como niños dispuestos a asombrarnos y a divertirnos mientras aprendemos algo más de las imágenes cambiantes y las emociones que nos sucitan. Aunque estos proyectos están dirigidos al público adulto, en opinión del artista, enfermo de estrés en el mundo actual.
La larga experiencia del artista ucraniano como ilustrador de cuentos infantiles en su periodo moscovita es el origen de esta manera de encarar el problema de la comunicación de la obra de arte con el espectador; así como el método de incluir mensajes escritos, que ha caracterizado su trayectoria artística en Occidente. Ya en 1990, cuando participó en "La finitud de la libertad" en Berlín -una exposición que coincidió con el proceso político de reunificación de Alemania- Kabakov instaló dos corredores ("Dos recuerdos del miedo") en la Plaza de Postdam en los que, a la altura de los ojos, había postales con mensajes tales como "No tengo más fuerzas, tan sólo lloro ..." y "Cuando no haya muro, aunque sea difícil imaginarlo, nadie podrá creer cómo fue todo esto y qué vida vivimos". La actitud que evidenciaba aquella muestra: la parálisis y aislamiento del arte "para especialistas" junto a la necesidad de intervención ante la realidad social, sigue siendo una constante en la obra de Kabakov, uno de los artistas más estimados hoy en día, con varias instalaciones recorriendo Europa este año. Pero su éxito, más que a la consagración de los críticos, se debe ahora a la coincidencia con un público cada vez más atento a propuestas sencillas que atañen a su ámbito privado, e incluso hogareño.
Este "Palacio", fruto de tres años de colaboración con su mujer Emilia, recoge tres grupos de alternativas: para perfeccionarse uno mismo, para estimular la creatividad y para mejorar la vida de otras personas. Cada motivo es explicado en un texto sobre una pequeña mesa con silla incluida -donde el visitante puede leerlo tranquilamente sentado- junto a una maqueta o ejemplo plástico de su realización. La iluminación blanquecina del interior proporciona un clima propicio para lo que pretende Kabakov, el "contacto con esa pequeña alma que todos poseemos, con esa persona que se esconde detrás del yo profesional". Sus propuestas inciden en subrayar las condiciones patológicas en las que vivimos, por todos reconocibles (exceso de pasividad, televisión, modas, consumo ...), y solucionan irónicamente algunos de los problemas recurrentes de los individuos en la sociedad actual: la necesidad de disponer de un reducto en las ruidosas viviendas actuales ("Concentración en el armario"); cómo lograr que las reuniones con nuestros amigos no estén contagiadas de banalidad mediática ("Artilugio para cuando vienen invitados") o por qué lo viejo y usado no hay que tirarlo, ya que nos facilita convivir con nuestro pasado y compartirlo. También las maquetas directamente utópicas de carácter social, que acompañan proyectos de cómo habitar la atmósfera o construir cárceles perfectas, además de hacernos sonreir por su premeditada solución formal naïf, son críticas efectivas al horizonte de perfección técnológica y científica que es hoy columna vertebral para el mantenimiento de la confusión general. En la obra de Kabakov hay reflexión, placer y participación, pero ajenos a la "especialización" mínimal, las vídeoconsolas y los sustos y repugnancia con que a veces se pretende impactar al espectador. Es sólo arte, esa verdad que a cualquiera se hace evidente y nos pesuade del poder de las imágenes.

Primera gran retrospectiva de un maestro. Eduardo Chillida

EDUARDO CHILLIDA, 1948-1998, MNCARS, Madrid
Publicado en "Libros", suplemento cultural de LA VANGUARDIA, 15/1/1999

