Documenta 12

“La mediocridad y lo informe. Documenta XII”

Publicado en ExitExpress n. 30, octubre de 2007

Unas semanas después de la inauguración, no queda rastro cosmopolita. En la pequeña Kassel sólo se oye hablar alemán. Estampida general. Prevenidos por la decepción mayoritaria de los críticos, si acaso, se avistan algunos turistas veraniegos de países limítrofes, que engrosarán ese “visitante más” sobre los 650 mil de la anterior edición que la organización esperaba recibir. El estudio de mercado funciona: como su director artístico de esta duodécima declaró en uno de los previos “la Documenta tiene un público mayoritariamente alemán, que no va a Venecia … Es la única muestra de arte contemporáneo que ven, es gente que por tradición va cada cinco años”. Sin duda, una de las estrategias de “miniaturización” de la Documenta a las que Roger Buergel (Berlín, 1962) y la comisaria, su mujer, Ruth Noack (Bremen, 1964) se han aferrado para sacar adelante el proyecto. En este caso, la defensa del fenómeno local, en el sentido meramente regional (ni mucho menos versus lo global –posfordista), frente a la misión conceptual que se le presupone desde que se instituyó (docere –enseñar/ mens –mente). Pero hay otras, que repasaremos aquí.
A estas alturas, la pregunta del millón es qué llevó al comité seleccionador - del que formaban parte, entre otros, Catherine David y Manuel Borja-Villel, quien previamente había hospedado el proyecto itinerante y disperso “Quem volem ser governats” en la programación del MACBA- a confiar 19 millones de euros y 17.000 metros cuadrados de exhibición a este tándem, con sólo un lustro de experiencia curatorial. Al parecer, un elemento decisorio en la entrevista fue la oposición de Buergel al rol de diva del curator. Pero eso fue antes de que sorprendiera su nombramiento, incluso en Alemania. Conforme se gestaba y acercaba la fecha de inauguración, Buergel se fue transformando en gurú, lanzando preguntas tan transcendentes y peregrinas como “¿es la modernidad nuestra antigüedad? ¿qué es la mera vida? y ¿qué se puede hacer, qué tenemos que aprender para hacerle frente espiritual e intelectualmente a la globalización?” En un alarde de ramplonería que iba creciendo exponencialmente a base de vaguedades (“la Documenta es una exposición sin forma”), premeditadas omisiones (sin lista de “nombres” participantes hasta la presentación tres días antes de la apertura), golpes de efecto carismáticos (operación marketing Adriá, con el que batió el primer récord: 2.700 periodistas a disposición), hasta concluir en un montaje opaco, confuso y desconcertante, pero reiterativo como los mantras, del que ni siquiera queda testimonio (contrastable) en el catálogo: sin argumentación teórica y ordenado cronológicamente y, aleatoriamente, con sólo una obra por participante. A estas alturas, con nuestra bien fornida tradición moderna del fracaso (escombro, etc.), a este neorromántico chic se le podría haber disculpado la apuesta más aberrante. Pero este ejercicio exhibicionista de mediocridad que destila cinismo a destajo e instaura el “todo vale” en nuestra vertebradora de relatos Documenta, mientras sentencia como un profeta de la anarquía de los Persas el fin de la historia (occidental) y la irremisible y consiguiente “vuelta al orden” (de la especulación mercantil, esto es, tiranía del caos), francamente, es harina de otro costal.
De hecho, el formalismo schilleriano de Buergel (“será bella”) aboga por la idealista solución individual (“activar a la gente a hacerse cargo de sí mismos” -¿en el neoliberalismo?). Y su epatante originalidad esotérica: el mantra de los antiguos documentos textiles, las caligrafías y miniaturas sobre papel de Medio Oriente (que facilita el leit motiv de la “transmigración de las formas”), un ardid inspirado en el historiador vienés (y antisemita) Josef Strzygowski (1862-1941), cuya teoría de la decisiva influencia de aquel en el arte europeo (p.e., Oriente o Roma, 1901) contribuyó a perfilar el misticismo del origen de la raza aria. Aunque finalmente Roger Buergel no se remontó literalmente al Medievo, en un gesto inédito en la historia de Documenta la pieza más antigua pertenece al siglo XVI. Es difícil adivinar el sentido de las otras veinte piezas, heterogéneas, con que se alcanza el arranque del arte contemporáneo, a finales de 1950. Pero no es menos cierto que con las más de doscientas obras (de un total de 500, con cuyo resto se muestra arte reciente, de los últimos quince años) no se ofrece ninguna relectura novedosa. Si bien se rehabilita performers del Bloque del Este de las décadas de los sesenta a los ochenta, el espectador viajero bien puede preguntarse si éste era el lugar idóneo para hacerlo. (Regionalmente, sí).
