Fantasmagoría. Inventores de ilusiones

Fantasmagoría - Dibujo en movimiento-, Fundación ICO, Madrid
Comisario: Juan Antonio Álvarez Reyes
Publicado en Cultura/s, 7 de marzo de 2007

“Fantasmagoría” no es sólo una interesante selección de artistas contemporáneos atraídos por lo que algunos denominan “animación pobre”, sino además una propuesta de debate sobre la relación entre arte moderno y cultura popular: “la animación posee una amplia historia que ha estado ligada a la vanguardia artística y visual, conformando quizás uno de los últimos medios por explorar en el camino de asimilación que el arte contemporáneo y los museos emprendieron hace unas décadas en relación primero con la fotografía y después con el cine”, afirma su comisario J. A. Álvarez Reyes; cuya posición, por otra parte, cuenta ya con el respaldo de varias exposiciones celebradas en destacados centros de arte contemporáneo, como “Animations” (PS1, New York y KW, Berlín, 2001-2003), “Sesiones animadas” (CAAM, Las Palmas y MNCARS, Madrid, 2005), “I Still Believe in Miracles” (ARC, París, 2005), “Historias Animadas” (Caixaforum, Barcelona, Sala Rekalde, Bilbao, 2006-2007) y “Versión Animée” (Centre pour l'image Contemporain, Ginebra, 2006).
Es un acierto el énfasis puesto en sus orígenes, con la recuperación de la brillante pieza con que arranca el recorrido: la animación “Fantasmagorie” (1908) de Emile Cohl quien, en plena atmósfera decadentista, formaba parte del grupo Los Incoherentes, cuya afición por el absurdo, la risa, el circo y el cabaret les sitúa como auténticos precedentes de futuristas y dadaístas. En dos minutos, a velocidad frenética, la línea fluida del dibujo de Cohl se transforma en diversos objetos y personajes, anticipando también una de las características de los dibujos animados comerciales: la violación de la lógica, con su extremada violencia que asesina y revive a sus personajes a placer. Al parecer, Chaplin llegó a envidiar a esos personajes de animación porque “nunca tenían que pararse a respirar”. En todo caso, Cohl conocía bien su oficio de ilusionista, pues al titular este corto llamaba la atención sobre una larga tradición de inventos y artefactos visuales del siglo XIX, inspirados en el espectáculo de la linterna mágica presentado en París en 1797 por el belga Robertson, que proyectaba sobre una pantalla sucesivas ilusiones acercando y alejando la luz sobre ruedas a través de distintos cuerpos y efectos, como nubes de humo.
La popularidad de estas máquinas influyó en que Marx utilizase el término “fantasmagoría”, al referirse al fetichismo de la mercancía que, según W. Benjamín, habría quedado plasmado precisamente en la fascinación por los inventos mecánicos de las exposiciones universales y por esta incipiente industria del entretenimiento. En este sentido, la “animación pobre” de los artistas contemporáneos tendría que ver con la vuelta a un medio de expresión primario, el dibujo, desarrollado por técnicas cinemáticas sencillas y baratas que contrastan con la pantalla total y el terminado suntuoso de buena parte del arte actual: ergo, mantendrían un posicionamiento crítico que es, al cabo, el que se lleva la mayor porción en esta variada exposición. Junto al muy conocido W. Kentridge, encontramos un corto reciente de Kara Walker animando manualmente sus sombras chinescas y la sucesión ambigua de viñetas violentas de Pettibon. También resultan muy eficaces las proyecciones sobre dibujos en la pared de la suiza Zilla Leutenegger, a modo de “videodibujos”, sobre la tarea siempre inacabada de la tarea de limpieza llevada a cabo tradicionalmente por mujeres. Y felizmente sintética la sucesión de diseños gráficos entrelazados del argelino Adel Abdessemed que pretende demostrar la interrelación de las culturas monoteístas del Mediterráneo. Buenas intenciones que contrastan con los mordaces dibujos esquemáticos de Gu Dexin. Y la instalación intimista de F. Alys y los minidibujos perturbadores del joven Juan Zamora.