La aristocracia del gusto. El 'gusto a la griega'

El ‘gusto a la griega’. Nacimiento del Neoclasicismo francés 1750-1775, Palacio Real de Madrid
Comisaria: Marie-Laure de Rochebrune
Pubicado en El Cultural, 29 de noviembre de 2007

‘El gusto a la griega’ nos transporta al apasionante mundo de la corte francesa antes de la Revolución, el de los Salones literarios de las damas aristócratas y sus liasons amoureux, tantas veces recreadas en las adaptaciones cinematográficas de sus confidencias, en diarios y correspondencias. Y precisamente, éste es el nombre que llevaría la publicación cultural líder de la época: Correspondance littéraire, una revista manuscrita cuyos suscriptores eran poco más de una docena de príncipes y reyes europeos, y en cuyas páginas en mayo de 1763 escribe su director, Friedrich Melchior Grimm: “Desde hace unos años, se han buscado los ornamentos y las formas antiguas; el gusto ha mejorado considerablemente y la moda se ha generalizado hasta tal punto que ya todo se hace a la griega”. Aprobación compartida por su más destacado colaborador: Denis Diderot, considerado el primer crítico de arte y azote del estilo rococó, antes en boga. En Francia, no era el único, el rococó levantaba las soflamas de los agitadores prerrevolucionarios, que utilizaban su rechazo de la empalagosa rocalla para denunciar los abusos de la aristocracia. El ‘gusto a la griega’ fue entendido como una corrección a tanto exceso, por algunos, un atisbo de esperanza, y como moda última y más apurada distinción de elegancia por sus mecenas. Desde nuestra perspectiva histórica, un estilo de transición, preludio de la consolidación del neoclásico augurado por los defensores del pintor David y que se afianzaría como estilo oficial del poder tras la Revolución.
En ninguna otra época, el gusto ha sido tan decisivo. Todo en el siglo XVIII se dirime a través de la noción de gusto: la consciencia de la subjetividad y de su libertad irrenunciable, la hegemonía política y la posibilidad del acuerdo social. Pero mientras en Inglaterra se propició la construcción de ese acuerdo mediante la formación de la opinión pública a través de revistas populares como The Spectator, en Francia el ideal del Gran Gusto defendido por la Academia al servicio de la monarquía absolutista con el fin de imponer su hegemonía al resto de Europa, llevó a un abismo de desencuentros: entre el “arte bello” y el gusto, entre la ostentación del lujo de las elites que los críticos ridiculizaban como “petit goût” y la invocación a un arte más realista, sensible a la sencillez sentimental de las capas populares, apoyado por los Ilustrados y que terminaría en la germinación del arte moderno. En 1790, un año después del inicio del proceso revolucionario, el filósofo Inmanuel Kant dictaminaría en la Crítica del juicio la escisión definitiva entre arte (del genio innovador) y gusto (consenso entre individuo y moda social), y también entre bellas artes y artesanías o artes decorativas, que todavía encontramos confundidas aquí, en el periodo del “gusto a la griega”.
De ahí que la primera parte de esta exposición honre antes a sus mecenas que a sus artistas. Pues fueron los aristócratas avisados de las nuevas excavaciones en Pompeya y Herculano -iniciadas por Carlos VII de Nápoles (futuro Carlos III de España)-, viajeros curiosos como el marqués de Marigny, hermano de Madame de Pompadour -la célebre amante de Luis XV-, y eruditos anticuarios, como el Conde Caylus, quienes alentaron el encargo a arquitectos y pintores de las magníficas piezas de mobiliario, orfebrería, relojería, bronces y pinturas -hasta un total de 130- que contiene esta exposición, en colaboración con el Museo del Louvre, patrocinada por la Fundación Santander y que después viajará a la Fundación Gubelkian de Lisboa. Mención aparte merece la sala de grabados, procedente de la colección Rotschild, así como la porcelana de Sévres, cuya Real Fábrica se sumó a la moda con diseños de reputados artistas, como el escultor Falconet. Entre las piezas expuestas se encuentran algunas procedentes de la Vajilla Orloff, encargada al célebre orfebre Jacques-Nicolás Roëttiers por Catalina II de Rusia –una de las privilegiadas suscriptoras de la Correspondance y mecenas de Diderot, quien aceptó la pintura del “blando” Joseph-Marie Vien como un mal menor. La exposición alcanza su clímax en las dos últimas salas, en donde se recrea el edulcorado conjunto decorativo del Pabellón de Música de Louvecienne encargado en 1771 al arquitecto Ledoux por Madame du Barry, quien relevó a Madame Pompadour como mecenas y también como cortesana, siendo la última preferida de Luis XV, lo que le llevaría a la guillotina en 1793.
Con esta muestra, Patrimonio Nacional revalida la calidad de su ciclo bianual de exposiciones, siempre respaldado por la perfecta adecuación de sus salas palaciegas, que se convierten en el contexto ideal para comprender los vínculos históricos de la Corona española con Europa –en este caso, el tercer “Pacto de familia” (1761), en contra de Inglaterra, de Francia y España.