Revuelta

Publicado en Revuelta, Centro de Arte Joven, Madrid, 2002.

“La deconstrucción de la identidad no es la deconstrucción de la política; más bien establece como política los términos mismos con que se articula la identidad” (Judith Butler)


Ante el retorno (al orden), la revuelta de la (temida) vanguardia. Las obras de Alberto Chinchón y Sergio Ojeda comparten la resistencia de la tradición neodadaísta y, entre sus antecesores, la noble figura de Antonin Artaud, expulsado por su radicalidad de la dirección de la “Révolution Surréaliste”, cuando aún la palabra revolución resonaba en la sensibilidad europea: para algunos como horizonte utópico, para otros como acción en marcha, permeando los gestos cotidianos hasta hacerlos coincidir con acciones políticas, para los más como ese “fantasma” que terminaría por acabar, tras la lección de las reacciones fascistas, con todo intento de revolución. Por ello hoy hablamos de resistencias y revueltas. La revuelta es el lugar donde algo “empieza a desviarse o a torcerse”. La resistencia “se opone a la acción de una fuerza”. La subversión trastorna, pertuba. La subversión de las identidades, a través de su doble dimensión física y mental, alienta estas propuestas, decididamente contundentes. La estrategia del choque, la violencia y el trauma, asumida como el lenguaje reiterado del poder, precede a las poéticas irónicas e intimistas, en confrontación con un sujeto –el espectador- que a la par queda cuestionado en su fragmentariedad, sumisión y fragilidad, en la escena del poshumanismo.




Alberto Chinchón - TAN CERCA, TAN LEJOS

“El cuerpo es una experiencia de contexto, de disociación, de dislocaciones” (Jacques Derrida)


La imagen del péndulo ronda los ensamblajes y acciones de Alberto Chinchón. Es el tiempo de una espera (“beckettiana”) y una indecisión. Sillas, camas y claustrofóbicos cubículos construyen la escena del drama esquizofrénico, la disociación. Aislamiento y reclusión, violencia y erosión, anteceden a las trazas de la prueba, del enclaustramiento, a los rastros de la dispersión. Asistimos a lo que queda, un derrumbe aplazado. La seducción de la fragilidad, de lo que con facilidad se hace pedazos. Se dice también de quien es frágil que, con facilidad, incurre en actos deshonestos. Viene y va el péndulo en parábolas cada vez más inciertas e inconstantes, zarandeado por la torpeza, en el desamparo de la zozobra.
Tentesoro, nombre que hace alusión a la base del tentetieso de cemento sobre el que el encapuchado, como un muñeco ciego, se abandona a los embates de la autoviolencia dentro del precario embalaje de madera y cuyo equilibrio sólo queda garantizado por la tensión de los frágiles tirantes a modo de sujecciones externas, es también una invitación íntima, incluso con irónico contrapunto dulzón y kitsch, a esta experiencia exhibicionista de lo secreto.
Rituales kantorianos de la ambigüedad y de la suspensión, en “pequeñas mansiones”. En esas situaciones es fácil mancharse. Los ensamblajes de Chinchón circunscriben la antropometría de la soledad, el miedo, la incomunicación, el dolor. Resultan de técnicas de manipulación sencillas sobre materiales de desecho. Ninguna monumentalidad, ningún aggiornamento, o la convicción en un presente cotidiano, todavía anticuado y pobre, a pesar de la imagen impoluta del marketing que respalda la industria cultural. De manera que lo efímero toma carácter de permanencia, como rescate del olvido, y los viejos fragmentos quiebran el pastiche eufórico de eso que llamamos nuestra identidad. Ámbitos de melancolía –en donde el sujeto se vuelve contra sí mismo-, están construidos para ser probados; de hecho, han sido testados ya. Son las pruebas sucias de cuerpos no virtuales sometidos a la incomodidad de actos de némesis elementales, en la incertidumbre de la corrección, en la desasistencia de la autonomía, en el placer negativo de otras sujecciones, en la búsqueda de la propia disolución, en la invocación productiva de la sumisión.




Sergio Ojeda - ECCE HOMO

“Cuando eres la nada suprema, dices: ‘Te quiero dentro de mí’. Y, cuando tu nada es mayor, exclamas: ‘pégame más fuerte pues no quiero sentir lo que siento’. A modo de ejercicio formal, te conviertes en una asesina sin cadáver, una amante sin objeto, un cadáver sin asesina” (Barbara Kruger)

Desde que Hegel planteara a través de la dialéctica del amo y el esclavo el problema de la conciencia desventurada, la cuestión de la interiorización del poder como sometimiento constituyente del sujeto, revisada entre otros por Freud, Nietzsche, Foucault y recientemente Butler, ha llegado a convertirse en la trastienda de “lo personal es político”. La urgencia de este debate es tanto mayor cuanto se tiende a imponer el denominado “pensamiento único”, con las consecuencias previsibles a las que ya asistimos: demonización sin paliativos de los terrorismos extra-Estado, enmascaramiento paródico de las así catalogadas “perversiones”, retorno a la alineación mimética de la Iglesia con el poder y sus herramientas, por ejemplo. También la propensión a restaurar viejos y a instaurar nuevos tabúes protectores/represores. La metáfora del “perro ario” en I wanna be your dog de Sergio Ojeda se inscribe, con su dualidad indisociable de totalitarismo/masoquismo, entre las encuestas interesadas en socavar los vínculos de sumisión-dolor replicados por los regímenes reguladores hoy. Las acciones en la calle (Propaganda), con su ostensible y provocadora imaginería de “bestia negra” (fascista nazi sadomasoquista -y presumiblemente homosexual), muestran irónicamente tanto el temor desprendido ante la violencia callejera de los skinhead, ¿quizá el asentimiento del reconocimiento?, como la anegación del panfleto subversivo en el palimpsesto hipnótico de la propaganda que nos protege/somete.
El trabajo es, además, una exploración implicada en la obscenidad y la vulnerabilidad. Como afirma en la memoria de Ecce Homo, “es pérdida de inocencia, es abuso, ... desgarro de ingenuidad ... trabajo de sinceración”. También interpretación. Sergio Ojeda se interpreta y reinterpreta como se desdobla nuestra conciencia ante el dolor, el aislamiento y, en último término, el miedo a la muerte. Como se constituye el sujeto al someterse (pero ¿hasta dónde puede no desbordarse en la locura?). Ese pliegue asegura el sadomasoquismo que gobierna el amor íntimo y toda relación de poder. Todos somos amos, todos tenemos/somos esclavos. “Sólo somos una reacción”: sustratos de Rebelión.
Subversión a través de la ambigüedad. En sus vídeos, Sergio Ojeda utiliza los recursos de la escasez de visibilidad, abstinencia tensa sobre una iconografía casi grotesca. Sus fotografías, tratadas digitalmente, mantienen la saturación del aguafuerte. Ruidos para una mejor comprensión.