La exposición es la culminación de un año que para Eduardo Chillida (San Sebastián 1924) ha estado lleno de éxitos, con varias exposiciones internacionales y nacionales (hasta el punto que la revista ARTnews hablaba hace unos meses del "año chillida"); además de la puesta a punto del que será su museo-fundación en Zabalaga, y un importante encargo en Japón. Y sin embargo, un año en que el artista lo ha pasado mal, aquejado de una depresión por la que nombres y palabras se le van borrando: "cosas de la edad", dice él. Con ocasión de su 75º aniversario, esta es la primera gran retrospectiva del escultor vasco, y se prevee que después itinere a Bonn, México y al Guggenheim de Bilbao. Abarca cincuenta años de creación, comenzando por el magnífico "Torso" de piedra de 1948, cuya nítida respuesta a los kouros de la antigua Grecia hace ya patente la potencia y elegancia del joven artista, antes de que viajara a Paris y descubriera la ductilidad del hierro forjado como el material que le ofrecía mayores posibilidades expresivas para avanzar en un lenguaje personal. Posiblemente, a muchos visitantes les sorprenderá constatar que Chillida "todavía no era Chillida" (es decir, esas obras-logotipo por las que le identificamos), cuando diez años más tarde, en 1958, gana el Gran Premio de la Bienal de Venecia, a la que acude junto a Antoni Tàpies en el pabellón español; aunque sus hierros, al principio profundamente enraizados en las herramientas de la cultura popular vasca, enfatizaran ya el vacío, con formas sobrias y después dinámicas que violentaban el espacio. Era la opción de un artista español conocedor de la escultura contemporánea en el panorama europeo, en donde reinaban ya las rupturas innovadoras de volumen y espacio de Henry Moore y Calder, junto a las obras orgánicas y existencialistas de Arp, Richier y Giacometti, homenajeado con una "Mesa de Giacometti" más tarde por el propio Chillida.
Sin entrar ahora en la controvertida relación de la política cultural de la dictadura franquista durante aquella época con artistas vanguardistas y a la sazón nacionalistas, es a partir de entonces cuando nuestro escultor comienza a ser considerado un valor indiscutible del arte del siglo XX, con la incorporación de sus obras a las más importantes colecciones y sucesivos premios que llegan hasta el momento actual. Pero sobre todo cuando, retomando un sentir arquitectónico, que había sido su primer impulso en la época de estudios en Madrid, Chillida se plantea el volumen como una contención del espacio y una manera de habitarlo; por lo que en 1968 Martin Heidegger le eligió para ilustrar su libro "El arte y el espacio", influencia que vino a sumarse a otras fuentes poéticas y filosóficas, de Parménides y San Juan de la Cruz a Cioran. Un bagaje que impregna de seriedad declaraciones como ésta: "el artista sabe lo que hace, pero para que merezca la pena debe saltar esa barrera y hacer lo que no sabe", distante de otras opciones más lúdicas del arte contemporáneo pero que de igual modo obligan al espectador a que, también para él, el arte sea una pregunta, a la que el artista ha dado ya satisfacción.
Sin embargo, por importantes que sean estas referencias para comprender el clima de las obras del escultor, al imponer una suerte de suspensión del tiempo, lo que admiramos son las soluciones rotundas donde se equilibra el contraste entre gravedad y levedad, formas cerradas y abiertas en las que "la virtud está cerca del ángulo recto, pero no en él". Las obras de Chillida siempre parten del intento de confrontar la racionalidad humana con la naturaleza, es decir, espacio y tiempo, en el fondo, realidad enigmática. Y si la pregunta es originariamente helénica, en cierto modo también sus respuestas lo son, elegantes, rítmicas y concretas. Pues el elogio al tacto y a la materia bruta, tan patente en sus luminosos alabastros, modulan esa búsqueda que, si bien arranca de la nada y del vacío, tiene su fé y destino en la mano, reiterada en sus dibujos y grabados, y que da la medida del formato a sus compactas chamotas.
Las limitaciones del Museo Reina Sofía, que no admite carga superior a cinco toneladas, ha impedido que se presenten obras de gran formato -siendo una excepción la muy aplaudida por el público "Puerta de la libertad"-, pero que en todo caso fueron realizadas para abrazarse al viento, el mar y la tierra, como el todavía incierto proyecto de Tindaya. Las 160 obras recogidas por Kosme de Barañano, buen conocedor y amigo de Chillida, ofrecen un recorrido suficiente, si no algo prolongado, con 60 esculturas de acero corten y granito, 20 chamotas y piezas de alabastro, 20 "gravitaciones" (grandes relieves en papel) y 60 dibujos y grabados, producción gráfica sustantiva del artista desde 1959. Con un presupuesto de 90 mill. de ptas. y el respaldo de la Fundación Caja Madrid, el montaje de Macua & Ramos, que incluye una construcción efímera a modo de terraza, finalmente, deja algo que desear (acumulaciones, fallido material fotográfico, caos en el tamaño de peanas y soportes, la misma situación en el museo, etc.) y decepciona la expectativa de considerar a ésta una exposición-consagración de un maestro del siglo XX, a semejanza de lo que se está haciendo en otros lares.

