Agrela contorsionista

Ángeles Agrela. Entrevista, Galería Magda Bellotti, Madrid

El Cultural, 3 de mayo de 2007

En su tercera exposición individual en Madrid, Ángeles Agrela (Úbeda, 1966) sigue desarrollando el concepto de camuflaje sobre el que viene consolidando una interesante trayectoria artística. Como los camaleones, que apenas entrevemos mientras se mueven confundiéndose en su entorno, pero que quedan paralizados si les pillamos in fraganti sobre un fondo cromático distinto, la obra que da título a esta exposición, “La entrevista” –(¿no será “entre-vista”?), está compuesta por una doble proyección. Mientras la artista, como busto parlante, nos confiesa retazos de su biografía, en la otra pantalla, asistimos a la actuación de una contorsionista. Se trata, entonces, de un juego de exhibicionismo, en el que ambas protagonistas hacen gala de facilidad en un doble plano: físico e intelectual. La fascinación que nos provoca el despliegue desenvuelto de las evoluciones de aquellas posturas imposibles, vendría a ser el equivalente del valor supuesto de esa otra sincera “interpretación”: la conceptual sobre la propia práctica artística. ¿Pero no es también, al tiempo, un juego de ocultación?
Del mismo modo que el éxito de la contorsionista radica en hacer olvidar el esfuerzo y las largas horas de dedicación que después quedan condensadas en un breve y brillante ejercicio, el viejo género historiográfico de “vida de artistas” compuso la leyenda de una supuesta capacidad innata que opacaba el aprendizaje de las técnicas de destreza. A su resultado, ya durante el inicio de la Modernidad, en el Renacimiento, se le llamó “facilitá”, cualidad atribuida a la obra de los grandes maestros plásticos y, por ella, homologados a los egregios poetas inspirados, entusiasmados, esto es, etimológicamente “endiosados”. La persistencia de esta idea -que es también una de las grandes de la historia de la cultural occidental- fue tan resistente que desembocó, en propia lógica, en la figura de un artista performativo, cuya obra es sólo comportamental y que, en ausencia de respaldo teológico, viene justificada por las huellas idiosincráticas de su biografía, en clave narcisista, cuando no dictadas por el destino.
Precisamente a ese sino apuntaba la anterior serie de Agrela, “La elegida”, surgida en el seno de otras series sobre el esfuerzo y el sacrificio último de los héroes encapuchados de los cómics, cuyas incertidumbres como pobres mortales al final quedan superadas por la misión de salvar a la humanidad. Un fin elevado semejante a la entrega al Arte, a la que se sometía Ángeles Agrela como la heroína “Artwoman!”.
Al sarcasmo de su propuesta anterior sigue ahora un tour de force frente a cierto discurso sobre el arte contemporáneo. Entre algunos artistas actuales que, como Agrela, se mueven con naturalidad entre diversos medios de expresión: performance, fotografía, vídeo o pintura, cunde la opinión de que, en gran medida, la teoría crítica ha quedado anclada en un modelo que si bien ha dejado de ser “heroico” –como en las décadas de los 60 y 70 del siglo XX donde “lo personal era político”-, sigue dependiendo de una interpretación basada en criterios referenciales, obviando los motivos intrínsecos al proceso técnico de la construcción formal de las obras.
En el proceso de Agrela, que lleva ya una década trabajando sobre el ilusionismo de la representación entreverado con el juego de identidades –desde aquellas fotografías en que se mimetizaba con el parqué: una versión paródica del enclaustramiento de la mujer en el espacio de las tareas domésticas–, las pinturas y los dibujos bordados sobre tela que completan esta exposición parecen haber llegado al hueso del trasunto. La verdad manifiesta en las mentiras de la cinta de vídeo da paso a una pintura que es toda piel y vísceras. (continuará).