Anthony Julius. Transgresiones. El arte como provocación

Anthony Julius, Transgresiones. El arte como provocación, traducción de Isabel Ferrer, Ediciones Destino, Barcelona, 2002. 272 pgs..
Publicado en EXITBOOK, nº 2, 2003

¿Por qué el sector editorial privilegia el lanzamiento de libros que dictaminan el ocaso del arte contemporáneo? ¿Cómo es que los medios de prensa siempre están dispuestos a respaldar estos posicionamientos en su incesante búsqueda de seudopolémicas que presumiblemente “venden”? A este género pertenece el ensayo de Julius, que además de dedicarse a recorrer la tradición moderna del “arte como provocación”, cultiva su ansia de notoriedad en el fértil campo entre la brillante ironía y la descalificación, la pedantería elegante y la contaminación de citas extrapoladas en un río revuelto en que cohabitan M. Fried, R. Hughes, A. Danto, S. Sontag y H. Foster, entre otras muchas “autoridades”, como si fueran compañeros del mismo barco.
Anthony Julius, conocido popularmente en el Reino Unido por haber sido el abogado de Diana de Gales en el proceso de su divorcio, pero también profesor universitario y crítico literario de varios diarios británicos, se aseguró el éxito del libro en su país al descargar su bilis contra los Young British Artists, protegidos por el mercado y la política artística oficial británicos. Los YBA aparecen como los epígonos de una tradición que arrancaría de las transgresiones infligidas por los cuadros de Manet a los géneros respetables de la pintura del Antiguo Régimen, pero que con el primado vanguardia=innovación (a toda costa) después se habría convertido en una nueva tradición que, a su juicio, hoy estaría por completo agotada. La sensibilidad tópicamente británica aflora una y otra vez a lo largo del ensayo ya que, a pesar de analizar algunos casos de violación de las reglas artísticas, Julius se regodea en el morbo de la vulneración de los tabúes: principalmente sexo y religión. Es precisamente en estos comentarios donde quizá descubrimos la sinceridad del autor, que ya se ha convertido en referencia de la defensa actual del judaísmo, tras haber irrumpido en la crítica literaria con su tesis doctoral que denunciaba las convicciones antisemitas de (nada menos que el pope) Eliot (T.S. Eliot, Antisemitism and Literary Form, 1995), para pasar después a reconducir su discurso en la crítica de arte (Idolizing Pictures: Idolatry, Iconoclasm and Jewish Art, 2001) mientras formaba parte como coordinador de un panel de discusión sobre la persistencia del antisemitismo en la sociedad británica (Combating Holocaust Denial through Law in the UK, 2000). No sorprende, por tanto, que entre los escasos ejemplos de arte transgresor que Julius salva se encuentre el “Monumento contra el fascismo” de Jochen Gerz y Esther Shàlev-Gerz instalado en Hamburgo, en donde la invitación a las inscripciones de los ciudadanos sobre la columna de plomo de doce metros de alto terminará con el tiempo, dada la maleabilidad del material, rebajando su altura hasta su desaparición, dando lugar a una obra que es transgresiva, por transgredida.
Poco más añade sobre las tendencias políticas del arte contemporáneo, que constituyen hoy en día el hueso difícil de roer para el sistema del arte actual (crítica, mercado, institución) y que a menudo desafían las tres defensas de la transgresión en la tradición moderna: el alejamiento del reconocimiento que potenciado por la experiencia artística propicia nuevos sentidos, la jerarquización formalista neutralizadora de cualquier “tropelía” contenidista y la disuasión de condena por una probable incorporación al patrón canónico en el futuro. Banalizadas por Julius, sin embargo, como paladín de los ofendidos, no alcanza a proponernos alternativa alguna.