El encanto del pop. Tom Otterness

TOM OTTERNES, Galería Marlborough, Madrid
Publicado en "Libros", suplemento cultural de LA VANGUARDIA, 5/2/1999

La primera exposición en Madrid del escultor norteaméricano Tom Otternes (Kansas, 1952) está dando mucho que hablar. No sólo entre los entendidos en arte contemporáneo. También interesa al público que no siente pasión alguna por la tan traída y llevada cuestión de qué es o debe ser el arte actual, y gusta y hace sonreír incluso al que no suele acudir a galerías. Primer objetivo cumplido. Las figuras extraídas del estilismo del cómic de Otternes desafían al arte que "se toma demasiado en serio", rechazando cualquier lenguaje que no sea entendible para todo el mundo. Sus obras muestran la vitalidad de una nueva oleada pop y ofrecen una experiencia alegre y dulzona; más refrescante, sorprendente y divertida que el oscurantismo de algunas vídeoinstalaciones acompañadas de gruesos dossieres de documentación.
Formado en el hasta ahora vanguardista Whitney Museum of American Art de Nueva York -más defensor de lo patrio que nunca, tras la reciente incorporación a la exposición permanente de su colección de arte figurativo norteaméricano de la primera mitad del siglo XX-, Otternes retoma las paradojas del pop, jugando con la iconografía norteaméricana: el oso que F. Roosevelt quería como símbolo de la nobleza de Estados Unidos convertido en peluche, la caravana de la conquista del Oeste sacada de cualquier tira de Disney, la moneda de un centavo como una galleta que baila en un spot publicitario con los zapatones del ratón Mickey, el ordenador que pasea de la mano con la hoja de la impresora como salidos de una escena del "Mago de Oz" de Judy Garland ... . Aunque, al parecer, con propósitos perversos. Otro grupo de obras, que utilizan un amplio repertorio de animales, a modo de bestiario, patentizan sus intenciones sociales: como la parodia de la judicialización de la vida actual, compuesto por un jurado de ratones y perros, un buho como juez y un gato relamiéndose como acusado; o la todavía más explícita langosta con el símbolo del dólar en el caparazón, que atrapa con sus tenazas a una pequeña familia despavorida, nueva interpretación del clásico Laocoonte, pero en versión monetaria. También, perfecto retrato del sistema capitalista es el ajedrez, cuyos protagonistas son saquitos de dólar ataviados de obreros, enfermeras, camareros y amas de casa (los peones), y de ricachones (rey y reina), parlamentarios (alfiles) y policías (caballos), flanqueados por las torres como templos bancarios. Todos estos bronces con un acabado pulido y patinado según el gusto más tradicional. Formas fluidas y amables que, si no fuera por material y tamaño, perfectamente se mezclarían con los pequeños bibelots de cualquier comercio de "todo a cien". Porque estas esculturas, como bien sabe el artista, también provocan el regodeo en el poder del dinero y en la realidad unidimensional que disfrutan algunos de sus coleccionistas. Para Otternes es el mal menor, el balance para poder dedicarse más a los numeros encargos públicos que ya están decorando con ironía juzgados y plazas en Estados Unidos con títulos tan significativos como "Mundo real" o "Matrimonio entre el Estado y el dinero". Su última idea para un proyecto europeo: un árbol cargado de euros al alcance de los viandantes.
Acompañando a Oterness, en la Sala de Gráfica, pueden contemplarse seis litografías del impecable hiperrealista Claudio Bravo, otro de los artistas de la cosmopolita galería Marlborough -con sedes en Nueva York, Londres, Zurich, Buenos Aires, Santiago de Chile, Tokio y Hong Kong-, junto a Botero, Richard Estes, Alez Katz, Marisol y los figurativos españoles Genovés, Manolo Valdés, Francisco Leiro y Antonio López García.

