Poesía pintada. Cesariny

Mário Cesariny, navío de espejos, Círculo de Bellas Artes, Madrid
Publicado en Cultura/s, 4 de octubre de 2006

Para el poeta Mário Cesariny (Lisboa, 1923), la creación es un "encuentro" o "deslumbramiento" que se da como "explosión" o bien como "implosión". El primer caso sería el producido por las vanguardias históricas, diseminando y prendiendo por núcleos su libertarismo. Cesariny, bajo la dictadura portuguesa, conoció la "implosión", la revolución hacia dentro. Su obra plástica: poesía pintada, es demostración de la supervivencia de la alegría en el desierto socio-político de la posguerra. Además, alumbra la permanencia del surrealismo en el magma del informalismo de los años 40 y 50 del pasado siglo y su poder germinador para la figuración, como retorno de lo real, en las siguientes décadas también en las periferias. Pero sobre todo, la exposición -que es una síntesis de lo presentado en Lisboa hace dos años y que cuenta con excelente catálogo-, pretende reinsertar al poeta en la historia del arte contemporáneo, fuera y dentro de Portugal; donde quizá ha ocupado un lugar semejante, de faro iluminador, a nuestro Joan Brossa aquí.
Dibujos, collages, pinturas, ensamblajes y toda suerte de objetos intervenidos y altarcillos -como el dedicado a uno de sus novios en forma de sepultura de Lancelot-, forman parte de un universo abigarrado en el que conviven la exactitud geométrica y la sinuosa evocación de sus soplos y acuamotos, donde las figuras en tinta china se desbordan o bien son sometidas a baños de disolución. Orfebre de formación, como su padre, Cesariny comienza a pintar poco antes de su viaje a París en 1946, donde entra de lleno en los círculos surrealistas. A su vuelta a Portugal, intenta impulsar un grupo, éfimero, pero para el que se convierte en permanente animador (tal como pudo verse en la exposición "Surrealismo en Portugal 1934-1952", celebrada en esta sede en 2002). Su obra plástica, tan saturada en ocasiones de citas, referencias, homenajes y versiones de la larga herencia visionaria reconocida por el surrealismo, acoge también la espontaneidad brut y el ingenuismo colorista de Cobra, como en las abstractas marinas de contrastada luminosidad atlántica.