Pintura contra fotografía. Richard Estes

Richard Estes, Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid
Comisarios: Guillermo Solana y Sandro Parmiggiani
Publicado en El Cultural, 28 de junio de 2007

Parece un galimatías. Que “la pintura es superior a la fotografía” es lo que sigue queriendo demostrar en cada cuadro Richard Estes. Su empeño, empero, es traicionado cada vez que se reproduce alguna de sus pinturas: entonces, la enorme variedad de recursos que apoyan ese enunciado es asimilada en la imagen fotográfica hasta hacerla indistinguible de una captura más de la “realidad”. La confusión, por tanto, se vuelve insidiosa ya que, como subrayó Malraux en El museo imaginario, la mirada directa del sujeto contemporáneo ante las obras de arte está mediatizada por su conocimiento previo de su reproducción fotográfica: por lo que el espectador, cuando va a contemplar los cuadros de Estes, superponiendo ante las telas del pintor el efecto de la reproducción ya vista, reconoce el virtuosismo en su recreación realista. Y asombrado, da por bueno el calificativo de “hiperrealista” asignado por la historia del arte y, finalmente, de “fotorrealista”, asumiendo que tal parecido sólo pueda conseguirse copiando pictóricamente –y con gran habilidad- la imagen tomada con una cámara fotográfica. Pero entonces, su pintura no sería ya superior a la fotografía, como pretende Estes, sino más bien ancilla, esclava. Y la paciente labor artesanal de conseguir con materiales y técnicas pictóricas una imagen “fotográfica” sería sólo un gesto irónico más de la antigua gran Pintura -pero ahora arrinconada como viejo métier-, a sumarse a los subterfugios en que habría quedado recluido el “Arte” ante el deslumbrante imperio de invenciones tecnológicas en nuestro tiempo.
En todo caso, fue gracias a la interpretación crítica ante este tipo de obras como guiño conceptual por lo que Richard Estes (1932, Kewanee, Illinois) fue aceptado, junto a Chuck Close y Malcolm Morley en la Historia del Arte oficial y destacado en la Documenta de 1972: a pesar de su ostentación de habilidad técnica, siempre despreciada frente a las aptitudes intelectuales del artista a lo largo de la Modernidad. Por tanto, en el fondo, a regañadientes. Después, la trayectoria individual de los componentes de aquella moda del grupo de “fotorrealistas” se desveló muy plural y sus carreras tuvieron diversa suerte. Estes, que se ha declarado en su visita a Madrid como “anticuado desde siempre”: es decir, sólo interesado en explorar los trucos de la pintura de toda la vida, no deja de ser, con su actitud discreta y retirada, un provocador frente al discurso hegemónico sobre las actuales prácticas artísticas.
Porque lo que ofrece Richard Estes viene a ser la experiencia de la antigua pintura: placer visual, retiniano, que se embelesa con brillos y reflejos inalcanzables incluso hoy por la fotografía digital (la edición sería por fatigosa, anacrónica -solamente un pintor meticulosamente tradicional como Estes puede enorgullecerse de haber realizado menos de 400 cuadros en 40 años). Además, a diferencia del punto de vista único de la fotografía, requiere moverse de un lado a otro del cuadro hasta descubrir la perspectiva dominante. Su engaño no llega al de su admirado Vermeer, a pesar de usar para un único cuadro cientos de fotografías que multiplican las posibilidades de seleccionar y conjuntar puntos de vista. Pero, a cambio, sus cuadros son como breves compendios de la pintura, la fotografía y el cine modernos. De manera que hace falta haber visto mucho, tener un buen background, para deleitarse con sus “citas”: desde el impresionismo a De Chirico y las tradiciones realistas pictórica y fotográfica norteamericanas (Sheeler, Demuth, Hopper; Abott, Evans, Friedlander). E incluso apreciar la coquetería del acertijo: como los pintores barrocos del XVII, Estes desde su juventud –cuando Hitchcock hacía furor-, reta a sus espectadores a que se detengan y deambulen por sus lienzos hasta descubrir su firma, entre rótulos de escaparates o las estelas del agua.
A partir de la estrella de la colección del museo “Cabinas telefónicas”, esta primera retrospectiva europea da buena cuenta de las sucesivas épocas, series y temas del pintor hasta la actualidad. Con un montaje entretenido, alternando los detalles y vistas urbanas y las panorámicas más paisajísticas, que cierra con la estupenda simulación de un paseo en bus por Manhattan, su primer y último tema, no es difícil detectar cómo Estes se ha balanceado entre el rechazo y la absorción de sucesivas corrientes artísticas. Comenzando por el “excesivamente emocional” expresionismo abstracto y la “tosquedad y simpleza” del pop, para frecuentar el “arte sobre arte” con excelentes vistas de museos y “cultuturismo” tan presentes en la década de los noventa. Y todavía, en obras recientes, la incorporación de tableaux fotográficos, pese a su oposición a toda narración, simbología o hermenéutica en su pintura: sólo PINTURA, dictada por la composición formal, la luz y el color como elementos básicos de la visibilidad máxima que construye con sucesivas capas de acrílico, óleo, guache y acuarela en un mismo lienzo. Una concepción en que los motivos se diluyen hasta la abstracción. Pura superficie congelada sin atmósfera. El Manhattan ideal de Estes es el de un domingo soleado, anónimo y desierto.