Cristina Iglesias

Publicado en 100 artistas españoles, 2009

La fulgurante carrera de la escultora Cristina Iglesias es significativa de la renovación generacional en el arte español en la década de los 80. Formada en la Chelsea School of Art de Londres, y tras realizar en 1984 sus primeras exposiciones individuales en Setúbal y Lisboa, su participación en el Pabellón Español de la Bienal de Venecia de 1986 contribuyó a su reconocimiento internacional, que ha continuado consolidándose hasta la actualidad.
Pronto las primeras esculturas, que eran pequeñas piezas en las que dialogaban el hierro y un cemento al que mezclaba color, dan paso al motivo vertical del umbral -en una insinuación de la tensión entre construcción y naturaleza que remontaba al simbolismo primordial del dolmen-. Y después, a la sustitución del acceso físico (negado) por el acceso visual que, durante la década de los noventa, explorará con la introducción de la luz como elemento fundamental de sus angostas e impenetrables construcciones techadas mediante materiales translúcidos: cristal y alabastro.
La evocación de un habitar precario y fragmentario se redobla con la introducción de ecos de la memoria histórica, con sus bisagras de viejos tapices apenas entrevistos y reflejados en pulidas superficies de aluminio. Tapices que denotan un interés por lo decorativo y el detalle ya totalmente integrado en las paredes exentas, en las entreabiertas habitaciones “forradas” de aluminio fundido por motivos vegetales en su interior (Hojas de eucaliptus, 1994; Bosque de bambú, 1995), a modo de jardines secretos, y en el monumental y amenazante refugio Techo suspendido inclinado (1997), de resina y polvo de piedra que invierte el fondo marino con sus huellas orgánicas.
A las anteriores tensiones de corte sublime arquitectura/naturaleza, orgánico/ artificial, interior/exterior, opaco/transparente, visión/ocupación y secreto/exhibicionismo ornamental se añaden otras dimensiones poéticas y simbólicas en sus populares celosías, con las que el trabajo arquitectónico y escenográfico de Iglesias evoca el habitar desde las diferencias (de cultura y de género). Recientemente, el juego de luz y sombras se ha intensificado en sus corredores suspendidos, realizados con planchas sueltas de alambre de hierro trenzado y galvanizado que incorporan textos de El Mundo de Cristal de J. G. Ballard.
Dedicada en la actualidad a llevar a cabo encargos públicos, entre ellos destacan las Puertas para el edificio de ampliación del Museo del Prado y la Deep Fountain en la Plaza de Leopold de Wael de Amberes, en la que Iglesias ha creado una cisura de fondo vegetal –patrones de helecho- o abismo que apenas mantiene el nivel de agua suficiente para reflejar su entorno.
Otra constante a subrayar en el conjunto de su trabajo lo forman sus series de serigrafías sobre papel, seda o cobre a partir de fotografías de fragmentos y detalles de arquitecturas efímeras, que descubren el proceso de gestación conceptual de sus proyectos.