El arte del ‘copyleft’

Plagiarismo, La Casa Encendida, Madrid
Publicado en Cultura/s, 28 de diciembre de 2005

El asunto no puede estar más caliente. En la sociedad de la información y con la tecnología disponible, pretender que no copiemos, reciclemos, tuneemos y “nos hagamos con” es poner puertas al campo. Además, todo parece apuntar a que los abusos corporativos por privatizar los productos culturales comienzan a verse, por fin, recortados a nivel planetario. Sony acaba de perder su demanda y caer en el descrédito público con sus agresivos CD con protección que impedían la copia privada de seguridad, al tiempo que Google Print ganó su distribución gratuita de libros. En el Estado Español, mientras en el Parlamento se prepara una nueva Ley de Propiedad Intelectual –que tendrá que contar con un informe de la Unión Europea muy criticado por las sociedades de derechos- y el Gobierno acaba de crear una Comisión Intersectorial para “vigilar y controlar” la crisis del copyright y fomentar el “consumo legal” de cultura, el debate social multiplica sus foros. Y no sólo en los animados weblogs. En los próximos 15 y 16 de diciembre se celebrará en la Universidad de La Rioja un Congreso Internacional sobre “Copia privada y piratería de obras protegidas por el Derecho de Autor”, enésima convocatoria de una mecha que corre como la pólvora. Desde los encuentros el pasado año en el MACBA para discutir las ventajas del copyleft, una alternativa a la carta para el autor que se reconoce sólo un eslabón más en la cadena de la producción cultural, prácticamente en todos los centros de arte contemporáneo del país se ha ido poniendo en tela de juicio los usos y maneras de VEGAP, la sociedad de derechos de los artistas visuales. Quizás, el encuentro más importante hayan sido las Jornadas de Arte y Derecho de Autor celebradas a principios de noviembre en el Museo Artium de Vitoria, donde ADACE, la Asociación de Directores de Centros de Arte Contemporáneo, se adhirió al “Manifiesto sobre las ‘reproducciones’ de obras de arte en libros y artículos de carácter histórico, crítico y didáctico” elaborado por el CEHA (Comité Español de Historia del Arte) y firmado ya anteriormente por otros profesionales independientes de los diversos sectores del arte español, incluidos algunos artistas. El problema, básicamente, reside en que VEGAP, con sus más de 40 páginas de tarifas (algunas, hasta un 130% más caras que en Alemania o Francia) ha llegado en la práctica a no distinguir entre información y utilización comercial de las imágenes, obstaculizando la difusión del arte contemporáneo. Algo que puede resultar muy chocante para algunos, dada la vinculación de VEGAP, a través de la Fundación de Arte y Derecho, con la siempre progresista, pero ahora desvirtuada, UAAV, Unión de Asociaciones de Artistas Visuales, pero cuyas dudas quedarán rápidamente despejadas si el lector curioso entra en la página www.copianos.com, en donde la encontrará de la mano de SGAE y las restantes sociedades de derechos españolas, bajo un diseño simpático y familiar con la finalidad de congraciarse y educar a los ciudadanos en el “buen uso” de la cultura.
Sin entrar en disputas domésticas –paradójicamente, se ha pagado hasta el último copyright, aunque algunos de los artistas de esta exposición sigan teniendo problemas con los derechos de las imágenes corporativas que usan para su trabajo -, Plagiarismos viene a ser un manual sobre la legitimidad de la imitación, como resorte básico e imprescindible de la transmisión cultural, sobre el cambio de su valoración con la irrupción de la industria cultural en la sociedad de masas del siglo XX, sus diversos usos y la importancia que ha cobrado para la creación artística en la época de lo que ya abiertamente Nicolas Bourriaud denomina de la “post producción”. Un mapa ambicioso, y más si se tiene en cuenta no sólo la hibridación visual que contempla, necesaria, sino también el énfasis en la producción musical, a cargo de Jordi Costa y Álex Mendibil, y que se ha resuelto con la selección ajustada de unos cuantos ejemplos, la disponibilidad de información con monitores enlazados a la red y un interesante y ágil catálogo, a modo de diccionario de nuevos términos con contribuciones de varios especialistas (Andrés Hispano, Mercedes Cebrián, entre otros) y protagonistas como el músico y teórico John Oswald, que el visitante puede fotocopiar y llevárselo gratis.
Desde una acotación de “memes”, el recorrido es muy didáctico en lo que se refiere a la conversión del concepto de homenaje o parodia del siglo XIX en copia y piratería en el XX y en la crítica de los modelos miméticos de la publicidad y la industria cultural. Por otra parte, cuenta con auténticas obras de culto como el corto de Joseph Cornell, Rose Hobart (1936), a partir de un found-footage o metraje encontrado –y del que Dalì dijo que le había robado la obra de su subconsiente-, y otras obras “malditas”, como el Plunderphonics (1989) de John Oswald, una deconstrucción del tema Bad de Michael Jackson siguiendo como guía una partitura de Stockhausen, y el Grey Album (2004) de DJ Danger Mouse, junto a un manual con cientos de páginas para bajárselo. Y también hay un grupo interesante de artistas españoles con videoinstalaciones, algunas seguramente realizadas para la ocasión, pero aquí la selección es más parcial, ya que hoy constituye una tendencia casi mayoritaria. En definitiva, la muestra resulta emuladora y convincente. La idea, en palabras de Javier Candeira, es que “la cultura es un proceso, no un producto” y el visitante sale respaldado para hacer más eficientes e interactivos sus aparatos audiovisuales. Quizás también para estimar a aquellos que son capaces de, a partir de los productos a disposición, elaborar hallazgos para reprogramar el mundo contemporáneo.