Selección de obras maestras: Museo di Capodimonte

OBRAS MAESTRAS DEL MUSEO DE CAPODIMONTE, Salas de Exposiciones Temporales del Palacio Real, Madrid
Publicado en Cultura/s, 15 de noviembre de 2006

El arte y sus lugares. Con poco más de un año de actividad, las Salas de Exposiciones del Palacio Real se han convertido en un espacio de referencia para la exhibición de arte histórico. Destinado a difundir el conocimiento de la cultura potenciada por la monarquía borbónica, sus estancias palaciegas son el marco más adecuado para mostrar unas telas destinadas a la decoración de los palacios de los monarcas y de la aristocracia seglar y eclesiástica. Pero, en concreto, el Palacio Real de Madrid y el Museo de Capodimonte gozan de una feliz correspondencia, ya que de hecho fue Carlos de Borbón, rey de Nápoles desde 1734, quien encargó la construcción del palacio italiano que en 1758 -un año antes de acceder a la corona española como Carlos III- albergaría la importantísima colección farnesiana, heredada de su madre Elisabetta Farnese, con importantísimas piezas renacentistas, a las que se irían sumando cuadros contemporáneos hasta 1860, cuando con la llegada de Garibaldi se produjo la caída de los Borbones en Nápoles y la formación en Italia de un Estado unitario.
La exposición muestra una selección modélica de cincuenta y tres cuadros desde el Renacimiento al Romanticismo. Comisariada por el actual director del Museo di Capodimonte, Nicola Spinosa, en su recorrido tienen tanta relevancia la contemplación de obras excepcionales de los maestros como el acceso a las telas de esa tradición ejemplar de pintores menos conocidos de las diversas escuelas regionales, que siempre han sorprendido a los viajeros en Italia. Además, Spinosa ha encontrado el modo de articularlas bajo un ordenamiento tradicional por géneros -lo que, en sí, supone una especie de decálogo de los valores de la sociedad del Antiguo Régimen- que, sin embargo, no ahoga el reflejo de los contrastes y cambios de la sensibilidad preilustrada y sus idiosincrasias en el gusto de la Italia meridional, donde lo barroco como hibridación de drama y goce sensual, fasto y comicidad popular se manifiesta casi como expresión autóctona.
Las vistas del Vesubio en erupción y del propio palacio de Capodimonte con Fernando IV a caballo con su Corte sitúan al espectador en el ambiente monárquico napolitano, para dar paso a los tesoros del Quattrocento y Cinquecento: "Santa Eufemia" de Mantegna, "La Magdalena" de Tiziano y el "Muchacho con un soplón" de El Greco, entre otras pinturas de figura. La tercera sala está dedicada al clasicismo de los hermanos Carracci, con paisajes y escenas amorosas, pero el cuadro más sorprendente es la "Alegoría fluvial" de Annibale, de rudo naturalismo (muy próximo a pesar de la distancia histórica a las epidermis descarnadas de Lucien Freud) que estuvo destinado durante siglos a las cámaras licenciosas de sus nobles propietarios. Una sensualidad que enlaza bien con los untuosos bodegones de la pintura flamenca del XVII y la relevancia de los artistas holandeses en el coleccionismo barroco napolitano, como Antonio Van Dyck, con su desmayada "Crucifixión" de místicos resplandores.
Pero además, las primeras décadas del XVII marcaron el comienzo del gran naturalismo napolitano. Bajo la influencia de Caravaggio, Filippo Vitale, Francesco Guarino, y Battistelo, entre otros, trabajan en la decoración de las iglesias haciendo gala del impactante claroscuro que, sin embargo, hacia mediados de siglo se iría dulcificando, como se aprecia en el difuso paisaje de "La limosna de Santa Lucía" de Aniello Falcone y en la pareja excelente de "San Sebastián" y "San Jerónimo" de la última etapa de José de Ribera, muy diferentes de la amplia producción del pintor que podemos comparar en el vecino Museo del Prado.
Al final del recorrido nos hallamos ante una estancia contrastada, con la que el comisario ha querido dejar indicios de la suerte trágica de Nápoles hasta la actualidad. Junto a la pintura rococó de la corte, representaciones diversas de la fiesta popular y aristocrática, como la "Mascarada" de Giuseppe Bonito y el "Concierto" de Gaspare Traversi, refieren a los primeros intentos de crítica social, acordes con las modernas demandas preilustradas.