Imágenes del lado salvaje. Nan Goldin retrata el romanticismo de la marginalidad

NAN GOLDIN. El patio del diablo, Palacio de Velázquez, MNCARS, Madrid
Publicado en rev. “Libros”, suplemento cultural de LA VANGUARDIA, 17/5/2002
Las fotografías de Nan Goldin dan pábulo a la convicción de que la necesidad de sentir que estamos vivos, que deseamos y que somos deseados es una vivencia que no puede ser sustituida por nada y que, cuando se experimenta, se convierte en la única razón para seguir vivo. Su trayectoria es un alegato romántico, a la más alta temperatura de color, que discurre por la fiebre del amor, la vulnerabilidad de la soledad, la esperanza en el dolor. El hecho de que Goldin se haya servido para expresar esta verdad del retrato íntimo de su entorno, que no es otro sino “el lado más salvaje de la vida” -como cantaba Lou Reed-, con los jóvenes bellos y sudorosos de la noche, drag queens y mujeres, como ella misma, con las huellas violáceas de peleas y del llanto en sus rostros, ha propiciado que el paso de Nan Goldin (Washington, 1953) de “artista de culto” a su reconocimiento como una de las “maestras” del arte del siglo XX, pague el precio, en su difusión mediática, del supuesto escándalo de su crudeza marginal.
Pero no hay nada de morbo en sus imágenes. Sólo la autenticidad del instante fugitivo, la permanente fragilidad de la dicha, el desconsuelo irremplazable, la confianza injustificada en otra oportunidad. Esas miradas preservan el “sentido de la vida” de cada uno de sus protagonistas, valientes e inseguros como nosotros, al margen del rol social o de nuestra elección sexual.
Esta retrospectiva, comisariada por Catherine Lampert, es la más amplia del itinerario europeo (procede de Londres y París y continuará vía Oporto hasta Varsovia) – y junto con la pasada muestra de Pippilotti Rist, la última mantenida por Juan Manuel Bonet de los proyectos heredados-. Cubre treinta años de producción, con trescientas cincuenta fotografías, a las que hay que sumar los montajes de encadenamientos de diapositivas con banda sonora de “The Ballad of Sexual Dependency” (1978-1988), “All By Myself” (1995-1996) y “Heart Beat” (2001). Estas series le permiten presentar por grupos temáticos y narrativos un gran número de imágenes en pocos minutos, formulando un género híbrido entre la fotografía y el cine que, según sus declaraciones, constituyó la base primaria de su formación. Goldin desestabiliza otros géneros, como la disyunción entre fotografía “de reportaje” y “artística”. Hibridaciones de enorme influencia, que constituyen el punto de partida para muchos artistas de las últimas generaciones. A pesar de que ella reconozca que en la década de los ochenta no se dedicaba a leer teoría del arte, sino más bien a ingerir LSD, lo que además de llevarle en 1988 a su ingreso hospitalario, generó su posicionamiento sobre la verdad de la percepción subjetiva de la realidad y su mutabilidad, incoherente y repentina.
El empeño de Nan Goldin por hacer de sus fotografías pruebas de testificación (cada una lleva el nombre de sus protagonistas, el lugar y la fecha), junto con su estética radical e impactante en la que cabe cualquier recurso llevado al extremo -en el tratamiento siempre exagerado del color, en el abanico de la nitidez, en sus composiciones rotundas, de una implacable memoria e inteligencia visual, y a veces tomadas fuera de control, ... – complejizan la crítica al “artista como etnógrafo” (por incompatibilidad, por obscenidad) y se erige, como dardo ponzoñoso, al centro de la definición de la propia fotografía: ¿Es siempre mirada voyeurista? ¿Es representación objetiva o por el contrario necesariamente construida, y constructora, de la realidad? Su disparo, ¿no representa siempre lo muerto, lo que ya pasó?, ¿puede retener la intensidad del instante, ese único, inflamado? Como tantas veces ha repetido ante la prensa, comenzó a hacer fotografías a los dieciséis años tras la experiencia traumática del suicidio de su hermana mayor. No quería perder a nadie más. Con el tiempo, le sirvió para demostrarse a sí misma y a sus amigos lo que habían vivido, quizá cada cual con su ebriedad. Pero siguió perdiendo, varios murieron de sida. Goldin proyectaba sus series en cines y bares. Vendía barato imágenes en pequeño formato para contribuir con las asociaciones de apoyo. Ahora las carnes ya no son las mismas. A veces fotografía a los hijos de sus amigos que empiezan a hacer el amor, entregados. Más “espiritual y contemplativa”, cultiva los retratos sin figura, que siempre registró: hace años, camas del antes y el después. Ahora, paisajes líricos y pictóricos; bodegones fetichistas de altarcillos católicos, con penitencias y relicarios. Pasajes del amor y de la muerte. De nuevo, experiencias íntimas. La indudable sinceridad de Nan Goldin tras contemplar la fuerza visual y emocional de su trabajo, será premiada este año en PHotoEspaña, centrado en la representación de género. El coraje de Goldin se hará entonces modélico del caliente posmodernismo de resistencia con que muchas artistas siguen defendiendo el arte del estéril esteticismo.