Primera gran retrospectiva de un maestro. Eduardo Chillida

EDUARDO CHILLIDA, 1948-1998, MNCARS, Madrid
Publicado en "Libros", suplemento cultural de LA VANGUARDIA, 15/1/1999

La exposición es la culminación de un año que para Eduardo Chillida (San Sebastián 1924) ha estado lleno de éxitos, con varias exposiciones internacionales y nacionales (hasta el punto que la revista ARTnews hablaba hace unos meses del "año chillida"); además de la puesta a punto del que será su museo-fundación en Zabalaga, y un importante encargo en Japón. Y sin embargo, un año en que el artista lo ha pasado mal, aquejado de una depresión por la que nombres y palabras se le van borrando: "cosas de la edad", dice él. Con ocasión de su 75º aniversario, esta es la primera gran retrospectiva del escultor vasco, y se prevee que después itinere a Bonn, México y al Guggenheim de Bilbao. Abarca cincuenta años de creación, comenzando por el magnífico "Torso" de piedra de 1948, cuya nítida respuesta a los kouros de la antigua Grecia hace ya patente la potencia y elegancia del joven artista, antes de que viajara a Paris y descubriera la ductilidad del hierro forjado como el material que le ofrecía mayores posibilidades expresivas para avanzar en un lenguaje personal. Posiblemente, a muchos visitantes les sorprenderá constatar que Chillida "todavía no era Chillida" (es decir, esas obras-logotipo por las que le identificamos), cuando diez años más tarde, en 1958, gana el Gran Premio de la Bienal de Venecia, a la que acude junto a Antoni Tàpies en el pabellón español; aunque sus hierros, al principio profundamente enraizados en las herramientas de la cultura popular vasca, enfatizaran ya el vacío, con formas sobrias y después dinámicas que violentaban el espacio. Era la opción de un artista español conocedor de la escultura contemporánea en el panorama europeo, en donde reinaban ya las rupturas innovadoras de volumen y espacio de Henry Moore y Calder, junto a las obras orgánicas y existencialistas de Arp, Richier y Giacometti, homenajeado con una "Mesa de Giacometti" más tarde por el propio Chillida.
Sin entrar ahora en la controvertida relación de la política cultural de la dictadura franquista durante aquella época con artistas vanguardistas y a la sazón nacionalistas, es a partir de entonces cuando nuestro escultor comienza a ser considerado un valor indiscutible del arte del siglo XX, con la incorporación de sus obras a las más importantes colecciones y sucesivos premios que llegan hasta el momento actual. Pero sobre todo cuando, retomando un sentir arquitectónico, que había sido su primer impulso en la época de estudios en Madrid, Chillida se plantea el volumen como una contención del espacio y una manera de habitarlo; por lo que en 1968 Martin Heidegger le eligió para ilustrar su libro "El arte y el espacio", influencia que vino a sumarse a otras fuentes poéticas y filosóficas, de Parménides y San Juan de la Cruz a Cioran. Un bagaje que impregna de seriedad declaraciones como ésta: "el artista sabe lo que hace, pero para que merezca la pena debe saltar esa barrera y hacer lo que no sabe", distante de otras opciones más lúdicas del arte contemporáneo pero que de igual modo obligan al espectador a que, también para él, el arte sea una pregunta, a la que el artista ha dado ya satisfacción.
Sin embargo, por importantes que sean estas referencias para comprender el clima de las obras del escultor, al imponer una suerte de suspensión del tiempo, lo que admiramos son las soluciones rotundas donde se equilibra el contraste entre gravedad y levedad, formas cerradas y abiertas en las que "la virtud está cerca del ángulo recto, pero no en él". Las obras de Chillida siempre parten del intento de confrontar la racionalidad humana con la naturaleza, es decir, espacio y tiempo, en el fondo, realidad enigmática. Y si la pregunta es originariamente helénica, en cierto modo también sus respuestas lo son, elegantes, rítmicas y concretas. Pues el elogio al tacto y a la materia bruta, tan patente en sus luminosos alabastros, modulan esa búsqueda que, si bien arranca de la nada y del vacío, tiene su fé y destino en la mano, reiterada en sus dibujos y grabados, y que da la medida del formato a sus compactas chamotas.
Las limitaciones del Museo Reina Sofía, que no admite carga superior a cinco toneladas, ha impedido que se presenten obras de gran formato -siendo una excepción la muy aplaudida por el público "Puerta de la libertad"-, pero que en todo caso fueron realizadas para abrazarse al viento, el mar y la tierra, como el todavía incierto proyecto de Tindaya. Las 160 obras recogidas por Kosme de Barañano, buen conocedor y amigo de Chillida, ofrecen un recorrido suficiente, si no algo prolongado, con 60 esculturas de acero corten y granito, 20 chamotas y piezas de alabastro, 20 "gravitaciones" (grandes relieves en papel) y 60 dibujos y grabados, producción gráfica sustantiva del artista desde 1959. Con un presupuesto de 90 mill. de ptas. y el respaldo de la Fundación Caja Madrid, el montaje de Macua & Ramos, que incluye una construcción efímera a modo de terraza, finalmente, deja algo que desear (acumulaciones, fallido material fotográfico, caos en el tamaño de peanas y soportes, la misma situación en el museo, etc.) y decepciona la expectativa de considerar a ésta una exposición-consagración de un maestro del siglo XX, a semejanza de lo que se está haciendo en otros lares.