Aunque el bajo perfil de una gran parte de los artistas participantes hizo creer en un primer momento a Buergel, quien había declarado haber pasado tres años rastreando obras por el ancho mundo, tras un repaso más detallado, constatamos que apenas hay artistas que no hubieran sido incluidos ya en las populares selecciones de Taschen (Art Now) y Phaidon (los Cream y Vitamine) o diversas colectivas étnicas. Su insistencia en el dibujo en pequeño formato sobre papel es un género bien explorado en la museología occidental durante la última década. Y resulta poco estimulante el punto de llegada de la transmisión textil, con las aburridas muestras de color en moqueta de Gerwald Rockenschaub y la muy sobrevalorada Cosima von Bonim quien, por cierto, junto a la excesiva contribución de su compatriota, la pintora Monika Baer, configura un panorama demasiado desolador del estado del arte actual en Alemania. Criticar el mal gusto de Buergel y Noack es naïf, de manera que atribuiremos esnobismo (suponemos desinteresado) a la extraña predilección por artistas marginales (¿demostración de pureza?), pero muchos de cuyas obras no desearíamos volver a ver, y en concreto por pintores con sensibilidades tan diversas como Juan Dávila, Lee Lozano y Kerry James Marshall -que disfrutaron de monográficas encubiertas, con obras repartidas por cada una de las sedes-, si es que no nos atenemos al consabido reparto de representación de las diferencias.
En este sentido, ha sido muy notable la aportación de Ruth Noack, especialista en arte feminista, con una sensata y actualizada “reconstrucción” de esta tradición, con hitos y encargos recientes. Sin duda, su mirada es responsable de que de los quince artistas estadounidenses participantes, diez sean mujeres (con la muy notable instalación de Leonor Antin, “The Angel of Mercy”, 1977). Lástima que la dispersión volviera a emborronar este núcleo y el desastroso montaje haya reducido al decorativismo las instalaciones de Mary Kelly en la Neue Gallery. Y exasperado al espectador ante el inadecuado espacio de proyección para el interesante y fresco documental sobre bondage “Lovely Andrea” de Hito Steyerl en el gallinero del Friedricianum.
A pesar de que la Documenta 12 será recordada por la mayoría por su debilidad y excentricidades, buen número de obras horribles y errores de montaje de bulto, incomprensibles, sin embargo, además de las ya mencionadas, contó con piezas sobresalientes que sí respondían al propósito de propiciar una experiencia estética sensual, reflexiva e íntima en el espectador. Una obra que marca nuestra época, perfectamente realizada y mejor montada es “Phantom Truck/The Radio” (en la documenta-halle) del español Íñigo Manglano-Ovalle, afincado en Estados Unidos, al que la prensa en nuestro país, sin embargo, no hizo ningún caso (ante el mediático Adriá, el desastre de las piezas perdidas de Oteiza y el “no-comercial” Aranberri) –pero ya se sabe que quien se fue a … Y a propósito de sillas, de “la Documenta de las mil y una sillas”, también quedará en el recuerdo la obra monumental “Template” derrumbada por la tormenta en el jardín de la Orangerie del artista chino Ai Weiwei, quien había sido el artista más destacado en el Art Unlimited de Basilea de este año, y cuyo gran prestigio en su país ayudó a encontrar financiación para la visita a este evento de otros tantos compatriotas.
Esta obra viva de los 1.001 chinos, el campo de amapolas de Sanja Ivekovic frente al Friedricianum (hoy con 70 especies de plantas distintas) y el campo de arroz de Sakarin Krue-On bajo el Wilhelmshöhe han cubierto la vocación beuysiana de la Documenta (aunque la actualización de las pizarras y el trabajo relacional ya concluido de Ricardo Basbaum eran deprimentes, como casi todo en el Aue-Pavillon). Incluso la resultona performance en sesión continua de Trisha Brown en el Friedricianum. No así la espantosa y manida intervención atravesando su fachada de la brasileña Iole de Freitas, aunque no dudo de que respondiera también a la recreación historicista de la propia Documenta, lo que también ha llevado a calificar a esta edición como “la de las cortinas”, rememorando los viejos tiempos de Arnold Bode. En todo caso, Roger Buergel se ha portado bien con los organizadores de Kassel, que ya están preparando su capitalidad cultural para 2010.
El concepto de simultaneidad parece haber sido muy importante en la confección y montaje definitivos de esta edición. Aunque la versión original se encuentra en “Tiempo de mujeres” de Julia Kristeva, la prolongación por parte de otros teóricos, divulgación y evidente abuso de Buergel y Noack ha desembocado en un amorfo que homologa de un plumazo las metodologías de la teoría y la historia del arte hoy en disputa, como si se tratara del horizonte final. Y ofrece un resultado enciclopedista: o sea, el totum revolutum en donde se neutraliza lo bueno, lo malo y lo peor.
La fallida Documenta 12 se ha disculpado bajo el argumento de su redimensión inevitable en la espectacular y rentable ampliación global del arte contemporáneo en las últimas décadas. No nos engañemos: las hibridaciones, en el mejor de los casos, responden a modelos de adaptación neocolonial. Y en conjunto, más que nunca necesitamos propuestas de análisis y reflexión. Esperemos que el impasse en que ha quedado Documenta no sea irreversible.