Arte y sociedad en ARCO

PEQUEÑAS HISTORIAS DE ARCO
Publicado en Cultura/s, 12 de febrero 2003

Dice Soledad Lorenzo que en ARCO es la única época en que “no vendo; me compran”. Cada año en esta feria multitudinaria y mediática se habla de expectativas y resultados. No es para menos, muchas galerías españolas, “desde una atención mínima”, que después procuran prolongar, superan en ARCO el 60% de lo que facturan al año. También porque, según Helga de Alvear, los coleccionistas van demorando la compra, para ver y comparar más, y finalmente se deciden en ARCO. A Norberto Dotor, de Fúcares, más de una vez los colegas extranjeros le han dicho “luego tendréis las galerías abarrotadas”. Sin embargo, son pocos los nuevos coleccionistas que después de ARCO se convierten en aficionados asiduos, y así “se pierden vivir el debate continuo que plantea el arte contemporáneo”.
Pero en la feria no sólo compra el público y los coleccionistas tienen la satisfacción de ver cómo las adquisiciones de jóvenes artistas, realizadas en anteriores ediciones, “se van reafirmando”. Los profesionales aprovechan su estancia durante la semana para impregnarse de obras muy escogidas de artistas –“cada cual lleva lo mejor que tiene”- que antes han visto de pasada en el circuito de exposiciones. Se hacen nuevos contactos y también se compra para la colección particular. Rafael Canogar, como tantos pintores que también coleccionan, además de adquirir, por capricho, obras de artistas más jóvenes, como Asensio o Jordi Alcaraz, aprovecha ARCO para comprar sus propios cuadros, sobre todo de su primera etapa informalista, “para establecer un nuevo encuentro con ella, por no depender tanto de los coleccionistas a la hora de organizar retrospectivas y porque creo en mí, como inversión”.
También los museos están a la caza de ocasiones. El Reina Sofía, como tantos otros, celebra una reunión extraordinaria de su Consejo de Adquisiciones en ARCO. “Vamos en busca de hallazgos”, asegura Tomás Llorens. Desde mitad de los ochenta, la feria es el lugar “de encuentros e iluminaciones”, en opinión de Juan Manuel Bonet: “Ahí es donde Lucio Amelio fichó a Miquel Barceló, y Pierre Lebel, de Marlborough, a Pelayo Ortega... Ahí, en ese lugar de jaleo, es donde se ha consolidado la fortuna crítica de la pintura, silenciosa donde las haya, del solitario Juan José Aquerreta”; pero también de la glamourosa Ana Laura Aláez y otros “emergentes”.
Ahora casi más coleccionista que galerista, Helga de Alvear - que está a punto de donar su colección de fotografía y vídeo a la Junta de Extremadura, decidida a crear un futuro Centro de Arte Contemporáneo en Cáceres-, expresa su emoción cada vez que monta su stand, que a menudo se ha criticado por estar demasiado vacío: “en la inauguración, todo es mío, aunque sea provisionalmente”. Ella pertenece a ese grupo selecto que ha ido introduciendo otros modos en el arte español: “la gran anécdota de ARCO es que el primer año la gente comía bocadillos en las gradas de descanso. Eso ya no se ve”. Rosa Olivares, editora de EXIT (y antes de la revista Lápiz), prolonga la metáfora: “antes en ARCO se devoraba todo. Ahora se come todos los días”. Según Joan Hernández Pijoan ya es raro ver, como en las primeras ediciones, “señoras elegantísimas ante una obra sobre papel comentándole una a otra: ‘esto es de Miró, un artista muy importante’. Pero sigue habiendo mucho VIP”. Casi todos los entrevistados recuerdan cuando Mario Conde, a través de la colección de la Fundación Banesto, protagonizaba la feria, “con un séquito de artistas, galeristas y críticos”. Su poder de convocatoria era tal que, cuando en 1991 celebró una fiesta en el Salón Europa, tras rebasarse en el doble el aforo, calculado en 500 personas, los guardias de seguridad no hubieran permitido el acceso a Leo Castelli si no hubiera mediado la propia directora de la feria, Rosina Gómez-Baeza.
“ARCO empezó siendo una reunión de amigos y luego se convirtió en otra cosa”, en opinión del galerista Antonio Machón. En todo caso, según Dotor, ha quedado lejos la etapa que inauguró Juana de Aizpuru en 1982, cuando ante una performance, “anticuada, al estilo de los setenta, las mujeres de la limpieza gritaban como locas ante la aparición de unos jóvenes desnudos”. O cuando unos adolescentes rezagados, en el momento de empezar a recoger al final de la feria, no sabían si reír o admirar una figura de San Lázaro, patrón de los imposibles en la santería cubana, que unos colegas latinoamericanos le habían regalado para conjurar las ventas, y el galerista había decidido ocultar bajo un plinto de madera que sostenía una cabeza del artista Alberto Peral: con éxito, ya que varios coleccionistas, entre ellos la crítica María Corral, se disputaron su adquisición. Hoy todavía Dotor pasea la estatuilla por la galería cuando el negocio no va demasiado bien.
