Poderes de la subversión. Atelier van Lieshout

Atelier van Lieshout, The Mall, galería Distrito4, Madrid
Publicado en El Cultural, 15 de mayo de 2008

Francamente desagradable: inquietante y perturbadora. Es decir, a contracorriente: merece la pena verla. Cuando la mayoría de exposiciones en cartel alimentan la indiferencia por su delgadez, he aquí una muestra densa e indigesta. Bastante más cuajada que la anterior en esta misma galería celebrada en 2006 -y que quizá por ser su primera monográfica en España recogía un poco de todo lo que produce el Atelier: arquitectura, diseño, esculturas …-, en The Mall se traspasa el tono de humor corrosivo de las blanquecinas esculturas blandas y el colorismo kitsch de las vísceras: aquí los fantasmas lábiles se han convertido en presencias, formando un séquito de monstruos de espesa negrura en torno a una torre babeliana, recubierta de vasos lechosos y en descomposición. O sea, vamos a peor, al menos en opinión del Atelier.
Recientemente, diversos artistas se están interesando por el negro betúneo del petróleo, tomándolo como diana de sus posiciones críticas frente al estado de las cosas tras el 11-S. Y entre éstos habría que sumar a los del Atelier, que presentan este conjunto de esculturas bajo la “leyenda” de un gigantesco centro comercial desmoronándose por la lujuria consumista (la enorme maqueta de The Mall of Babel, a incorporar a su Slave City) rodeado de “imágenes del interior y exterior de la gente en su propio entorno” (Black Bags y Black Chest …). Pero con lo que nos topamos son acumulaciones de grumos, amorfas y, sin embargo, vibrantes. Durante la modernidad, se llevó a cabo una eficaz propaganda visual del petróleo: la imagen del líquido negro irrumpiendo entre las torres de los pozos de extracción es tan heroica, viril –recuérdese, por ejemplo, Gigante-, perversamente sexy y efervescente como lo fue “la chispa de la vida”. El espejo que nos devuelve el Atelier ahora proviene del detritus orgánico, basto y apelmazado, pero todavía con semblanza vital, a pesar del material sintético modelado. De aquí que la repugnancia sea casi inevitable. Y todavía hay más: plantados como presencias, en su negrura, parecen devolvernos la mirada, a la manera de las oscuras cavidades sin ojos de los fantasmas de Henri Michaux que, como se sabe, terminan siendo autorretratos íntimos del observador. De manera que, incluso prescindiendo de la “leyenda”, la confrontación queda comprometida.
Pero la “leyenda” interesa. Porque AVL, fundado en 1995 por el artista holandés Joep Van Lieshout (1963), es un caso excepcional en el medio artístico contemporáneo. No sólo por su continuidad, siempre difícil en estos casos, también por su dimensión: veinte colaboradores, bajo la dirección bicéfala, artística de Van Lieshout y empresarial de Jeroen Thomas, instalados en una amplia zona de Rótterdam con varias edificaciones, incluidas las viviendas de algunos de sus componentes. Sin ideología política definida –pero defensores de la autarquía- el multidisciplinar Atelier, se identifica con el “solvism” (de resolver, pragmáticamente), reinvirtiendo sus activos en nuevos proyectos y ejerciendo una crítica negativa sobre los espacios y hábitos de nuestra sociedad.
Si bien mimado por un circuito de instituciones artísticas en Europa, AVL no sólo incomoda por su cuestionamiento radical de la autoría. También porque –a diferencia de otros grupos de las décadas de los setenta y ochenta- su objetivo no se dirige a las estructuras mediáticas o consumistas. En sus disensiones micropolíticas arraigan construcciones y artefactos cuyas resonancias antropomórficas son muy eficaces para remover los asientos de las pulsiones de sexo y poder. Desde 2005, la utopía siniestra de Slave City, una supuesta ciudad hipertecnológica, viene agrupando una serie de maquetas que condensan lo peor del modus videndi actual. A escala real, la última obra recién publicitada en su escueta página web: la Wellness Skull, una gran calavera sonriente y al tiempo spa en funcionamiento para relajarse, pretende llamar la atención sobre el reemplazo de las inquietudes espirituales por el valor de la “experiencia del sujeto a través del turismo, el deporte y los nuevos centros de bienestar”. Al paso que contestan a la obra contemporánea más cara, la Skull cubierta de diamantes de Damien Hirst.