Eulalia Valldosera cierra el círculo

Eulalia Valldosera, Dependencias, MNCARS, Madrid
Comisaria: Nuria Enguita

Publicado en El Cultural, 15 de marzo de 2009

Redonda. En la comunidad artística hay unanimidad: con esta exposición Eulalia Valldosera (Villafranca del Penedés, 1964) ha alcanzado la madurez, es decir, el completo dominio de su lenguaje y capacidad de transmisión. La muestra, además, cuenta con el entusiasmo que está viviendo el nuevo equipo del MNCARS, que está dando la vuelta al museo como a un guante, incluso convirtiendo las antes imposibles salas de exposición del edificio Nouvel en un espacio mágico, como en este excelente montaje, con fuerte implicación de la artista. Ya que Valldosera siempre ha refutado la objetualidad del arte para entenderlo como una experiencia, en tránsito. Y, por tanto, como una situación sujeta a su puesta en escena. Pero esta exposición es extraordinaria también porque la artista afronta dos décadas de trabajo revisadas desde la producción reciente: completando el círculo que se inicia desde su experiencia catártica del cuerpo a las palabras de los otros, para transferir la construcción de imágenes, sentidos y significaciones a los demás.
Esto es lo que pasa en Dependencias, la brillante instalación participativa que abre el recorrido. Gracias al porteo de carros de supermercado con los proyectores a cargo de los visitantes, discurren y se superponen imágenes en travelling de la vida cotidiana: pasillos de mercancías, oficinas y aeropuertos; junto a galerías de museos (las de la exposición Nancy Spero, en el propio MNCARS) y estantes de libros de arte. Tomados desde un punto de vista bajo - marcado por la sombra chinesca de una mujer acarreando un coche de bebé y los paseantes que intentan no derramar el líquido de un vaso-, como estrategia para desestructurar los mecanismos habitualmente asumidos en la contemplación de la imagen y la necesidad de recomponer una narrativa personal: en el ir y venir, entre las transparencias en movimiento. Momentos de fe y momentos anodinos, repetidos y olvidados. En un continuo, del adentro al afuera del museo para tomar posición: desde el lugar de una mujer.
Después de esta experiencia, el visitante acepta con normalidad que un envase de limpieza se pueda convertir en su mejor confidente. También las imágenes de híbridos de teléfonos móviles y otros aparatos tecnológicos con alimentos en la cocina como bodegones actualizados. Y las cajas de detergente borradas por frotación junto a una denuncia por violencia machista.
Valldosera siempre se ha servido de objetos ordinarios. Desde hace una década fue tomando grabaciones en vídeo de la relación de dependencia que mantenemos con objetos personales, fetiches que modelan nuestra identidad y pertenencia a un origen, una actividad, unos lazos afectivos, a un territorio. Pero ¿qué ocurre cuándo los objetos también migran? El mosaico poético de declaraciones de mujeres inmigrantes sobre objetos inseparables, perdidos y recordados habla de la sociedad líquida en la que toda solidez y vínculo están amenazados por el reemplazo de la mercancía.
Pero son los líquidos, las transparencias y las sombras las herramientas básicas que ha utilizado desde sus inicios y es por ello que el trabajo de Eulalia Valldosera ocupa un lugar tan destacado en la actualidad. En esta exposición, en el trayecto de retorno llegamos hasta sus primeras obras, un cuartito alumbrado pobremente por una bombilla repleto de dibujos de tinta china, técnica cuya fluidez e instantaneidad le conduciría a la construcción de la imagen en términos performativos. Es emocionante ver cómo desde El ombligo del mundo (su propio ombligo), Valldosera fue ampliando su cartografía a su cuerpo y después a sus sentimientos, rebelándose contra la cuadrícula y barriendo ceniza a modo de exorcismo. Y es ese juego de construcción de la imagen con blancos, negros y grises lo que posteriormente utiliza en forma de proyecciones y sombras para discrepar de las asunciones que el sistema patriarcal hace asumir a cada mujer (y a cada hombre). Y deshace el discurso de la sustancia, la identidad permanente y la autoridad –al final de la cadena, la madre castradora-, que simboliza iconoclasta con una botella de detergente. Luego, en una nueva etapa, las transparencias móviles y espejadas del fluir de la vida se condensan en líquidos rojos (del amor y de la sangre), para hablar desde el cuerpo de las relaciones con los otros. Círculos y ciclos que se irán ampliando como las ondas en el agua y los haces de luz, hacia un discurso cada vez más claro y lúdico, pero conservando su honda raíz germinal.
Porque Valldosera siempre nos remite a lo real, a la corporalidad y la materialidad concreta y cotidiana, a incertidumbres y esperanzas, toda esa vida que se pretende negar, velar y recubrir en este sistema fantasmático y alienante. Que la artista desvele su opresiva falsedad con esos medios aparenciales, cinéticos y cosificadores es resultado de una compleja cocina, de sólida y continua reflexión poética y formal plasmada en sus diarios, aquí compartidos, para continuar el diálogo con el público.