Ian Burns, artista bricoleur

Ian Burns. THE END, galería Espacio Mínimo, Madrid
Publicado en El Cultural, 29 de marzo de 2007

En 1962, Lévi-Strauss publicaba uno de los libros más influyentes para la reflexión contemporánea: El pensamiento salvaje, donde avanzaba la teoría general del arte como bricolaje, es decir, como reconstrucción de acontecimientos a escala menor. La reducción manual elaborada con residuos (de acontecimientos) facilitaría la comprensión de la estructura (de los mitos) para el bricoleur, así como la inteligibilidad del modo de fabricación posibilitaría la aparición de una dimensión suplementaria: la apertura de la obra al diálogo con el espectador. El “modelo reducido” acrecentaría y diversificaría “nuestro poder sobre un homólogo de la cosa; a través de él, la cosa puede ser agarrada, sopesada en la mano, aprehendida de una sola mirada”. De modo que aún cuando el artefacto sea ilusorio “la razón del procedimiento es la de crear o la de mantener esta ilusión, que satisface a la inteligencia y a la sensibilidad con un placer que puede llamarse ya estético”. En la actualidad, a pocos artistas les conviene más ajustadamente esta definición que al trabajo del australiano Ian Burns (1964) quien, en su primera exposición en España, presenta una serie de artefactos que hacen gala de su low tech para desmontar (“deconstruir”) el sistema de seducción visual de los grandes acontecimientos de la sociedad del espectáculo contemporánea.
La ocupación bélica de Irak y el negocio del petróleo, las torturas en la cárcel de Guantánamo y la fascinación (sadomaso) por el deporte, los campos de refugiados y de soldados en el desierto junto al horizonte como no-lugar del automóvil (ya en ARCO) son motivos a los que Burns inflinge una segunda humillación: la de ser construidos como fantasmagorías, a través de una proyección animada que, a pesar de disponer de microcámaras de vídeo y sistemas de audio, continúan manteniendo el rango deficiente de la caja de animación pobre decimonónica. Lo que multiplica su vis cómica hasta el ridículo: convirtiendo el acontecimiento mediático en anécdota del gran engaño.