Traumas de nuestro tiempo. Santiago Sierra

SANTIAGO SIERRA, CACmálaga
Publicado en Cultura/s, 5 de julio de 2006

El escándalo le precede. Desde que migró a México, el madrileño Santiago Sierra (1966) lleva unos años jugando el rol de "radical provocador" y a estas alturas no puede desembarazarse de su fama de oportunista. Sus obras se cuentan por impactos mediáticos. El sensacionalismo le ha abierto muchas puertas y actualmente puede elegir dónde trabajar, casi en cualquier parte del globo, si es que hay arredros para aguantar el chaparrón. En España, habitualmente tenemos que conformarnos con la documentación de sus intervenciones. Y esto es lo que ha vuelto ocurrir en su primera gran exposición individual en un centro institucional. Para Sierra, es la ocasión de aclarar el malentendido de su intervención en la Sinagoga de Stommlen, clausurada tres días después de inaugurarse en el pasado marzo, antes de volver a cruzar el charco. Para el CAC malagueño, que ha editado dos voluminosos catálogos con cientos de fotografías, una inversión segura para darse a conocer a nivel internacional. Todo en él es exagerado y exige exageración.
Y si ofende su desmesura, es porque se ha convertido en un escultor muy eficaz, al margen de su efectismo, inevitable. Siempre sorprende su osadía. Ha aprendido a modelar a las personas como objetos -pero así nos tratamos todos, no?- y las nacionalidades como espacios. Con sus intervenciones, los escenarios se hacen gigantescos. Todo es a gran escala. Formas contundentes, imágenes fuertes -"simbolazos"- y fotografías quemadas. Sierra es un escultor de mecánicas sociales. Últimamente, sus intervenciones han adquirido profundidad historicista: no está dispuesto a aceptar el "deleted" que sigue a todas nuestras experiencias. Y se ha puesto manos a la obra con algunos de los traumas todavía sin curación de la vieja Europa: la depauperada Rumanía tras el dictador Ceacescu, las cámaras de gas que acabaron con cientos de miles de judíos y la culpabilidad todavía soterrada del pueblo alemán. Todos víctimas de la codicia que continúa articulando hoy, según Sierra, las guerras de guerrillas en las periferias, los flujos de desplazados e inmigrantes explotados como exclavos, las sexoservidoras infantiles ... Todo un mosaico de la desvergüenza que el escultor no denuncia, sólo constata. Admira a los activistas, pero no cree en el arte político: sería ya el colmo, desde el plano privilegiado del prestigio ideológico que cumple el arte contemporáneo para sustentar la respetabilidad de nuestra cultura mantenida por las elites, como él mismo. Sin embargo, ha detectado el filón del bochorno que intentamos sacudirnos con indiferencia y perfora cada vez más profundo en nuestra pérdida de dignidad. Así están las cosas. El mercado artístico no puede pasar: es demasiado buen escultor y uno de los mejores propagandistas de que la marea de vergüenza no deja de elevarse.
Con esa maestría de inversión minimalista que caracteriza su trabajo, la obertura de su exposición en el CAC ofrece dos piezas muy contrastadas: las mangueras negras que conducían el monóxido de carbono desde los tubos de escape de seis coches corrientes al interior de la Sinagoga, cubriendo una enorme área de suelo como un nido de víboras indigerible y, en un rincón, una pequeña vitrina con dos joyas realizadas en colaboración con el diseñador Chus Burés: en las pulseras de oro y diamantes están inscritas las frases "el tráfico de oro mata" o "el tráfico de diamantes mata".