El encanto del pop. Tom Otterness

TOM OTTERNES, Galería Marlborough, Madrid
Publicado en "Libros", suplemento cultural de LA VANGUARDIA, 5/2/1999

La primera exposición en Madrid del escultor norteaméricano Tom Otternes (Kansas, 1952) está dando mucho que hablar. No sólo entre los entendidos en arte contemporáneo. También interesa al público que no siente pasión alguna por la tan traída y llevada cuestión de qué es o debe ser el arte actual, y gusta y hace sonreír incluso al que no suele acudir a galerías. Primer objetivo cumplido. Las figuras extraídas del estilismo del cómic de Otternes desafían al arte que "se toma demasiado en serio", rechazando cualquier lenguaje que no sea entendible para todo el mundo. Sus obras muestran la vitalidad de una nueva oleada pop y ofrecen una experiencia alegre y dulzona; más refrescante, sorprendente y divertida que el oscurantismo de algunas vídeoinstalaciones acompañadas de gruesos dossieres de documentación.
Formado en el hasta ahora vanguardista Whitney Museum of American Art de Nueva York -más defensor de lo patrio que nunca, tras la reciente incorporación a la exposición permanente de su colección de arte figurativo norteaméricano de la primera mitad del siglo XX-, Otternes retoma las paradojas del pop, jugando con la iconografía norteaméricana: el oso que F. Roosevelt quería como símbolo de la nobleza de Estados Unidos convertido en peluche, la caravana de la conquista del Oeste sacada de cualquier tira de Disney, la moneda de un centavo como una galleta que baila en un spot publicitario con los zapatones del ratón Mickey, el ordenador que pasea de la mano con la hoja de la impresora como salidos de una escena del "Mago de Oz" de Judy Garland ... . Aunque, al parecer, con propósitos perversos. Otro grupo de obras, que utilizan un amplio repertorio de animales, a modo de bestiario, patentizan sus intenciones sociales: como la parodia de la judicialización de la vida actual, compuesto por un jurado de ratones y perros, un buho como juez y un gato relamiéndose como acusado; o la todavía más explícita langosta con el símbolo del dólar en el caparazón, que atrapa con sus tenazas a una pequeña familia despavorida, nueva interpretación del clásico Laocoonte, pero en versión monetaria. También, perfecto retrato del sistema capitalista es el ajedrez, cuyos protagonistas son saquitos de dólar ataviados de obreros, enfermeras, camareros y amas de casa (los peones), y de ricachones (rey y reina), parlamentarios (alfiles) y policías (caballos), flanqueados por las torres como templos bancarios. Todos estos bronces con un acabado pulido y patinado según el gusto más tradicional. Formas fluidas y amables que, si no fuera por material y tamaño, perfectamente se mezclarían con los pequeños bibelots de cualquier comercio de "todo a cien". Porque estas esculturas, como bien sabe el artista, también provocan el regodeo en el poder del dinero y en la realidad unidimensional que disfrutan algunos de sus coleccionistas. Para Otternes es el mal menor, el balance para poder dedicarse más a los numeros encargos públicos que ya están decorando con ironía juzgados y plazas en Estados Unidos con títulos tan significativos como "Mundo real" o "Matrimonio entre el Estado y el dinero". Su última idea para un proyecto europeo: un árbol cargado de euros al alcance de los viandantes.
Acompañando a Oterness, en la Sala de Gráfica, pueden contemplarse seis litografías del impecable hiperrealista Claudio Bravo, otro de los artistas de la cosmopolita galería Marlborough -con sedes en Nueva York, Londres, Zurich, Buenos Aires, Santiago de Chile, Tokio y Hong Kong-, junto a Botero, Richard Estes, Alez Katz, Marisol y los figurativos españoles Genovés, Manolo Valdés, Francisco Leiro y Antonio López García.