Sin la noche. Tobias Rehberger

Tobias Rehberger. I die every day. Cor. I 15, 31, Palacio de Cristal, MNCARS, Madrid
Publicado en Cultura/s, 18 de enero de 2006

Cuando paseando entre los árboles del Retiro nos acercamos al Palacio de Cristal, desde afuera, las estructuras chillonas de plexiglás ya nos avisan de que, a diferencia de tantos predecesores, Tobias Rehberger (Esslingen, 1966) no ha pretendido armonizar con la experiencia pastoralista del jardín. Una vez dentro, recorriendo sus piezas suspendidas, en planta y alzado, escuchamos el rumor de la canción de los Rolling Stones que inunda todo el espacio: “Time is on my side”, procedente de un iPod insertado en unas plataformas circulares. Entonces, comprendemos que nos encontramos en un refugio nocturno concebido para un jardín que cierra al anochecer; es decir, una intervención imposible. La pieza sonora se llama “En el nirvana, en algún lugar” y procede de dos proyectos, un aparcamiento fosforescente y una escultura de Judd convertida en un bar que formó parte del Sculpture Projects Münster. Pero que, como la mayoría de los artefactos que nos rodean, son “resurrecciones” sui generis de proyectos de intervención pública que nunca llegaron a realizarse. (De ahí el título paulino).
Por distintos motivos, como nos enteramos por el catálogo (a modo de suplemento: no en vano Kippenberger fue su maestro en la Städestschule de Francfort, en la que ahora trabaja de profesor). Básicamente es la contradicción o, si se prefiere, un espíritu dialéctico el que anima la posición de Rehberger. Se diría que le divierte comprometer a prestigiosas instituciones europeas, públicas y privadas. En eso, el artista alemán es fiel heredero de Beuys y de otros artistas de los sesenta y setenta que pusieron el acento en la fricción entre los lugares públicos y el híbrido de los espacios institucionales del arte. Y el “revival” de sus formas y colores –como señala Chus Martínez-, una vía para “la necesidad de dejarse arropar por objetos que calibran esa memoria (la de una época de experimentación social y política), o la inventan para una generación que lo ve por primera vez”. De entre cuarenta, Rehberger ha seleccionado dieciséis situaciones fallidas. Todo un manual acerca de las dificultades en la intervención de espacios: en alguna ocasión, el fracaso tuvo que ver con problemas en la producción o en la financiación, otra con la suma de departamentos municipales que tiene que atravesar una actuación pública de este tipo, en una más con el temor al malentendido moral o político que puede salpicar a una institución. Generalmente, sus proyectos obtuvieron el mérito de evidenciar la insatisfacción en el seno de las comisiones y jurados, compuestos por críticos de arte y otras personalidades que tienen que valorar las propuestas y en donde a menudo coacciones implícitas desembocan en la elección de lo correcto y plausible, aunque no entusiasme a nadie en particular. De cualquier modo, queda claro que este diseñador no está interesado en la arquitectura virtual y tampoco se doblega a priori al dictado de la viabilidad, cediendo más bien la decisión a la eventualidad del contexto. En conjunto, Rehberger invierte la valoración de sus fracasos, al airearlos. Y posiblemente podríamos sumarnos a la apreciación de Doris Mampe de que todo esto “demuestra que un proyecto utópico no está condenado forzosamente al fracaso, sino que encarna más bien la imposibilidad del fracaso mientras se conciba la utopía como utopía”.
No siempre es así. Una elegante mesa, de superficie amarillo sol sobre un cuadrado azul traslúcido, es la última transformación del proyecto de cafetería para la Bienal de Venecia de 2001 concebida junto a Olafur Eliasson y Rirkit Tiravanija. El discurso crítico sobre una generación de artistas que “consideran el lugar de exhibición como un espacio de cohabitación, un escenario abierto a medio camino entre el decorado y la sala de documentación” (Bourriaud) pasó por alto la bajísima calidad de su realización, debido a problemas de coordinación con los organizadores. Tampoco se reparó en el interés por las cuestiones implicadas en la translación e interpretación de códigos y formas tan presentes también en el trabajo de Rehberger y que aquí cobran especial protagonismo. Sin la oscuridad de la noche, es complejo dirimir si las superficies volátiles de este futurismo retro se proyectan más allá de sus aristas refulgentes, atravesando la banalización infantil de una época cuya vida está destinada, como cualquier otra, a la muerte. Pero, sin duda, como exposición individual, es una de las más importantes producciones de la temporada en España.