Doméstico 08

Doméstico 08, el papel del artista, c/ Calatrava 27, Madrid

Publicado en El Cultural, 6 de noviembre de 2008

¿Es todo sólo negocio en el arte contemporáneo? En una ciudad como Madrid sumida en los excesos de instituciones y mercado, poco espacio queda para propuestas divergentes del guión fijado. Jóvenes galerías y espacios paralelos con proyectos innovadores y fórmulas inéditas de gestión, pero con escaso o nulo presupuesto para publicidad, son desatendidas por la prensa, por lo que su capacidad de influjo queda diluido, ya como presagio seguro de una aventura efímera. En esta ceremonia de asesinato por asfixia todos estamos implicados: un público demasiado complaciente con las novedades pero de sensibilidad infiel a lo distinto pone su granito. Y también los artistas. El cuestionamiento de su responsabilidad forma parte de la propuesta “El papel del artista”, un juego de palabras entre lo que los artistas hacen sobre papel y el papelazo que pueden llegar a desempeñar. Como reza la sugerente invitación: “Algunos artistas usan el papel para hacer garabatos, otros como soporte para sus obras, también los hay que pierden los papeles”.
La iniciativa viene de la mano de Doméstico, uno de los proyectos guadiana más queridos en el seno de nuestra comunidad artística y que en los últimos tiempos se echaba en falta. Surgido en el año 2000 y después de cuatro felices ediciones de las que se conserva buena documentación en el catálogo Doméstico’04, llegó el inevitable silencio, roto el pasado año por una edición exclusivamente radiofónica. Ahora, de nuevo de la mano de Teodora Diamantopoulos, Joaquín García, Andrés Mengs, Giulietta Speranza y Virginia Torrente, vuelve Doméstico ’08. Por el camino se ha quedado alguna de sus señas de identidad: ya no asistimos a la okupación de espacios privados (antes hogares o escuelas) en donde tanta pregnancia adquirían las intervenciones. En el local actual, no queda ningún rastro de anteriores actividades y el adecuado panelado para el montaje le presta un aspecto expositivo bastante convencional, a excepción de las pinturas sobre baldosines en los servicios a cargo de Nuria Mora (antes en Nuria & Del Tono). Pero sigue firme en su convicción de una aproximación más cotidiana al hecho artístico, su vocación no profit (sin beneficios económicos; y, de ahí, el horario vespertino) y el esfuerzo de ofrecer un lugar de encuentro y, en concreto, los jueves, múltiples actividades durante tres meses: música, acciones, programas de vídeo, mercadillo de trueque de papeles y la presentación del libro Tot Estrujebank, un colectivo germinador que animó la escena de finales de los ochenta, pero cuya herencia todavía se hizo explícita en los inicios de Doméstico. Y al que en esta edición, de alguna manera, en su decidido tono menor, se rinde homenaje con dibujos muy penetrantes, de enorme carga sexual, de la desaparecida Patricia Gadea (Madrid, 1960- Palencia, 1977), justo al comienzo de la exposición.
La excepción más notable de una muestra que vale de repertorio significativo de una generación de artistas nacidos en la década de los setenta: entre los que es tan frecuente el uso simultáneo de diversos medios como la atracción por el lenguaje franco de un soporte tan humilde como el papel. Pero también es muy sintomática aquí la presencia de algunos seniors: como Luis Salaberría (Málaga, 1965), que ha ceñido su trayectoria al dibujo ingenuamente perverso. Así como a otros, a quienes Doméstico parece prestarles un contexto adecuado para presentar en público la incertidumbre ante una nueva etapa, cuyo proceso nos enseña Azucena Vieitez (San Sebastián, 1966); o bien, experimentaciones muy alejadas de su estilo reconocible como, por ejemplo, las viñetas de Abraham Lacalle (Almería, 1962). También, entre lo insospechado, está la crítica en lenguaje de cómic y a todo color arcoiris de Francesc Ruiz (Barcelona, 1971) a la doble vertiente celebratoria y mercantil (Mortadelo vs. el pato Donald) de las manifestaciones del orgullo gay, mediante diseño digital. Y también Juan Pérez Agirregoikoa (San Sebastián, 1963) se ha apuntado al cómic, aquí con una parodia de pelea entre Supermán y Batman. Miguel Ángel Rebollo (Madrid, 1970), sin embargo, ha optado por parodiar en enorme formato una cacería de ciervos, el género de pintura más aceptado universalmente como pusieron de manifiesto Komad & Melamid hace unos años, sombreada a base de finos trazos azules con bolígrafo.
Como es, de hecho, imposible dar cuenta de cada trabajo, entre la participación extranjera aunque con artistas que ya han expuesto alguna vez en nuestro país, destacaría la coherente participación de Anne-Lise Coste (Marsella, 1973) conocida por sus alegatos contra el sistema del arte actual, con obras-proclama como Professionalization is killing art, pero aquí con una obra muy colorista; las finísimas e impactantes arquitecturas flotantes sobre magmas explosivos de Pier Stockholm (Lima, 1978); y los exquisitos y falsos recuerdos de viajes a Madrid de Mateo López (Bogotá, 1978). Si la memoria necesita de la fijación de la representación, otro tanto podría decirse del auxilio de la narración: de eso tratan los siniestros dibujos de mobiliario doméstico de la anglo-alemana Lilli Hartmann (Rosenheim, 1976): su excelente factura no debe hacer olvidar leer los fragmentos narrativos inscritos, más que perturbadores.
También con enorme poder evocador, y muy crítica, la única obra que grabada con gubia sobre el verde mobiliario escolar se sale del papel: el conjunto de la serie La mala hierba del asturiano Iván Pérez (Tines, 1973), cuyos conocidos vídeos y fotografías abundan en mirar cara a cara lo doméstico e inmediato.