Caravaggio, una visión dramática y contemporánea

CARAVAGGIO, Museo del Prado, Madrid
Publicado en "Revista", suplemento semanal de LA VANGUARDIA, 31/10/1999

A diferencia de otros pintores clásicos, las imágenes de Caravaggio remiten a nuestro imaginario actual : una amalgama de erotismo, violencia y heroísmo de la vulgaridad, plasmada con la rotunda tangibilidad a que nos tienen acostumbrados los impactos de los media, la publicidad y la filmografía más truculenta. Buscamos en su obra el espanto ante las gargantas decapitadas chorreando sangre, las sombras que llevan hasta lo insospechado la atracción del voyeur hacia los miembros iluminados, la complicidad a la que invitan sus jóvenes descarados, sucios y de rasgos abiertamente populares. Lo contemporáneo de su última “manera oscura” radica en un lenguaje tan directo que cada imagen se percibe como un acontecimiento. Cualidades que fascinaron y escandalizaron a lo largo de la meteórica carrera del pintor.
Michelangelo Merisi da Caravaggio (1571-1610), sin cumplir cuarenta años revolucionó la historia de la pintura. Su formación arranca del provinciano ambiente lombardo donde fue aprendiz de Simone Peterzano, a través de quien Caravaggio haría suyas para siempre esas manos anchas y carnosas típicas de Lorenzo Lotto, que desplegadas en su pintura en mil ademanes le definirán más tarde como un maestro de la expresión temperamental. Además, en Milán absorbe el sentido colorista de la pintura veneciana, por el que es tildado de mero seguidor de Giorgione cuando todavía muy joven comienza a ser conocido en Roma, al principio como pintor de frutas y flores y después por sus obras joviales y optimistas (“Narciso”), en las que abunda el tema musical (“Concierto de jóvenes”) y la escena popular (“La bienaventura”). En 1597, con poco más de veinticinco años, ya es llamado “celebérrimo pintor”, a pesar de la escasa importancia que da al dibujo, marcando con incisiones al estilete los contornos de las figuras, como todavía hoy podemos apreciar.
Pero es sobre todo a partir de 1600 cuando Caravaggio se empapa de la erudita afición romana por las iconografías antiguas, cuyas citas oculta en sus cuadros bajo la apariencia de un exagerado naturalismo. Aunque sus detractores afirmaron que el pintor “escogía tanto lo bueno como lo malo” y que se limitaba a retratar a sus toscos modelos porque desconocía los principales elementos del arte (invención y composición), la consolidación de su clasicismo queda patente en las arquitecturas de la “La flagelación de Cristo” y su “Virgen de los Palafraneros”. Con treinta años su pintura se hizo cada vez más severa, austera y tenebrista, y pronto se extendió la moda de iluminar a la manera de Caravaggio, con un único foco desde arriba, acentúando el dramatismo de sus últimos trabajos, por ejemplo, el “David con la cabeza de Goliat”, cuya cabeza decapitada sirve de autorretrato al pintor, y “Salomé con la cabeza del Bautista”. El verismo de su pintura religiosa, que presentaba el milagro al alcance del sentimiento y la comprensión del hombre común, fue una de las claves para la enorme influencia de su estilo en el ambiente de la Contrarreforma, a pesar de que varios de sus trabajos fueran rechazados por indecorosos.



Perfil de Caravaggio : Los desafíos
El pavor que despiertan algunas de sus imágenes se extiende hasta su propia figura. Al pensar en Caravaggio sobrecoge el contraste entre su perfil pendenciero, soez y criminal y la excelencia técnica y la penetración espiritual de sus obras. La profunda crisis que sin duda vivió hacia 1600, año en el que comienzan a abundar los informes policiales sobre sus riñas y desafíos, no empañó sino que fortaleció la elegancia depurada de su trayectoria artística.
Su figura, quizá como ningún otro artista, encarna nuestro estupor ante la carencia de explicación en último término de la genialidad creativa y roza la monstruosidad que le atribuyeron los románticos. Los historiadores del siglo XVII nos han dejado abundantes anécdotas. Karel van Mander asegura que alternaba quince días de trabajo con dos meses de tabernas. Bellori destaca su grosera altanería : “gustaba de adornarse con terciopelos y paños costosos, más una vez que vestía un traje ya no se lo volvía a quitar hasta que se le caía hecho jirones. Era de lo más negligente en cuanto a su aseo, y durante muchos años usó la tela de un retrato a guisa de mantel”. Deslenguado y ataviado con espada al flanco y puñal, siempre iba rodeado de jóvenes pendencieros, como relatan las abundantes denuncias por escándalos, desacatos a la autoridad y agresiones. Según Sandrart, “sin esperanza pero sin miedo”, los últimos cuatro años de su vida se convirtieron en una brillante huida de la justicia, después de asesinar a un tal Tommasoni, rival en una partida de pelota. Por sus pinturas, aún le fue concedida la Cruz de Malta, de cuya prisión huyó para seguir trabajando con brillo y fama en Sicilia y Nápoles. Su trágico destino desembocó en un último duelo. Herido, desfigurado y, al parecer, preso de la locura por las fiebres, murió en la playa cuando volvía a pie a Roma, donde le esperaba el perdón y la gloria.
Pintor al servicio de los poderosos, sus imágenes desafiantes mostraban por primera vez la dignidad de los humildes y el vigor transgresor de los bajos fondos. Hoy le reconocemos como precursor de los artistas contemporáneos empeñados en expresar las “diferencias”, a través del arte extremo que exalta el placer en el dolor de la amputación o se lisonjea de abanderar la homosexualidad obscena.