Todavía bajo tutela. 100% África

100 % África. La colección de Arte Africano Contemporáneo de Jean Pigozzi, Museo Guggenheim Bilbao, Bilbao
Comisario: André Magnin
Publicado en Cultura/s, 1 de noviembre de 2006

África vuelve a estar de moda en el medio artístico. Pero a diferencia de la primera oleada, a principios de los noventa, con creadores autóctonos, ahora proliferan los proyectos occidentales realizados allí junto a la difusión del trabajo de artistas cuyo origen remontaría a África pero que cursan sus trayectorias, identitarias o no, en las metrópolis occidentales. De ahí que la muestra más significativa el pasado año fuera "África Remix". Comisariada por Simon Njami, recogía el cuestionamiento del concepto "arte africano" con el trabajo de los últimos diez años de ochenta y ocho artistas del panorama en África y la diáspora africana (con un itinerario que hizo escala en Dusseldorf museum kunst palast; Londres, Hayward Gallery; París, Centre Georges Pompidou y Tokio, Mori Art Museum), y donde el angoleño Fernando Alvim mostró un cuadro en el que se leía en letras gigantes "We are all post exotics". La singularidad de esta exposición "100%" en el Guggenheim de Bilbao (procedente del National Museum of African Art de Washington, el Museum of Fine Arts de Houston y el Grimaldi Forum de Mónaco), es que desde el título, parece defender su "pureza". Pero también la supuesta completud queda comprometida al tratarse de una selección de piezas de veinticinco artistas de quince países de África subsahariana, lejos del sueño poscolonial del panafricanismo. Extraída de la colección de Jean Pigozzi (una de las más importantes del mundo en este sector, con sede en Ginebra), en realidad, la exposición expresa a las mil maravillas la persistencia en nuestro mercado artístico de la mirada colonial sobre el arte negro -el récord de ventas para una obra africana se estableció el año pasado con el cuadro L'espoir fait vivre de Chéri Samba, vendido por 32.000 euros en París- y la valoración de los aspectos más coloristas y pintorescos, sin aflojar su tutelaje etnocéntrico.
A cargo de André Magnin, coleccionista él mismo de arte africano contemporáneo y asesor de Pigozzi desde que éste conociera su selección de arte made in África para "Les Magiciens de la Terre" (1989), sus excursiones ulteriores al continente no han variado básicamente su criterio, que sigue apostando por el giro decisivo que supuso anteponer el punto de vista geográfico al historicista. Abordaje horizontal que, en su opinión, habría "salvado" a la creatividad africana de la etiqueta de "primitiva" o "subdesarrollada". Pero como replicó Gerardo Mosquera en su momento, esa saludable internacionalización y consecuente legitimación entre pares "no existe, porque el mundo se divide entre culturas curadoras y culturas curadas", de modo que el imperialismo curatorial se hace norma. El montaje de "África 100%", que ocupa entera la tercera planta del museo, parte de un panel didáctico con un mapa del continente con los países de procedencia de las obras sin apenas más explicaciones, ni siquiera la importante distinción histórico-cultural entre el Este y el Occidente del África subsahariana. Lo que encontramos a continuación es la sucesión de salas monográficas de cada artista, con enormes rótulos de sus nombres, distribuidos al servicio de la escenografía formalista.
Sin embargo, repasando el recorrido, sí podemos plantear una reconstrucción histórica, aunque sea parcial, que daría cuenta de las transformaciones acontecidas, desde la sumisión colonial a la euforia utópica independentista y las fricciones contemporáneas: entre el continuismo de prácticas rituales, la confirmación de movimientos artísticos autóctonos que reclaman su inserción en el conjunto del arte "universal" sin desarraigarse de sus tradiciones y realidad social, junto al academicismo moderno y después posmoderno de hibridación y uniformidad cosmopolita. Puesto que la exposición reúne en un totum revolutum creadores de sucesivas generaciones, de los años cuarenta del pasado siglo hasta hoy.
Las obras más antiguas son las imágenes de Seydou Keïta (1921-2001), fotógrafo autodidacta de Mali que llevó a cabo miles de retratos de la clase alta de Bamako, entre 1948 y 1962, sobre cuidadas escenografías de estudio, y contemporáneo del también maliense Malick Sidibé (1935), cuya muestra monográfica puede apreciarse estos días en el CCCB. Simultáneamente en otros países, como Nigeria, surge una primera generación de reporteros que comienzan a plasmar desde su propia óptica los cambios sociales en el periodo de descolonización, como el fotógrafo -todavía anónimo- antes emigrante en Hollywood y fundador del estudio en Lagos Paramount Photographers y J.D. 'Okhai Ojeikere (1930), que hace treinta y cinco años comenzó una serie sobre la diversidad y belleza de los peinados africanos que considera "legado milenario", en una labor etnográfica y estética. Otro fotógrafo destacado es el angoleño establecido en Kinshasa Depara (1928-1997), con instantáneas de jóvenes en clubes nocturnos, rivalizando en elegancia según la indumentaria occidental de los años cincuenta mientras bailan los ritmos musicales de Europa y Cuba.
Este carácter documental es conservado por la generación siguiente, con el movimiento mejor conocido en Occidente, la "pintura popular zaireña" en la capital de la actual República Democrática del Congo, Kinshasa - que hoy cuenta más de diez millones de habitantes-, y los cuadros publicitarios con mensajes de Chéri Samba (1956). A este imprescindible en cualquier muestra de arte africano, y también en España (África hoy, CAAM; Las Palmas, 1991; Africa Explores, F. Tàpies, 1995; África. De ida y vuelta, 2006), se unen los menos críticos Moke (1950-2001), junto a Chéri Chérin (1955) y el evangelista Bodo (1953) quienes, con su iconografía homófoba y machista, sirven bien al gusto de Magnin que busca "en los artistas, sean de donde sean, actos de libertad que puedan parecer inapropiados desde el punto de vista de la mentalidad políticamente correcta". En esta línea, no puede extrañarnos la práctica omisión de artistas sudafricanos (blancos) mientras queda potenciada la tradición mágica, con las cartas del sabio Bouabré (Costa de Marfil, 1923), las estelas funerarias de Efaimbelo (Madagascar, 1925-2006), las cerámicas de Seni Awa Camara (1945) y otras piezas rituales. Entre lo tópico y lo retrógado, nos topamos con las conocidas ciudades futuristas de Kingelez (Kinshasa, 1948), un automóvil pintado para la ocasión por Esther Malangu (1935) y es una suerte contemplar una vez más obra de Romuald Hazoumé (Benin, 1962), el más destacado y crítico reciclador contemporáneo.