Desde la puerta de atrás: Wollen, asalto a la nevera

Peter Wollen, El asalto a la nevera. Reflexiones sobre la cultura del siglo XX, Akal, Madrid, 2006. 240 pgs.
Publicado en EXITBOOK, n. 8, 2008

Esta estupenda recopilación de ensayos (1993) de Wollen demuestra que es factible reunir artículos de diversa procedencia sin caer en la indignidad y, lo que es más importante, que todavía es posible iluminar el arte y la cultura del siglo XX de una manera novedosa, ágil y entretenida, con erudición de primera mano y rigor no exentos de un posicionamiento crítico. Como tantas cualidades no son, ni mucho menos, habituales, merece la pena subrayar la madurez y el perfil pluridisciplinar de Peter Wollen (Londres, 1938), profesor emérito del Departamento de Cine, Televisión y Nuevos Medios de la Universidad de California, realizador (entre su extensa filmografía destaca Riddles of the Sphinx, y otras cinco películas co-dirigidas con su mujer, Laura Mulvey), crítico y comisario de exposiciones (The Situationist International, Global Conceptualism y Addressing the Century: Art and Fashion), y autor de destacados ensayos como Signs and Meaning in the Cinema (1969) –considerado crucial en la introducción de estructuralismo y semiótica en la teoría fílmica-, Who is Andy Warhol? (1998) y, entre otros, las recientes recopilaciones Paris Hollywood—Writings on Film (2002) y Paris / Manhattan—Writings on Art (2004), sobre Frida Kahlo, Gerhardt Richter, Victor Burgin y Derek Jarman.
Desde el punto de vista de Wollen, el problema de la crítica artística arranca de que, generalmente, “el flujo de lo bajo a lo elevado y de la periferia al centro se han analizado en términos de apropiación e innovación, mientras que el flujo contrario se ha considerado una vulgarización y su producto final ha sido tachado de kitsch”. Wollen invertirá los términos y de ahí, en gran medida, su brillantez. Al final, la impresión es que el volumen compone un mosaico compacto en el que se recorren los principales periodos del siglo XX, desde la puerta de atrás.
Para empezar, el tan traído y llevado corte rupturista por el primitivismo de las vanguardias históricas se resuelve a través del orientalismo en boga por el modisto Paul Poiret y los ballets de Diaghilev, sin olvidar los análisis de Edgard Said y Perry Anderson entrelazados al diagnóstico del ascetismo capitalista masculino de Max Weber y Werner Sombart frente a la grande cocotte: “Oriente pasó a primer plano precisamente porque era el negativo que amenazaba con sembrar dudas sobre el mito que el movimiento moderno estaba creando acerca de sus orígenes”. Después, la consolidación modernista viene de la mano del americanismo, a través del cine, los automóviles y el jazz: Gramsci, el Círculo de Viena y el productivismo estalinista abrazaron las cadenas de producción del fordismo, encarnadas según Sigfried Kracauer por las piernas sincronizadas de las Tiller Girls. Además, Wollen nos recuerda que Kokoschka y Bellver convivieron con muñecas de tamaño natural que, tras fotografiarlas, llamaron “objetos surrealistas”.
. Wollen se extiende sobre los años cincuenta, con mimbres más presumibles: a través de la esclerotización formalista con que el purismo de sometió Greenberg a Pollock, y mediante un capítulo dedicado a Debord que, quizá, pudiera tener más interés para lectores estadounidenses, dado el intensísimo interés que se le ha prodigado en Europa, y pese a que el autor fuera cocomisario de la importante retrospectiva de la Internacional Situacionista.
Pero es brillantísimo el artículo dedicado al minimalismo camp de Andy Warhol “en una nueva combinación paradójica y perversa”, que parece relatar de primera mano, haciendo hincapié en la asidua asistencia del artista a la Judson Church donde se presentaron varios montajes de Ivonne Rainer, quien en 1966 escribió un manifiesto retrospectivo sobre su trabajo titulado “A Quasy Survey of Some ‘Minimalist’ Tendances”. De acuerdo con Wollen, la llegada del Pop “debería contemplarse junto a críticos culturales como McLuhan (o Eco o Barthes), escritores como Burroughs, obsesionados por la publicidad, el banco de imágenes, el virus de la palabra y los ‘estudios de la realidad’ y, por supuesto, cineastas como Godard”. Wollen revalida la importancia de Warhol como cineasta obsesivo que rodaba sólo una toma, temía perder el momento en que se cambiaba la cinta (Sleep) y se negaba a editar. Prefería la “situación” y el “incidente” antes que el “argumento” o la “narrativa”. Y siempre, como en su elección de los contactos para su industria de retratos de celebridades, las tomas “malas”.
El volumen se cierra con la trayectoria de los rusos Komar & Melamid, inmigrantes supervivientes en el postmoderno sistema del arte occidental gracias a la estrategia de la ironía. Y reconstruyendo los orígenes del arte y los artistas paraturísticos en este periodo poscolonial, decantándose, con cierto optimismo crítico, por el diagnóstico de criollización propuesto ya por Glissant: “una nueva estética híbrida en la que las nuevas formas empresariales de comunicación y exposición se enfrentarán, constantemente, a nuevas formas vernáculas de invención y expresión”.