Publicado en 100 artistas españoles, 2009
El núcleo del trabajo de Darío Villalba constituye una de las aportaciones más importantes del arte contemporáneo en la indagación de la vulnerabilidad del sujeto y las identidades marginales. Cuestiones que Villalba, como tantas veces ha declarado, aborda desde el sentimiento católico de culpabilidad (“la inmensa culpa que tiñe mi paleta”) y su enfrentamiento a la banalidad superficial de la cultura y el arte pop, a partir de una reelaboración conceptual de la gran tradición del barroco español que gravitaba en el informalismo de la generación anterior, de Tàpies a Antonio Saura. Para ello, desde el principio, se vale de un “sabotaje” de los lenguajes de la fotografía y la pintura que quedan, para siempre en su obra, interpenetradas.
A finales de los años sesenta, Villalba produce la primera serie de los llamados “encapsulados”: se trata de objetos espaciales móviles, pompas de metacrilato transparente, de un hiriente rosa fluorescente en su dorso. Los “encapsulados rosas” serán presentados en la XXXV Bienal de Venecia alcanzando una gran repercusión internacional. La segunda generación de “encapsulados” o “crisálidas” se libera del cromatismo y toma como material base el metacrilato, la tela fotográfica en blanco y negro y el aluminio –envés en el que nos reflejamos-: elementos industriales que contradicen su tensión dramática. Pues las fotografías que encapsula representan seres desamparados, marginados o, como los denominó el crítico Pierre Restany, “alienados del asfalto”. A mediados de los setenta, el artista intenta aislar “emblemas”, de hiriente misticismo, entre los que destacan las imágenes fragmentarias de enfermos mentales, a imagen y semejanza de la iconografía de la pasión de Cristo. Villalba se sirve de fotografías que sufren procesos de descomposición y recomposición con cortes y salpicaduras, huellas y regueros de barniz junto a líneas blancas, pardas y rojas, de sangre y de pasión.
Tras un periodo en que las imágenes (rostros o “faces”) tienden a desaparecer, canceladas, hasta su sustitución por las matéricas “pinturas bituminosas” negras y antisonoras –serie “cegada” y descanso de “la alucinación de la figuración”-; durante la década de los noventa Villalba realiza una serie de extraordinarios polípticos que alternan instantáneas fotográficas e intervenciones pictóricas, acercándonos de nuevo a situaciones límite con el trasfondo de las lacras del final del siglo XX: como el entorno de la enfermedad del SIDA (Chap-Ero) o la proliferación de los homeless. Y que encuentra su pendant en la serie Piscinas municipales. Vida y muerte, cuyo trasfondo dramático no es óbice para dejar aflorar su intenso y sensual vitalismo.
Recientemente, ha dado a conocer sus Documentos Básicos, composiciones fotográficas a partir de materiales diversos recogidos desde su primera estancia en Londres a finales de los años cincuenta: un diario íntimo y visual de más de dos mil “hechos plásticos vividos” por el artista.