Pierre Bourdieu, La dominación masculina

Publicado en EXITBOOK

Sigo recomendándolo, porque creo que es uno de esos libros que te pueden cambiar la vida. Incluso si ya conoces mucha literatura feminista. Y además, tiene la ventaja inicial de que algunos lectores no se prevengan ante un aburrido ensayo de mujeres (lo que es un síntoma más de la persistencia sorda del machismo). Prácticamente, fue la última monografía de Pierre Bourdieu (1930-2002), que en su última etapa publicó varios volúmenes de recopilación con sus conferencias contra el neoliberalismo y los medios de masas. Sin embargo, para abordar la pregunta sobre cómo es posible que la dominación masculina haya “podido sobrevivir a los profundos cambios que han afectado a las actividades productivas y la división de trabajo?”, el autor volvió a recurrir al material que da forma a la piedra angular, fundacional, de toda su trayectoria intelectual: su investigación en los sesenta de la sociedad y los ritos en la región argelina de la Cabilia, cuya referencia se halla, por ejemplo, en las desigualdades educativas con base sexual de Los herederos (1964) y La reproducción (1970). Y todavía en El sentido práctico (1980) –el más importante en la sistematización de su metodología de investigación-, donde la oposición masculino-femenino era ya el núcleo en la construcción de la hexis (figura) corporal, fruto de "la mitología política realizada, incorporada, convertida en disposición permanente, manera duradera de mantenerse, de hablar, de caminar y, por ello, de sentir y de pensar". Sin embargo, La dominación masculina (1998) –una versión muy ampliada de un artículo homónimo de 1990- obtuvo una acogida desigual, debido al aparente escaso reconocimiento que el sociólogo francés prodigaba a la teoría feminista de las tres últimas décadas del siglo XX. Lo que no impidió que desde su publicación se perfilara como un clásico de la crítica al patriarcado hasta hoy.
Lo fascinante de este ensayo radica, al inicio, en ese ”rodeo por una tradición exótica, indispensable para romper la equívoca relación de familiaridad que nos liga con nuestra propia tradición”, con que Bourdieu, con su estilo directo y algo rudo, establece una especie de distanciamiento brechtiano que se revelerá muy eficaz. Pues, apenas sin darnos cuenta, con esa arqueología hace que identifiquemos los habitus sexuados que seguimos reproduciendo en las sociedades avanzadas. Es su método para romper la causalidad circular que encierra el pensamiento en la evidencia de las relaciones de dominación: al justificar la diferencia social en la diferencia anatómica, que a su vez se hace “garante de la apariencia natural de la visión social que la apoya”. Ya que, “la fuerza especial de la sociodicea masculina procede de que acumula dos operaciones: legitima una relación de dominación inscribiéndola en una naturaleza biológica que es en sí misma una construcción social naturalizada”.
Pero si Bourdieu no escatima esfuerzos en demostrar que sigue imperando la ley no explícita de la violencia en la economía de los bienes simbólicos inscrita en el cuerpo de las mujeres. Sin embargo, más atento a la lectura de Al faro de Virginia Wolf que a la victimización frecuente en la literatura feminista -que reduce la dominación a una simple relación de agente y paciente (lo que equivale a reemplazar el análisis por indignación moral)-, el autor también subraya la asimilación de la “asimetría radical” en la valoración de las actividades masculinas y femeninas especialmente por parte de la mujer de la pequeña burguesía (la lectora previsible del ensayo), al protagonizar y servir de vehículo a la forma extrema de alienación simbólica: la autodepreciación y autodenigración dependientes de su exposición “a la objetividad operada por la mirada y el discurso de los otros”. Al tiempo que es blanco de la política neoliberal que tiende a reducir la dimensión social del estado y la ‘desregulación’ del mercado de trabajo: lo que Bourdieu recrea con ejemplos jugosísimos sobre la “tasa de feminización” en el ámbito laboral. Y termina de convertir la lectura este ensayo, de golpe, en traumática conciousness.
De todo lo anterior se sigue que, a pesar de que Bourdieu discrepara de la posible ‘guetización’ y sectarismo en la alianza entre feminismo y movimiento gay como grupos estigmatizados -desde una postura moderna que alerta de la necesidad de revertir al servicio del movimiento social en su conjunto la subversión de estos movimientos posmodernos que con un fuerte capital cultural han ampliado el área de lo politizable -, no cabe duda de que apreció la relevancia filosófica del concepto de sujeción (en su doble sentido de formación del sujeto/sumisión) de Judith Butler, por más que caricaturizara sus “parodic performances predilectas”. Por otra parte, el post-scriptum sobre la dominación o el amor atestigua de nuevo el respaldo que quiso dar a este ensayo, asociándolo con la mistificación del “amor al arte” que le había encumbrado como un pensador imprescindible para la reflexión estética contemporánea.