El gabinete de las maravillas

Existencias, MUSAC, León.
Publicado en Cultura/s, 10 de octubre de 2007
Cuenta Peter Wollen en Asalto a la nevera (Reflexiones sobre la cultura del siglo XX) que cuando Warhol fue invitado en 1968 a organizar una muestra a partir de los fondos del Museo de Arte de la Escuela de Diseño de Rhode Island, en el proceso hubo momentos en que el director temió que la exposición resultante (Raid the Icebox) fuera el puro “almacenamiento”. Andy Warhol consideraba que todo merecía ser registrado y almacenado, y de hecho en su Factory comenzó a embalar “cápsulas del tiempo” en cajas idénticas, selladas y etiquetadas con todo lo producido, desechado y vivido durante el mes para enviarlo a un depósito en Nueva Jersey. Como Cage, rechazaba los conceptos de jerarquía, consecuencia o narración que han dotado de orden y sentido el conocimiento moderno y sus instituciones, tal como detallara después Foucault. También, por supuesto, los museos.
La anécdota viene a cuento porque el MUSAC, en esta exposición con la que quiere celebrar tres años de supervivencia, vuelve a hacer una contundente declaración de principios, de actuación e intenciones, de inspiración netamente pop: un museo en donde es tan importante lo que se colecciona y se expone como lo que se vive en y a través de él. De manera que la muestra, que ocupa el espacio completo de exhibición del museo, pretende dar la impresión de abrir al público todas las “existencias” guardadas en sus almacenes y que todavía no habían sido exhibidas. Desbaratando la ordenación moderna, apela a los antecedentes del museo: los “gabinetes de curiosidades” o “cámaras de maravillas” que proliferaron a partir del siglo XVII y desaparecieron al final del XVIII, en donde los cuadros cubrían por completo sus paredes, acumulando géneros, temas y estilos, con evidente horror vacui y ostentoso orgullo por parte de sus coleccionistas, que ofrecían a sus visitantes privilegiados una visión caleidoscópica (tan necesaria en tiempos autoritarios de homologación y uniformización). La idea es despojar al museo y a sus obras de su aura para ponerlos a disposición de cada visitante de la manera más desmitificada posible.
La apuesta es arriesgada tanto por la tipología de exposición elegida como por el exhibicionismo striptease de buena parte de lo mejor y lo menos bueno de los fondos de una colección que fue iniciada hace cinco años y está especializada en las dos últimas décadas. Géneros (pintura, dibujo, fotografía) y formatos enormes y mínimos han quedado mezclados en sus dos Gabinetes: el de las piezas “desconocidas” y otro más pequeño, a modo de memoria de lo ya exhibido, con hitos de sus precedentes muestras. Y lo más sorprendente es que las obras de más de 200 artistas, desde emergentes castellanos a ya consolidados hispanos quedan bien, “funcionan”, junto a las de artistas del mainstream internacional, demostrando que el coleccionismo del MUSAC lo es de obras concretas bien elegidas y no de nombres; por más que su director, Rafael Doctor, se lamente de que el presupuesto no le alcance para aspirar a piezas de Damien Hirst o Mauricio Cattelan que serían capitales para este proyecto bien definido de colección: que parte de la superación de la dicotomía de high and low culture y detecta en el arte contemporáneo strictu sensu todo lo que tiene que ver y se desarrolla bajo la herencia de las Notas sobre lo camp de Susan Sontag, como origen del arte contemporáneo. En conjunto, esta concepción resulta tan sólida que “Existencias” da la apariencia de presentar un panorama completo del arte actual y de lo que, en su fragmentación e inmediatez, nos aporta sobre nuestra existencia en el mundo de hoy: sobre las vicisitudes de sus sujetos, su relación con la naturaleza y con la tecnología.
Otra virtud del montaje de esta exposición es el curioso efecto de aceleración y desaceleración estética entre las salas que anteceden y suceden a los gabinetes. El recorrido se abre con un espacio dedicado en exclusiva a la serie Paisaje Secreto de Montserrat Soto sobre el uso de las obras en los espacios familiares del coleccionismo privado y se cierra con una instalación fotográfica de Wolfgang Tillmans, de cotidiano contenido fragmentado y abierto a la interpretación del espectador. Entre tanto, se intercalan “tesoros” de las últimas adquisiciones del museo, como la reciente serie de Marina Abramovic, Balkan Erotik Epic sobre la fertilidad, la cortina floral mediante animación digital de Jennifer Steinkamp, la videoproyección digital de Charles Sandison, la metadiscursiva videoinstalación Close de Atom Egoyan y Juliao Sarmento -que apenas deja 60 cmts. de espacio al espectador para la visión de la enorme retroproyección-, y el barroco monumental Black Independent Heart –compuesto de cubertería y fado- de Joanna Vasconcelos.
Con todo, probablemente esta exposición será recordada por mucho tiempo por la experiencia que ofrece una sola obra: la compleja videoinstalación Asylum del alemán Julien Rosefeld (Munich, 1965), de casi una hora de duración, compuesta por la proyección de nueve vídeos que, montados en un intervalo zigzagueante obligan al espectador a una exploración sinuosa que termina envolviéndole hasta la fascinación. Si a grandes rasgos Asylum trata de las rutinas diarias en las que empleamos la mayor parte de nuestra vida, la sofisticación de su tratamiento, convirtiéndolas en extraños rituales que cruzan escenarios y grupos sociales, configura en sí misma un microcosmos saturado de inversión de deseos y frustraciones, sensaciones y valores de la existencia.