De módulos, estructuras y programas. Jan de Cock

Jan de Cock, Galería Helga de Alvear, Madrid
Publicado en El Cultural, 26 de enero de 2006

La trayectoria fulgurante de Jan de Cock hace palidecer la acepción habitual del término “emergente”: en cinco años ha intervenido algunos de los espacios más interesantes de la escena internacional y todavía no ha cumplido los treinta. Esta primera individual en España presenta parte de los últimos módulos de lo producido en 2004. A falta del encargo de alguna institución de nuestro país –el rasero del conservadurismo y de la precariedad presupuestaria afecta a todas por igual, pese a la disparidad de tendencias-, hay que agradecer una vez más que lo reciente llegue de la mano del riesgo asumido por el sector galerístico.
El trabajo de este joven artista belga demuestra la vitalidad del “arte en contexto” como un género bien asentado en la tradición postmoderna. De Cock interviene espacios públicos, extrayendo resultados de la fricción en su uso privado. En la primera fase, se traslada al lugar, estudia la arquitectura y los modos de habitarla. De vuelta a su estudio, investiga la historia del edificio y comienza a desarrollar, a partir de módulos, la estructura que recubrirá las zonas externas y/o internas de la edificación y que, posteriormente, terminará de ser adaptada, en un lento proceso de ensamblaje de carpintería. Después, una vez que se ha devuelto el espacio intervenido al uso de particulares y público, dirige a un fotógrafo “operador”, quien toma las escenas que finalmente serán presentadas en cajas de luz, en forma de trípticos, dípticos o imágenes singulares, como últimos módulos de este método sistemático, a menudo en aquellos mismos espacios. Asemejando el efecto especular de las muñecas rusas. En definitiva, este es el producto restante (y comercializable) tras el desmantelamiento o fin del proceso que lleva en sí toda construcción que se refiera al ensamblaje o a una construcción progresiva. En una entrevista reciente, De Cock aseguraba que un ayudante revisa con un programa informático las proporciones de los módulos realizados a fin de que las estructuras no sean repetidas.
Una decena de esas cajas de luz es lo que ahora podemos contemplar en las paredes de la galería. El montaje es tan elegante e impecable como las propias intervenciones originales, construidas en ambos casos con planchas de aglomerado, con un simple terminado en DM o bien en contrachapados en verde y rojo inglés, una gama que se adapta convenientemente tanto a interiores institucionales como a paisajes, como podemos comprobar en estas fotografías. Ahora bien, el resultado es dispar.
Aunque las actuaciones de Jan de Cock siempre violentan el espacio, es más adaptativa su versión de la Biblioteca Henry van de Velde en Gante, por la definición misma de una biblioteca, acumulativa. En contraste con el choque de la superposición constructivista en un modesto astillero de la impactante costa guipuzcoana de Pasajes, que fue la contribución del artista a Manifesta5 -y que, en otro orden, como ocurre en la ampliación del Reina Sofía, mejora lo viejo. Quizá un efecto hábilmente buscado: la edificación de De Cock sobre la cubierta, a una escala menor, engrandece y monumentaliza el astillero, mientras el efecto óptico distrae de su difícil aprobación ante el poderoso paisaje. El suplemento, además, padece de un cierto contagio del proyecto simultáneo en la Biblioteca que Van de Velde diseñó en los años treinta como una “torre de libros” para desafiar a la Iglesia colindante, una apuesta del triunfo de la Razón, como el del Arte frente a la Naturaleza que parece intentar De Cock. En cualquier caso, el público que recaló en Ondartxo podrá ver ahora rincones y perspectivas de la intervención inaccesibles entonces e, incluso, casi con mirada voyeur, algunas pistas de los hábitos íntimos del cuidador del astillero en desuso. Pero que habremos de tomar como “homenaje” siguiendo la lógica inversa del escultor, que denomina a su producción “Denkmal” (en alemán “monumento”, recogiendo en su raíz léxica el sentido de “memorial” y “memorable”, “denkwürdig”), del mismo modo que no pestañea al afirmar que es “verdad y totalmente cierto” que Marcel Broodthaers pretendía hacer un homenaje al museo clásico en su ficticio “Museo de Arte Moderno” montado en su propia casa, en 1968, y constituido por fichas, cajas y tarjetas postales. Desde entonces, una estela de artistas ha actuado fuera y dentro de los espacios del arte, cuestionando su función y autoridad, hasta dar paso a esa categoría clasificatoria de “arte en contexto”, bajo la que se agrupan toda clase de intervenciones, generalmente por encargo de los propios centros y con independencia de su intencionalidad. Retroalimentando el sistema del arte.
Me resulta inevitable recordar que la irrupción de Jan de Cock en este sistema coincide con un esfuerzo muy intenso en grandes exposiciones y subastas –en los últimos tiempos, suelen ir a la par- por revalorizar el minimalismo estadounidense. Como a Judd, al joven belga le interesa la relación entre partes. Pero si al primero ya le molestaba el calificativo de “reduccionismo”, popularizado posteriormente como “menos es más”, en absoluto conviene a De Cock, cuya economía de lo superfluo y el crecimiento cuasi burocrático de sus módulos se nutre de la lógica ad infinitum del racionalismo perverso y la logorrea formalista de un degradado postestructuralismo. Como otros artistas “programadores”, según les denomina Nicolas Bourriaud en su Post Producción, entiende el museo “como otros tantos negocios repletos de herramientas que se pueden utilizar, stocks de datos para manipular, volver a representar y a poner en escena”.