La precursora Paula Rego

Paula Rego, Galería Marlborough, Madrid
Publicado en "Libros", suplemento cultural de LA VANGUARDIA, 26/2/1999

Impacto. Esta es la sensación ante el escabroso motivo de la obra reciente de Paula Rego. El montaje no deja de ser teatral. Después de nueve pequeños dibujos a lápiz y de los primeros cuadros con mujeres solas tendidas, abandonadas a su dolor, se añaden otros elementos: palanganas, toallas, camillas improvisadas. "Ángel", una doncella morena ataviada al antiguo uso colonial, blandiendo daga y esponja, preside estas escenas del antes y después del aborto y del legrado. ¿Hay una forma más dura de hablar de la herida de la mujer contemporánea? Viejas parteras. Colegialas que, durmiendo, intentan ausentarse de su desgracia, o desafiantes, solucionarlo por su cuenta, en cuclillas sobre un cubo. Mujeres corrientes, trabajadoras, plenas de energía. Su resolución contrasta con los ojos tristes, aterrorizados, expectantes. ¡Vaya si hacemos de voyeur! Estas escenas muestran la intimidad de heroínas anónimas contemporáneas, pues así nos las presenta Rego. Sus posturas, por tanto, no son obscenas. Gestos privados de un cuerpo femenino que la historia del arte de los hombres no ha deseado representar. Pero que, a pesar de su crudeza, el espectador y la espectadora actuales no pueden sino atender con admiración.
La calidad de estos pasteles en gran formato es excelente: precisión magistral en los trazos; absoluto control de la gama cromática, de tonalidad gris, ocre y sobria, pero avivada con brillantes e intensas zonas frías; y un concepto espacial simple y muy eficaz, con elementos mínimos de mobiliario y decoración, cuya textura es fielmente reproducida. El efecto de una cierta atemporalidad que desprende el conjunto de las obras (con imprecisas referencias a principios de siglo, los años sesenta y el presente, ejemplificado, de manera excepcional, por unas zapatillas de deporte ahora universales), afianza la vocación de clásicas de estas "instantáneas" intempestivas. Esa indeterminación temporal puede comprenderse también desde su actividad como ilustradora de cuentos, presente en esta exposición con doce aguafuertes de la leyenda del siglo XIII, "La cruzada de los niños"; otra manera de abordar la dualidad inocencia/perversión en espacios oníricos de ascendencia goyesca y hogarthiana. Una producción gráfica en la que hay mayor continuidad que en su pintura.
La trayectoria de la portuguesa Paula Rego (Lisboa, 1935), afincada en Londres desde finales de los años cincuenta, ha bebido de diversos estilos: art brut, pop, neoexpresionismo ..., con obras que fueron desechadas por la propia pintora en su primera retrospectiva a final de los ochenta. Entonces se incorpora como la única mujer a las exposiciones internacionales de la pintura figurativa inglesa después de la segunda guerra mundial, heredera de la influencia de Sickert a través de D. Bomberg y L. Kossof, en donde se encuadran los maestros de la expresión de la condición humana: Bacon, Auerbach y Lucian Freud. La admiración por las texturas carnales de éste, al que se alude ahora en "La compañía de las mujeres" (1997), terminan por precipitar el cambio del acrílico a los pasteles, con su célebre serie "Dog women" de 1994, que la convierten ya en una figura destacada del arte del siglo XX. Ávida lectora en su juventud de "El segundo sexo" de la Beauvoir, el fulminante éxito de Paula Rego en su madurez, parece guardar cierta semejanza con la explosión de la franco-norteaméricana L. Bourgeois, ambas con espléndida obra tras la muerte de sus maridos artistas y reconocidas ahora como precursoras de la afluencia masiva de mujeres en el arte de las últimas décadas. En el caso de Rego, además, se suma la influencia benéfica que -a la manera de los antiguos comitentes-, puede tener en la obra de un artista la confluencia de coleccionistas como Saatchi, una prestigiosa galería como la Marlborough, defensora de la neofiguración, y el criterio de los comisarios que han apostado por delimitar y difundir el arte británico contemporáneo.

Íntimo Morandi

Morandi, Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid/ Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente, Segovia
Publicado en "Libros", suplemento cultural de LA VANGUARDIA, 11/6/1999