Cómplices
Siempre el público queda ajeno a los problemas de montaje. En una feria en la que los expositores tienen que pagar el total por anticipado bajo la advertencia de IFEMA de prohibirles la entrada si hay incumplimiento, miden el espacio al milímetro. En ARCO 2000, la galerista Oliva Arauna había dejado toda una pared completamente vacía para proyectar “EGO” del artista Toni Abad, que sería la primera proyección en un stand abierto en la feria. Sin contar con nada para reemplazarlo, ambos, artista y galerista, decidieron que la pieza “no funcionaba”, por exceso de iluminación: ”La noche antes de la inauguración tuvimos que pedir a Rosina que apagara todas las luces generales”; y finalmente, pudieron mostrarla.
Como directora de esta “gran representación que es ARCO: como la imagen que se pretende dar de Madrid y de nuestro país al mercado internacional”, a pesar de preparar cada edición con años de antelación, “indagando síntomas, interpretando signos”, Rosina debe atender todos los imprevistos que surgen durante los días de la Feria. También cuando acude la policía. En 1994, Carles Taché presentaba una obra del artista conceptual Jordi Colomer, de la que formaba parte un águila disecada. Un ecologista apareció en el stand y, convencido de que no podía exhibirse, tras pretender que Taché la escindiera de la obra, y pese a que el galerista le observara que “si visitaba museos de zoología podría ver muchos animales disecados” y le asegurara que el artista “no había matado aquel ave”, decidió poner una denuncia “por tenencia o comercialización de animales protegidos”. Aunque la policía tuvo un comportamiento exquisito, hubo de retirar la obra y se privó al público de verla. Un par de días después, Colomer, al tanto de lo ocurrido y conforme con la defensa denodada de la integridad de la obra por parte de Taché, decidió regalársela, para satisfacción del galerista que sigue disfrutando del merecimiento de ser su custodio de por vida.
Días y noches
“Un día en ARCO es como un mes o un año en la galería. El tiempo pasa volando y no tienes apreciación de la realidad”, nos dice Miguel Marcos, quien reconoce que su participación en la feria siempre ha sido “muy normal, exclusivamente profesional”. Sin embargo, para otros, el efecto sorpresa es una constante durante los días y las noches de cada edición. Lugar de encuentros y desencuentros, allí se reafirman viejas amistades y se constatan nuevas enemistades. “Es un detonante social y emocional. Te encuentras amantes, ex - amantes, conocidos y desconocidos”. Y esto aumenta la angustia escénica en los profesionales y “sus válvulas de escape: las célebres fiestas, en el Cock y en el Círculo de Bellas Artes, donde muchos se han emparejado – como los artistas Priscilla Monje y Wim Delvoye-, han tenido hijos y se han separado. Yo también me separé en ARCO”, apostilla Rosa Olivares. En la trastienda, es una feria “más que divertida, sensual”. Quizá, como apunta Pijoan, ya no haya tanta camaradería como en los años de la “movida”, cuando él mismo, Gloria Moure y estudiantes de Bellas Artes coincidían en un recorrido desde ARCO que, tras las fiestas, terminaba tomando churros en el centro, para encontrarse a la mañana siguiente de nuevo en la feria: “Era la época en que se ponían trenes especiales para ir a Madrid. Creo que ya no van tantos jóvenes desde Barcelona”. Pero ARCO sigue rentabilizando dentro y fuera su imagen de feria “emocionante y divertida”. Aunque algunas noches antes de la inauguración, como en aquella edición de 1991, el año de la Guerra del Golfo, Rosina –aquejada a la sazón del tratamiento de quimioterapia- se las pasara llamando a coleccionistas y galeristas para convencerles de que no tuvieran miedo y vineran: “Los ojos me centelleaban, pero quise estar y estuve”. Este año, se ha anunciado que el comienzo del ataque a Irak se programa para después de ARCO. Lo que se añade a la incertidumbre en el mercado – que Miguel Marcos cree que no afectara de manera especial, “ya que en las crisis económicas el arte funciona como un valor ‘refugio’ en la diversificación del riesgo inversor y, además, nuestro mercado, sin llegar a normalizarse, ha evolucionado mucho desde hace una década”. Pero de aquí al 18, día en que se clausura la feria, nos pueden dar la Gran Sorpresa.