Gustav Klimt. El friso de la modernidad

La destrucción creadora. Gustav Klimt, el Friso de Beethoven y la lucha por la libertad del arte, Fundación Juan March, Madrid
Publicado en Cultura/s, 29 de noviembre de 2006

Tres grandes cristaleras iluminadas con la reproducción en blanco y negro de la "Filosofía", la "Jurisprudencia" y la "Medicina" -destruidas en 1945- nos saludan a la entrada de esta cuidadísima exposición, enfocada a subrayar el periodo en que Gustav Klimt (1862-1918) pasaría de ser considerado genus loci, a principios de los noventa, para convertirse diez años más tarde en protagonista internacional de la Modernidad: tras realizar el "Friso de Beethoven", todavía hoy uno de los principales activos del turismo cultural vienés.
Esta transformación, sin embargo, no fue un camino de rosas. El carácter público e institucional de estas obras situaría al pintor en el centro de controversias ideológicas y políticas. Recibió las críticas más aceradas de esa Viena "fin-de-siècle" de plumas afiladísimas e incluso la rumorología propagó el bulo de su demencia, como leemos en "Contra Klimt", con las reseñas de época recogidas (y traducidas para la ocasión) por su defensor Hermann Barr, enemigo acérrimo de Adolf Loos. Después, el artista se refugió en la pintura intimista y sofisticada, de retratos y paisajes. Pero durante aquella década, el pintor habría mostrado, a rebour y como un nuevo Prometeo, su perfil dionisiaco, legando una de las versiones más extremas de la raíz trágica y destructiva de la Modernidad. El proceso, en conjunto, ejemplifica la crisis del ideal de la libertad artística en su incapacidad para emblematizar simbólicamente un horizonte unitario de legitimación, más allá de la gastada retórica del Antiguo Régimen; y quizá, como apunta Franz A. J. Szabo, la prefiguración de una nueva cosmología organicista y redentora, donde la ansiada armonía vendría protagonizada por el eterno poder de la pulsión de Eros y por la reunión, en el abrazo, con la mujer. Lo que de paso podría explicar la enorme popularidad de Klimt en la actualidad (baste recordar que el mercado proclamó su Retrato de Adele Bloch-Bauer de 1907, vendido recientemente por 107 millones de euros, como el último cuadro más caro de la historia).
Pues lo que se intenta desentrañar en esta muestra, apoyada por bocetos, carnets y piezas coetáneas, es la aportación del pintor en su asimilación del irracionalismo afirmativo nietzscheano y wagneriano del "Friso de Beethoven" tras el pesimismo (misógino) de Schopenhauer, que predominó en la decoración del Aula Magna de la Universidad de Viena. No extraña que los profesores se ofendieran ante tales representaciones de sus disciplinas: la "Medicina" está poblada de muerte, la "Filosofía" -que entonces cernía el wittgensteiniano "Círculo de Viena"- de confusión acuática, y la "Jurisprudencia" evidencia el imperio de la sospecha. Las tres comparten un cinismo desgarrado: y nunca antes se habían visto semejantes desnudos, con los sexos explícitos de enjutas ancianas o embarazadas, manifestando la quiebra del positivismo.
Es la rabia del fracaso de este encargo público lo que estalla en la genial parte central del Friso, que aglutina "las fuerzas enemigas". Destinado a la Secession de 1902, de la que Klimt era presidente, y diseñado como una transposición al muro de la cerámica griega, bajo la enseñanza de Alois Riegl, el pintor, hijo de orfebre, despliega con frenesí elementos decorativos y estilismos orientalistas cuyo ritmo y brillo podemos apreciar ahora muy de cerca, en este facsímil de la Österreischische Galerie Belvedere. Su conclusión, pero, encierra en un útero la utopía modernista contenida en la "obra de arte total".