Abrazar la identidad catalana: El modernismo catalán

El modernismo catalán, un entusiasmo, Fundación BSCH, Madrid
Publicado en “Libros”, suplemento cultural de LA VANGUARDIA, 17/3/2000

En la senda de conmemorar los últimos cien años, el historiador Javier Tusell propone una visión global del modernismo catalán como el primer movimiento cultural renovador en España. Se ofrece, pues, una mirada atrás, que no pretende recordar el pesimismo decadentista, sino al contrario, “entusiasmar” con la apuesta por el porvenir que en la última década del XIX y en la primera del XX llevó a cabo la burguesía en Cataluña. Actitud que a lo largo del siglo se ha ido afirmando como parte esencial de su identidad, hasta culminar en ese escaparate internacional que fue la gran exposición modernista de la Olimpiada cultural en 1992. Sin embargo, en Madrid, hacía más de treinta años que no se presentaba una visión panorámica, aunque sí se hayan sucedido monográficas de sus pintores más representativos.
Con más de cien obras, entre las que se incluyen además de pinturas y esculturas, mobiliario, joyería, cartelismo y encuadernaciones, el modernismo catalán luce en toda su riqueza y diversidad. Pues lo característico de este movimiento, a diferencia del rango de excepcionalidad en la península de otros pintores modernos y cosmopolitas (Darío de Regoyos, Iturrino, Zuloaga y Sorolla), fue su rápida difusión social. Lo que comenzó con la asimilación directa de las novedades parisinas por parte de algunos pintores, pronto se convirtió en un puente estable entre una ciudad periférica –como afirma Eliseo Trenc Ballester en el catálogo- con París, centro hegemónico de la cultura, propiciando una rápida impregnación del paisaje urbano y cotidiano, que se sentía a un tiempo tan catalanista como europeísta.
La exposición desgrana los cambiantes referentes estilísticos para la interpretación, sumamente personal, de los modernistas de sucesivas generaciones. Empezando por la síntesis entre impresionismo y simbolismo de Ramón Casas y Santiago Rusiñol, de quienes se recrea con detenimiento su amistad en Montmartre con cerca de cuarenta obras, pero bien resumida por el lienzo compartido “Retratándose mutuamente” de 1890 y también el influjo de Rusiñol en el nuevo Sitges cultural, con el espléndido “Patio azul” (1891-92).
Mucho más compleja es la generación siguiente (el núcleo artístico del restaurante Els Quatre Gats), abierta al amplio abanico postimpresionista, con residuos del prerrafelismo británico y el simbolismo franco-bega, pero también muy fértil en su absorción del expresionismo y las intuiciones prefauves, que aquí quedan patentes en la pequeña pero impactante “Corrida de toros” del joven Picasso. Pues otro aspecto sobresaliente fue lo que artistas como Nonell y Canals, y el más internacional de todos entonces, Hermen Anglada Camarasa, ganaron en éxito, cotización y prestigio con la exportación de los tópicos del repertorio folclórico español: tauromaquias y gitanas, pero vertidas en un renovado lenguaje plástico. Entre los paisajistas, sigue destacando el lirismo visionario de las vistas baleares Joaquim Mir, el único que prefirió el viaje a Madrid.
Esta segunda generación acoge también las artes decorativas, influidas decisivamente por el triunfo rotundo del art nouveau en la Exposición Universal de París en 1900. Muy bien representadas en el caso de la joyería, con preciosos adornos artísticos de Lluis Masriera, e inevitablemente más pobre, por las limitaciones espaciales de la sala, en lo que se refiere a escultura, mobiliario y otras artes decorativas dependientes de un contexto arquitectónico que, en la capital, salvo por la Sociedad de Autores de Gaudí y poco más, queda desafortunadamente lejano.