Mayte Bayón

Mayte Bayón y sus guardianes de turbulencias


Desde que conozo a Mayte, mis encuentros con ella han ido formando un suma y sigue trenzado por sus relatos de alucinaciones diurnas y sueños nocturnos. Sin que fuera yo, sin embargo, interlocutora excepcional, la inminencia de la narración se hacía necesaria por la fuerte carga simbólica de las imágenes, que ella siempre ha tratado de descifrar como señales y premoniciones ... vestigios recordatorios de una phantasia somnialis infatigable, incluso incómodamente pródiga que, a modo de sino, ha dictado su vida y su obra como una divinatione per sonium.

Imágenes y palabras: Mayte Bayón pertenece a esa tradición de artistas visionarios cuya creación se expresa cruzando las fronteras entre poesía y pintura. Como Victor Hugo, como Alfred Kubin, como Stanislaw Witkiewicz, Antonin Artaud o Henri Michaux, el hálito romántico de la urgencia por la visibilidad del flujo interior allende las barreras de lo consciente ha retroalimentado su obra, con frecuencia poblada de figuras perturbadoras junto a monsergas y refranes burlones, grotescos, obscenos (“Lamentaciones ilustradas”, ”Loa a las Damas cachondas” y “Escritos de la Enajenada”). El humor le ha servido, entonces, como contraste de representaciones, del “sentido de lo desatinado” y del “desconcierto y esclarecimiento”, funciones avistadas por la tradición romántica (Vischer, Fischer, Lipps..) y que finalmente Freud recoge en el “El chiste y su relación con lo inconsciente”; sin que por ello la obra de Mayte Bayón pueda adscribirse al inconsciente surrealista, más allá del surrealismo difuso que el propio Bretón detectó en la idiosincrasia del carácter hispano en su visita a España. Más bien, su confluencia con el afloramiento del inconsciente pasa por las “visiones paralelas” de la creación en los estados bordelianos. Durante años, a semejanza del “territorio Evrugo” de Zush, Mayte Bayón ha construido un sitio plástico defendido por el detalle caligráfico, la pulcritud del orden repetitivo, la insistencia en el punteado ... rasgos tan comunes en las creaciones “insanas” y terapéuticas del llamado arte marginal, de profunda transcendencia para las vanguardias históricas, como en las representaciones mánicas (místicas y rituales) de culturas ancestrales. Hay en la obra de Bayón un nomadismo por las selvas negras, que se hace explícito y patente en muchos de los travestismos africanos bajo los que esta artista, en claro desdoblamiento de personalidad, se autorretrata en sus cuadernos y que, intermitente, ha ido dando lugar a series de conjuros y amuletos, junto a una “nueva estatuaria modélica” de factura polimorfa, mestiza y muy personal: pequeños totem protectores, amuletos y fetiches.

Ahora, los “cerebros turbulentos” han surgido en el proceso creativo de Mayte de una tirada: como engendros de una pesadilla de la que desembarazarse. Se diría: se han manifestado y han vuelto a callar. A pesar de la celeridad en la plasmación, se han presentado como una serie cerrada, con la completud del ciclo anual. Los doce, a semejanza de los doce dioses que formaban el panteón griego, llevan el estigma trágico del pensamiento líquido. Aparecen como fisionomias expectantes. Una galería de caracteres que muestran las fisuras de la fragilidad mental: la duda, la ira, el desconsuelo, la obcecación, el hechizo, ... mucho más que un encuentro con los antiguos pecados capitales, estos rostros que conservan residuos de las analogías animales y temperamentales típicas de las Fisiognomías clásicas, nos alcanzan como los testigos de esos instantes picnolépticos que, en opinión de Virilio, acechan con recurrencia inapelable al individuo contemporáneo: evasiones desapercibidas, involuntarias “vacaciones del alma”. Pero que fijados ahora y, por la energía que irradían, actúan como espejos insondables de olvidados momentos de labilidad emocional en donde reencontrarse y en donde nosotros también podemos hallar fijeza.

Por eso no callan. Más bien parecen arcanos de la polisemia. Sin duda son los mensajeros de un cambio sin vuelta atrás en la trayectoria de la artista. Su abrupta irrupción, como al final del marasmo, la han obligado a una suelta grafía expresionista, libre de la protección de acostumbrados códigos y recursos estilísticos: veladuras y texturas en las que, como pintora de taller interminable, ha alcanzado probado dominio. Las metamorfosis de los cuerpos en geniecillos y alimañas han atravesado el velo de lo maravilloso. Es el rostro humano al fin el que interroga. Casi al desnudo, con la traza segura del saber espontáneo, por acumulado; como un rebasamiento.

Por eso, esta serie marca un nuevo principio. Desde que “aparecieron” estos nuevos guardianes, la artista ha sufrido un proceso de “aggiornamento”, en el sentido menos frívolo de la expresión. Un ajuste de cuentas. El laberinto onírico, con sus borbotones de obsesiones invasivas, se va recomponiendo como una casa revisada bajo otro orden poético. Atrás va quedando cierta peterpanmanía, que amenazaba antes como foso estanco. La expresividad exhibicionista de Mayte sale de entre las páginas de sus cuadernos y, volviendo a su cuerpo, discurre por colaboraciones sonoras y performativas, englobando nuevos géneros y marcos de representación. La divinatione per sonium, una vez más, se cumple.

Publicado en 2000