El oficio de artista

Contribución en la mesa sobre “El oficio de artista”, Casa de Velázquez, Madrid, abril de 2003

Condición social y de vida del artista:
¿Debe considerarse al artista como un trabajador cultural que, por consiguiente, puede disfrutar de todas las ventajas jurídicas, sociales y económicas que corresponden a su condición de trabajador?
¿Qué posición social ocupan en la sociedad los artistas? ¿qué función tendrían que desempeñar? ¿deben considerarse a los artistas como trabajadores culturales?

En primer lugar, quiero aclarar que desde un principio las opiniones que expondré a continuación están determinadas por el momento que vivimos. Un momento histórico que muchos no dudamos en calificar como de nueva amenaza del fascismo. El hecho de que el Gobierno español, en divegencia con el eje franco-alemán, dando la espalda a Europa, se haya puesto del lado del imperialismo estadounidense, agudiza aún más la necesidad de plantear aquí el rol social del artista en relación a su papel cultural, entendido en toda su crudeza, dado este horizonte en el que poco valen las medias tintas, es decir, en términos políticos. Retomando, por tanto, la estela de la tradición de crítica de la cultura.

En mi opinión, dado que hoy el arte no puede comprenderse sino inscrito en el análisis de la industria cultural, la figura del artista requiere ser redimensionada a su lugar –lógicamente como productor o trabajador de esa industria cultural.
De poco sirve, como hace algunos años volvía a proponía Jean Clair en su polémico ensayo La responsabilidad del artista, desligar el valor estético de la obra del posicionamiento social y político del artista desde el momento que sabemos que el criterio de calidad de una época, también de nuestra época, depende de valores ideológicos mutables que dan lugar al establecimiento de cánones históricos, aunque supuestamente naturalizados. Obviar la posición social del artista, alegando que el fin último de su obra es atemporal, o si se prefiere en términos más actuales, transhistórico, en mi opinión, simplemente supone alinearse con la opacidad sobre el funcionamiento del sistema de la industria cultural, basado firmemente en el mito de las estrellas, como subrayaba Adorno, o en otras palabras, la mistificación de la excepcionalidad del genio artístico. De manera que el artista que actualmente se desentiende de la crítica a la estructura del mundo artístico y de la función de éste en el conjunto social labra el (presunto) éxito de su obra sobre el vasallaje al poder de la burguesía, reconociendo su producto como bibelot, o dicho de otro modo, como un producto que debe adaptarse a unas normas estrictas, similares de las que al fin y al cabo dependen las artesanías.

De aquí se seguiría, que de acuerdo con “El autor como productor” (1934) de Walter Benjamin –presentado en el Instituto para el Estudio del Fascismo parisino en respuesta a la estetización de la política dirigida por el nazismo- que (1) el artista habría de intervenir, en tanto constructor de una cultura crítica, en los medios de producción artística. Pues para Benjamin, quien perfectamente desgrana la complejidad del problema de la relación entre artista y posicionamiento político, no basta con que la obra presente la “tendencia correcta”, es decir, comprometida. Si no que es también necesario que la tendencia que presenta esa obra, como producto, esté de acuerdo con una reflexión sobre las relaciones de la productividad de la época. De manera que la innovación en las técnicas (“transformadoras”, “revolucionarias”, atentas e incluso invasivas en los medios de masas, -en conexión con la multitud, diríamos quizá hoy-) es un elemento sustancial que, en el caso del análisis de Benjamin, protege además la producción estética del mero panfleto contenidista.
[La actualidad de este texto de Benjamin ha sido respaldada por los comentarios aplicados a las artes plásticas de Buchloch, en la década de los 80, como alternativa a la capitalización de la cultura y la privatización de la sociedad bajo Reagan, Thatcher y compañía, y de Hal Foster en los 90, en el “El artista como etnógrafo”, en donde advierte de las dificultades de un proyecto semejante: desde la “vacunación” de la crítica negativa inscrita en los recintos del arte a la sobreidentificación de los artistas “etnógrafos” tanto cuanto el posible exceso de reflexividad que en principio salvaría esa sobreidentificación pero que podría llegar a convertirse en producción hermética, es decir, reservada a unas élites]

Sin embargo, puesto que todavía a muchos les parece irrenunciable la defensa de la libertad individual en la creación artística -frente a la alienante división del trabajo-, aún cabe (2) considerar el posible encuadramiento social del artista desde el que podría hacer explícito su posicionamiento y también hacer visible su discrepancia frente a la industria cultural -que también podemos llamar sociedad del espectáculo, en términos de Guy Debord, o sociedad de control, a la manera foucaultiana- y frente a los problemas concretos de la época en la que vive.
Pues, como sostuvo Lucy Lippard, en “Caballos de Troya” (1984, recogido en B. Wallis, Arte después de la modernidad), bajo una de las sentencias más repetidas sobre el arte activista: “El arte no puede cambiar nada, de modo que si te preocupa la política deberías hacerte político en vez de artista”, se asume la parálisis total del artista. También olvidando la eficacia de la “organización” dentro de la comunidad artística. Como afirma Lippard, “Los artistas por sí solos no pueden cambiar el mundo. (..) Pero lo que sí podemos hacer es elegir formar parte del mundo que está cambiando”. Y añade: . No hay ninguna razón por la que las artes plásticas no puedan ser capaces de reflejar la sensibilidad y las preocupaciones sociales de nuestro tiempo con tanta naturalidad como las novelas, las obras de teatro o la música”.
Esta segunda aproximación nos hace ver la debilidad de la postura de los artistas en España ante el “no a la guerra”: la debilidad del asociacionismo, la generalizada actitud temerosa frente a mercado e institución, etc. En estos meses pasados, tras una primera declaración en ARCO que, para ser una feria con vocación comercial parece haber asumido demasiados papeles (mercantil, + institucional, + supuesto debate, etc.), la presencia de los artistas, por no decir de la comunidad artística, prácticamente ha desaparecido, en evidente contraste con otros trabajadores culturales (teatro, literatura, música, ensayistas y periodistas ...).
Y es sobre esto que a mí sinceramente me gustaría conocer la opinión de los asistentes.