Enrique Marty. El tiovivo de nuestra infancia

Enrique Marty, Flaschengeist, la caseta del alemán, MUSAC, León
Publicado en Cultura/s, 25 de enero de 2006

El rótulo “FLASCHENGEIST” ( “espíritu embotellado”) sobre la tapa de la caseta del alemán en la feria ambulante que visitaba de niño ha sido el obsesivo “Rosebud” de Enrique Marty (Salamanca, 1969) para realizar este megalómano environment, plagado de referencias cinematográficas y excesos. Y sólo el estado de gracia que atraviesa el MUSAC en estos momentos ha podido propiciar la construcción in situ de una feria completa: desde el pasillo de las casetas con bombillas de tiros y premios, pasando por una plaza con viejo tiovivo en pleno funcionamiento hasta un laberíntico recorrido por una casa de los terrores, con pasillos oscuros y pequeñas estancias, entre las que encontramos un pequeño teatrillo de cortinas rojas o una cámara cubierta de estanterías con moldes de dentaduras.
Desde la entrada al recinto, el abigarramiento de la mise en scène verbenera nos hace conectar de inmediato con esa sensación que bien conocemos de aturdimiento y de mascar la precipitación del acontecimiento extraordinario, tan utilizado en el cine de suspense, desde “Extraños en un tren” de Hitchcock a “La furia” de Brian de Palma y “Twin Peaks” y “El hombre elefante” de David Lynch. Los tenderetes y toda su parafernalia de carteles y colgantes, sin embargo, nos remiten a nuestro pasado cutre y sórdido de hace dos días, manufacturado muy al gusto popular de la meseta profunda; pero que, a esta escala, y con la mediación esperpéntica de Marty en el contexto museístico, tiene todo que ver con la tradición del pop salvaje de las acumulaciones de Vostell, el supermercado de Oldenburg y los bares de Kienholz, y sus herencias californianas y de contundente irreverencia pueril de Paul McCarthy y Mike Kelley. Los traumas siniestros de la infancia han ocupado el centro del trabajo del salmantino en la última década. En una rara colaboración con su propia familia, Marty ha excavado en el retorno de lo reprimido, extrayendo con trazo grueso perlas repugnantes de ese mundo interior vergonzoso en donde violencia, sexo y humillación ofrecen la otra cara de la blanca fantasía infantil y la idealización de los comportamientos modélicos de la institución familiar que, con su estética grotesca, queda convertida en una galería íntima y macabra de La Parada de los Monstruos.
Después de la edición de “Fantasmas” (Artesobrepapel) -en donde ya reproducía un circo canallesco-, en Flaschengeist Marty entra a saco en la perturbadora confusión entre el despliegue de freakies y los visitantes de su feria. Sorprendido a cada paso por personajes insólitos, el espectador termina quedando encerrado tras los barrotes, para la exhibición ante el resto de los visitantes y de las otras fieras. ¿Quién mira a quién? ¿Y quiénes somos nos/otros?
En la edición del libro de artista realizada para la ocasión, una especie de diario del proceso de este complejo ambiente, con dibujos y anotaciones, nos enteramos de la vida de algunos de estos personajes y las relaciones que establecen entre sí los hombres hipopótamo, la mujer serpiente, la niña que levita … Las referencias sexuales son constantes y muy perturbadoras como, por ejemplo, ese hombre de tres dedos que se sube la falda para manosearse los genitales. Se incluye, además, otros elementos escenográficos, como los carromatos a la trastienda de la feria y paisajes nocturnos atrapados directamente del recuerdo que, obviamente, han tenido que ser suprimidos en la recreación. Marty es un gran dibujante y, a diferencia de otros pintores, su larga experiencia escenográfica junto a José Carlos Plaza, no ha debilitado un ápice la densidad de su foco creador. La empatía con su escabrosa nostalgia nos hace preguntarnos qué tipo de imaginario quedará en los niños de hoy habituados a las superficies brillantes y sin resquicios de los actuales parques temáticos.