Quince años después de aquella primera muestra inolvidable de Giorgio Morandi (1890-1964) en España, llega esta gran exposición antológica, patrocinada por Bancaja. Completa cronológicamente, con obras desde 1911 hasta el año de su muerte, y también en cuanto a los diversos medios expresivos utilizados por el maestro italiano: dibujos, acuarelas y, sobre todo, óleos y grabados, que se verán reunidos en Valencia; pero que desafortunadamente se encuentran repartidos ahora entre Madrid y la próxima Segovia, disolviendo en parte la íntima relación entre la grafía y la composición de unos y otros, y debilitando finalmente el perfil del peintre graveur que, como Rembrandt y Goya, fue Morandi (al parecer, entre los cinco grabadores más cotizados de este siglo).
Profesor de grabado en la Academia de Bellas Artes de Bolonia desde 1930 hasta 1956, el cargo, que aceptó porque suponía "exclusivamente la enseñanza de sus técnicas", le sirvió para terminar de cercar una identidad de modesto pintor provinciano tan bien construida como uno de los heterónimos de Pessoa. Soltero, compartiendo la casa familiar con tres hermanas también profesoras y solteras, a las que discretamente pedía, llamando a la puerta de su dormitorio, el paso hacia su estudio, Morandi rara vez salía de Bolonia. Atento lector de los Pensamientos de Pascal declaraba dedicarse a pintar sólo "un tipo de bodegones que comunican sensaciones de tranquilidad e intimidad, estados de ánimo que siempre he valorado por encima de todo" y creer más "en el arte por el arte que en el arte como exponente de la justicia social o de la gloria nacional". Un férreo programa ante el frenesí vanguardista que Morandi vivió en su juventud, sumándose primero al cubismo, después hacia 1915 al futurismo y a la pintura metafísica de De Chirico y Carrà con una factura muy personal, pero que después casi le abochornaba, convirtiéndose en un personaje incómodo para la crítica imperante. Para otros (Longhi, Brandi, Vitali) un modelo de resistencia moral contra los excesos de las vanguardias.
Desde 1920 Morandi se separa de las sucesivas muertes y renacimientos del arte de los ismos para abordar una aventura pictórica que le lleva a volver a transitar por la corporalidad plástica de Piero della Francesca, la durée de Vermeer, el silencio lírico de Chardin, a quien incluso celebra explícitamente emulando su firma, y siempre la construcción espacial y el entramado de volumen, luz y pincelada de color de Cézanne, quien ya desde el principio le había acotado el campo de experimentación: paisaje y naturalezas muertas. A lo largo de su vida, Morandi sólo pintó cuatro o cinco autorretratos: uno, de 1924, como de jovencísimo pintor aldeano sin pupilas, subrayando la mirada interior, se encuentra en el umbral de esta exposición. Entre los paisajes destaca uno de 1913, prematuro "puro Morandi": con esa paleta apastelada, escueta, de textura seca, casi tiza que sería tan característica en su madurez. Blancos de nata, ocres, sienas y rojizos boloñeses, los azules fríos de la tradición norteña italiana toman la forma a veces de flores y caracolas, generalmente de botellas, jarras, misteriosas cajitas, paños ... objetos aparentemente cotidianos, en realidad escogidos por un fetichista (sin duda hay "objetos morandi"), con los que compuso series de bodegones con alteraciones mínimas de luz, de escala, de perspectiva, de disposición formal: la repetición de lo diverso en lo igual. Igualitarismo propio de la sensibilidad contemporánea que según Benjamin destruiría el antiguo aura, el aquí y ahora de la existencia única e irrepetible de la obra de arte como objeto ritual. Pero es el aura lo que pervive en la pintura lenta de Morandi, que también exige contemplación morosa. Sin horizontales, verticales, ni ángulos rectos, en los espacios siempre reina la oblicuidad, en los objetos, el perfil redondeado, de esa imperfección manual de antaño. Así sus bodegones se hacen efectivas metáforas líricas de arquitecturas, de personajes, de emociones, de muerte, como en los últimos, de grave composición en cruz. Lo a contracorriente de Morandi es que en su obra persiste la religión del arte, de la pintura.



LAS CLAVES
* EL ARTISTA. Giorgio Morandi nació en Bolonia, en 1890, y allí falleció en 1964. Junto a Giorgio de Chirico es el pintor italiano más importante del siglo XX. Entendido en su época como un creador "crepuscular", la crítica reciente le considera un maestro singular pero inscrito en la tradición del arte contemporáneo, iniciada con Cézanne.
* LA OBRA. Unos pocos autorretratos, paisajes y bodegones componen la totalidad de su obra, que celebra la fascinación por la representación pictórica libre de la sujeción a la figuración y a la abstracción. La exposición recoge 150 piezas: óleos, dibujos, acuarelas y grabados, procedentes de importantes colecciones particulares y del Museo Morandi de Bolonia.