Pintura poética o viceversa. Henri Michaux

Henri Michaux. Icebergs, Círculo de Bellas Artes, Madrid
Comisario: Juan Manuel Bonet

Publicado en Cultura/s, 25 de octubre de 2006

Viajero de los extremos de mundos geográficos y espirituales, interiores, Henri Michaux (1899-1984) fue el último y mejor exponente del maridaje entre pintura y poesía, tan fértil durante la Modernidad. Esta es la lectura que nos propone Juan Manuel Bonet en su tercera retrospectiva en España (después de la pictórica, muy extensa, del IVAM, en 1993, y los "dibujos mescalínicos", en Tecla Sala, en 1998) y para la que ha realizado un trabajo de investigación y trascripción de cartas y otros escritos que completa el muy cuidado catálogo -con su ensayo a modo de diccionario, un género admirado por el artista- y prologa la inminente recopilación en castellano de tres libros que combina poemas y ensayos con técnicas de caligrafía y grabados: Ideogramas en China (1975), Captar (1979) y Mediante trazos (1984). Encontramos, por tanto, una muy interesante selección de obras, algunas antes nunca vistas, rodeadas de sus libros, notas e intercambios epistolares con quienes fueron sus correligionarios también en el contexto hispánico, como Superville, Gangotena, González Bernal, Dalí, Victoria y Angélica Ocampo, Borges, Néstor Ibarra, Luis Fernández, Jorge Camacho y Octavio Paz, su más aguzado intérprete cuando lo llamó "el pintor de las apariciones y de las desapariciones".
Espíritu objetivo, no obstante, de precisión aristada y analítica, autodidacta en todo, la confrontación con la obra de Michaux nos atenaza siempre por su valor testimonial, su sensibilidad cortante ante la energía transeúnte, su modesta radicalidad ante lo elemental y la detección del abismo en el fundamento y su origen. Implicado siempre en la indagación sobre el signo ideográfico, al final de los años veinte ensaya sus primeros alfabetos, ilegibles. A mediados de los treinta, cuando ya comienza a pintar para no abandonarlo más, sus primeras imágenes son acuarelas sobre fondo negro: pequeños paisajes, apenas apuntados, que nos hablan de escenarios míticos, rituales. Ideogramas y negrura a los que volverá en las conclusiones de su trayectoria.
Cuando aparecen sus primeras figuras, en los cuarenta, se trata de rostros fantasmales, cercanos a la ideación de los primeros dibujos de niños, que tanto le interesaban: "¿Soy yo, todos esos rostros? ¿Son otros? ¿Venidos de qué fondos?" (Peintures et dessins). Siempre a la zaga de la "magia" del signo elemental, de su truco, sus dibujos y acuarelas dan la impresión de haber quedado crudos, como realizados a la intemperie, en condiciones de precariedad y vulnerabilidad: ""Fue pronto evidente (desde mi adolescencia) que había nacido para vivir entre los monstruos" (Épreuves, exorcismes). Casi siempre, no tan temibles, blandos y delicuescentes, atrapados sin previo aviso, formas espectrales de lo que, cuando estamos resolutivos, desapercibimos.
Después, sin embargo, llegó una época en la que Michaux casi dejó de escribir y el "infinito turbulento" se hizo terrible. Sus experimentos con mescalina durante más de una década, desde mediados de los cincuenta (en paralelo a Huxley, Hofmann, Burroughs, Castaneda ...), pusieron a prueba su obsesión por la inmediatez, con aquellas desagregaciones y reagreaciones que, en su horror vacui y delirante deriva, representan espeluznantes analíticas de la mente humana en caída libre.
Amigo de surrealistas disidentes pero nunca alineado en el movimiento, prefería referirse a lo "transreal". Reunido por Michel Tapié en la exposición "Un art autre" de 1952 (junto a Karel Appel, Dubuffet, Sam Francis, Mathieu, Pollock y Wols, entre otros), un intento de síntesis entre el expresionismo abstracto americano y el arte informal o gestual europeo, y rechazando también este encuadre, termina haciendo su serie más afín a esta tendencia en los años setenta, después de su primera retrospectiva en el Stedelijk Museum de 1964. Pero también sobre las grandes manchas que le harían popular, comenta: ""Soy un tachista que no puede tolerar las manchas". Elegantes, sobre el vacío del blanco o anegadas en tintas terrosas, figuran instantáneas sin horizonte, pobladas de multitudes migrantes, procedentes de esas muchedumbres que había taquigrafiado en Ecuador, China o Malasia, pero que hoy reconocemos de indicio profético, con su ritmo beligerante.
Michaux, el escrutador, tuvo la habilidad de aliarse con fluidos humildes. Maestro de la acuarela ("Agua de acuarela, tan inmensa como un lago, hacedor de espejismos, quebrantador de diques, desbordador de mundos"), que es la más rápida de las técnicas, a menudo, con impaciencia "soplaba" sus tintas chinas con un secador de pelo, imprimiendo ese movimiento veloz, como de huida, tan característico en su obra, de disolución de formas que, tras su emulsión, tienden a volver a lo ilimitado interior. Pues su mirada nos lleva, como decía Paz, al "hueco, la herida, la ausencia". El MACBA acaba de adquirir cinco papeles de Henri Michaux, y es una excelente noticia.