La disolucion de la materia. Wolfgang Laib

Wolfgang Laib, Sin Principio – Sin Fin, MNCARS, Madrid
Publicado en Cultura/s, 23 de mayo de 2007

En 1798, el poeta romántico Novalis escribía bajo el título “Granos de polen”: “Soñamos con viajes por el universo entero: ¿No está el universo en nosotros?”. Wolfgan Laib (Metzingen, 1950) es el último epígono de esa larga cadena de viajeros y místicos alemanes de Hölderlin a Beuys, a quien Laib conoció y admiró en su juventud. Y sus auráticas superficies cuadradas de granos de polen, que parecen flotar sobre el suelo, la última versión de la disolución de la materia en una luminosidad silenciosa y mística, que con su potente atracción vibrátil absorben al espectador, como los cuadros de Rothko, a una dimensión de pureza espiritual: las partículas de la humilde materia serían el espejo de nuestro reconocimiento como sujetos fragmentados en la unidad. En palabras del místico Chang Tsai: “el Ch’i se condensará para formar todas las cosas; y estas cosas se disolverán para formar de nuevo el gran vacío”.
La herencia de la austeridad pietista familiar en Laib fue incentivada durante su adolescencia por sucesivos viajes hacia Oriente: primero, Turquía, cuya experiencia ante la tumba del poeta místico sufí Yal al-Din Rumi en Konya modificó los hábitos de los Laib, quienes a su regreso decidieron dejar como único mobiliario unas alfombras sobre las que comían y dormían. A partir de 1972, tras su estancia en la India, Wolfgang comienza a esculpir una gran piedra negra, tratando de convertirla en un volumen oviforme, mientras termina de doctorarse en Medicina. Con el tiempo, el artista ha seguido ampliando sus viajes y su conocimiento de los místicos, sin adscribirse a religión alguna, cimentando una obra pausada desde un pueblecito medieval en la Selva Negra, lo que no le ha impedido la amplia proyección internacional de su trabajo desde 1982, cuando fue invitado por Rudi Fuchs a la Documenta 7 de Kassel y, al tiempo, seleccionado para representar a Alemania en la Bienal de Venecia. Desde 2002, su obra viene protagonizando grandes retrospectivas en EEUU, Europa y Japón.
En conjunto, la obra de Laib se compone de unos pocos iconos (ya mostrados en la Fundación Joan Miró de Barcelona, en 1989): los volúmenes ovoiformes y las superficies de polen ya mencionadas, junto a las lápidas pétreas cubiertas de leche, las series de platillos y casas de arroz y las arquitecturas de cera, de las que en esta exposición se hallan (sólo) cuatro especimenes. Pues lo característico de su obra es convertir cada pieza en un proceso ritual que comienza en su actividad cotidiana en el taller –como la lenta recogida de polen en el bosque- para prolongarse hasta el último día de la exposición.
Hasta el 9 de junio, el personal del museo debe limpiar y cambiar cada jornada la leche y el arroz de sus respectivas piezas. En el caso de la “Milkstone”, Laib ha pulido lentamente una de las caras de la blanquecina placa de mármol hasta convertirla en un receptáculo levísimo sobre el que brilla el líquido nutriente, casi como un barniz indistinguible. La alineación de los platillos que los peregrinos ofrendan en los templos de India, el Tibet y China, carecería de su sentido esencial si los conos de arroz no fueran reemplazados cada día, subrayando su naturaleza orgánica, viva. De manera que la sala del antiguo hospital se ha convertido en lugar de sanación: “Todos estos materiales se hallan repletos de símbolos y, sin embargo, tienen su propia existencia: son lo que son – nos dice el artista-. Estos materiales contienen fuerzas increíbles y un poder que yo jamás hubiera podido crear”. Quizá por ello, Laib se remonta a la ancestral construcción del zigurat con su mítico “espíritu de ascensión” por las “escalas del cielo” de las antiguas pirámides escalonadas en todo el orbe para dar forma monumental a la cera depurada que, con su olor, impregna toda la muestra de un valor, más que contemplativo, espiritual y sensual.