BIACS 3. Consumo tecnológico, razón tecnócrata

Bienal de Arte Contemporáneo de Sevilla. Youniverse, CAAC, Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, Sevilla / Palacio de Carlos V, Alhambra, Granada
Comisarios: Peter Weibel, Marie-Ange Brayer y Wonil Rhee

Publicado en Cultura/s, 3 de diciembre de 2008

Convengamos en que el título elegido para la III Bienal de Arte Contemporáneo de Sevilla: Youniverse, parece más un eslogan publicitario de las grandes compañías de consumo tecnológico que algo que pueda recordar a la misión encomendada al arte por Horkheimer y Adorno en la Dialéctica de la Ilustración, tan leída en los años sesenta y setenta del siglo XX –cuando los artistas comienzan a subvertir las posibilidades de los nuevos medios-. En el optimismo que expresa el comisario estrella Peter Weibel en el poder emancipador para los individuos de la tecnología, que pone bajo control, a la disposición de cada cual y en el momento que quiera, “su propio universo”, no queda rastro de la vigilancia, la reflexión y la crítica a que debe someterse la razón tecnocrática. Youniverse es el leit motiv de la exaltación fascinada por la interactividad, la satisfacción infantiloide de tocar y probarlo todo y el ludismo fundado en la sorpresa tonta ante torpes prototipos de diseño y decoración que la industria perfeccionará.
Un discurso grandilocuente y bobalicón, destinado a vender un presupuesto de 2’5 millones de euros a un grupo de empresarios que patrocinan la Bienal de Sevilla junto al soporte de las instituciones de la administración andaluza, cuyo objetivo es, como en cualquier otra, lograr cifras aceptables y siempre mejorables de asistencia. La obsesión por el crecimiento continuo también se halla en los datos que se aportan en la inauguración: el doble de artistas invitados que en las dos ediciones anteriores, con un total de 170 firmas, y 184 obras, 26 de ellas producidas expresamente para el evento. Cuando vuelvo unas semanas después, encuentro el CAAC sevillano invadido de grupos escolares y de jóvenes y me pregunto si esta bienal no será un ensayo del proyecto de convertir el futuro C4 cordobés en un popular centro de “arte y tecnología”. Pero quizá, como aquí ocurre, más del entretenimiento facilón de la tecnología que de un observatorio crítico y centro de creación con herramientas proporcionadas por nuevos medios. ¿Arte para el gran publico? Si bajo el señuelo propagandístico, se pretendía plantear el debate entre arte y tecnología, lo consigue.
Por otra parte, esta bienal desprende cierta impresión acomodaticia. Como portada, a la entrada de la Cartuja, The Morning Line: una obra elengantona de Matthew Ritchie, encargada por la Fundación Thyssen-Bornemisza Art Contemporary, que coquetea con dejar algo de su colección en Andalucía. Ya en el recorrido, buena parte de lo mejor: las piezas clásicas que dan lugar a una reconsideración en retrospectiva de la influencia de los pioneros, de Nam June Paik a Bill Viola, proceden en su mayoría del ZKM, Centro para el Arte y la Tecnología de Karlsruhe, del que el comisario principal es director. Y otro tanto puede decirse de las maquetas de arquitectura visionaria y ecológica traídas por Marie-Ange Brayer, como directora del Frac de Orleáns. La nota global la ha puesto el coreano Wonil Rhee, pero su aportación es muy desigual, con algunas obras de factura tradicional y auténticamente horribles desde un punto de vista estético y otras meramente decorativas, como esos biombos chinescos con pajarillos animados que sin duda pronto se comercializarán en los todo a cien. Por último, el conocimiento de la utilización de los nuevos medios en el arte español y en concreto made in Andalucía es pobre y contradictorio: a los trabajos imprescindibles de Concha Jerez y José Igés, Antoni Abad, Hacktitectura.net, por ejemplo, y la disposición al público del Reactable -creado en 2005 por un equipo de investigadores y músicos en la Univ. Pompeu Fabra y Prix Ars Electronica 2008-, se suman presencias aquí poco comprensibles, como la gran tela pintada Enjambre de Curro González.
Sin embargo, por primera vez –y ha sido un acierto-, se ha intentado extender la Bienal a la ciudad, con trabajos de carácter público, entre los que destaca la instalación en la Torre de los Perdigones de Colours by Numbers, a cargo de Loove Broms, Milo Lavén y Eric Krikortz: cuya efectiva manipulación lumínica mediante teléfono móvil simboliza “la democratización comunicativa del espacio público, en la cual la voz de cada uno es crucial”. Y también en su ampliación, en la excelente exposición en Granada, hallamos la instalación más rotunda, T-Visionarium del australiano Jeffey Shaw: creada en el entorno universitario, pasará a ser la obra definitiva de esa larga serie a la que veníamos asistiendo sobre la pantalla total.