La Thyssen recorre cinco siglos de arte a través de la colección Jan Krugier

Miradas sin tiempo. Dibujos, pinturas y esculturas de la Colección Jan y Marie-Anne Krugier-Poniatowski, Museo Thyssen, Madrid
Publicado en “Revista”, suplemento semanal de LA VANGUARDIA, 27/2/2000

Cuando el fantasma de la xenofobia vuelve a merodear por Europa, el coleccionista Jan Krugier dedica esta primera muestra pública de su colección a las víctimas del holocausto, entre los que perdió a sus propios padres y hermanos. Él mismo fue superviviente de tres campos de concentración. La recuperación debió ser muy lenta, porque sólo a principios de los años sesenta, después de haber estudiado Bellas Artes en Zurich, Krugier, que procedía de una familia judía polaca y por añadidura coleccionista de arte, abrió una galería en Ginebra, aconsejado por su amigo el escultor Alberto Giacometti. Después, en 1968 adquiere el primer dibujo de Seurat, uno de esos bosquejos con barra conté negra en donde las manchas de luces y sombras apenas insinúan oscuros personajes y paisajes. La elección es significativa, porque indica un propósito al margen de su actividad como galerista, una búsqueda en el tiempo más allá de la época presente, un requerimiento de los valores del arte ajenos a la moda : la quietud del legado de las formas. A partir de entonces, con la ayuda de su mujer la pintora Marie-Anne Poniatowska, la colección se fue ampliando cronológica y geográficamente, abarcando en la actualidad desde el siglo XV hasta el XX y sobrepasando la tradición occidental, con esculturas helenísticas, egipcias, africanas e incluso un conjunto de estatuillas íberas que antes pertenecieron a la colección de Picasso. Pero también se fue aclarando su tono, con un espíritu ensanchado por la jovialidad, que se destaca aquí en la sala dedicada a Paul Klee, y conducido estrictamente por la excelencia en el arte. Los Krugier han excluido de su colección todo el dolor expresado a través de la historia del arte y que los nazis denominaron “arte degenerado”. “Miradas sin tiempo”, el título que para esta exposición ha elegido su comisario Tomás Llorens, conservador jefe del Museo Thyssen-Bornesmiza de Madrid, alude a la salvación de la zozobra espiritual mediante el arte, a esa dimensión ahistórica de las obras maestras que hacen palpable el espejismo de la noción de progreso, superando las profundas decepciones que ha acarreado en nuestro siglo.
Es absolutamente extraordinario que un particular pueda haber recogido en estas últimas décadas esbozos y apuntes de los maestros italianos : desde Benozzo Gozzoli a Cosimo Tura, junto a Carpaccio, Beccafumi, Bronzino, Il Parmigianino, Veronés, Tintoretto y los Carracci. Pero también se encuentran francamente bien representados los academicismos del XVII, con tintas de, por ejemplo, Poussin y Claudio Lorena, y el arte francés y rococó del XVIII, en donde sobresale la sensual “Joven dormida” de Boucher, todavía libre de la ambigüedad de sensaciones, entre la atracción y la humillación, que despierta el “Estudio de desnudo acostado” de Delacroix. Una devaluación de la representación del cuerpo de la mujer, anteriormente enaltecido por la mitología y la religión, que progresivamente va afirmándose con el nacimiento de la pintura moderna, como podemos apreciar en el lánguido gesto cotidiano del pastel “Mujer en la bañera” de Manet.
Porque aún mayor intensidad alcanza el recorrido cuando llegamos a las salas dedicadas al largo siglo XIX, donde, a través del género del paisaje y el criterio formal de “línea, sombra y movimiento” se termina de expresar el exquisito gusto de esta colección. La “verdad atmosférica” del “Planeta (Saturno)” de Víctor Hugo es un buen ejemplo, como subraya Kosme de Barañano en el catálogo, de la sensibilidad hacia la construcción de un espacio imaginario con los meros instrumentos de manchas (antes que líneas) y luces que conforma la experiencia pictórica moderna, desde los resplandores del paisaje fluvial de Turner al frágil “Sotobosque” de Cézanne.
La muestra, que podrá visitarse hasta el 14 de mayo, es una ocasión excepcional para contemplar la más amplia selección de la colección, con pinturas y esculturas (que no se vieron en las exposiciones precedentes en Berlín y Venecia) junto a doscientas obras sobre papel, auténticas joyas que bien ponen en entredicho la jerarquía de las técnicas : óleo, acuarela, témpera, tintas y carboncillos. Todo es excelente en esta colección y a cada paso causa sorpresa y admiración, realzado por el inteligente montaje, que enriquece el recorrido animado por diálogos : De Chirico junto a Andrea Mantegna y los Quattrocentistas. Y otros encuentros : entre Picasso, Rembrandt y Giacometti, las afinidades de Goya y Gericault, o las tallas africanas junto a los vanguardistas Matisse, Beckmann y Kandinsky. Un guión espiritual que rechaza el paso del tiempo.