El Prado más moderno

El siglo XIX en el Prado, Museo del Prado, Madrid
Comisarios: José Luis Diéz y Javier Barón
Publicado en El Cultural, 1 de noviembre de 2007

La importancia de esta gran exposición de pintura y escultura del siglo XIX en España radica en la asunción de tres grandes retos. En primer lugar, es resultado de una gran operación de recuperación de un periodo histórico que, de hecho, ha sido inaccesible al público desde el cierre del Casón hace diez años: de restauración (de telas, marcos originales, esculturas y peanas) y de reagrupación de obras del “Prado disperso”, incluyendo algunas adquisiciones recientes. Además, en sí misma –y en paralelo a la itinerante por España “De Goya a Sorolla en el Museo del Prado”-, constituye una tesis historiográfica: una revisión de las tendencias decimonónicas y una reevaluación crítica de las obras maestras pertenecientes a la colección del museo; considerándose, sin embargo, que más bien será del conjunto (95 pinturas y 12 esculturas) aquí mostrado del que se seleccionarán las obras que definitivamente ocupen las salas liberadas para la colección permanente en el Edificio Villanueva, lográndose, por fin, el objetivo de exhibir las colecciones del Prado de una manera integrada. Lo que supone -¡ojo!- que esta muestra es una ocasión excepcional para contemplar piezas importantísimas que, tras su clausura, volverán a los fondos de la colección. Por último, la exposición sirve como test definitivo de la adecuación de las nuevas salas de exhibición temporal para la pintura antigua. Y ha de ser una satisfacción colectiva constatar que todos estos objetivos se alcanzan con éxito pleno.
Una vez que iniciamos el recorrido por las recoletas salas de noble y silencioso pavimento y fondos de azul profundo y azul velazqueño, nada hace pensar que nos encontramos en nuevas dependencias anejas a nuestra gran pinacoteca. La primera sala, presidida por el gran mármol de Carrara “Isabel de Braganza” de Álvarez Cubero y dedicada a “Goya y el Neoclasicismo”, enfatiza a comienzos del siglo XIX no sólo el legado de la última etapa del genio sino también el marco academicista que determina el peculiar Romanticismo español, que ocupa la segunda sala, con un excelente montaje del que, al menos, merece subrayar, el juego de pendants de Alenza -enmarcando el conocido testimonio del ambiente intelectual a cargo de Esquivel “Los poetas contemporáneos”-: “El sacamuelas” y “El Triunfo de Baco”, ambos de 1844, y que con la recepción de la influencia de Teniers, comienza a insinuar algunos de los criterios inscritos en esta exposición, como el de subrayar los vínculos de los artistas españoles del XIX con diversas herencias y tendencias contemporáneas europeas. De igual modo, frente a los Alenza, y no menos importante, se ha preferido mostrar la “Manada de toros junto a un río, al pie de un castillo” de Pérez Villamil, por la calidad de la delicadeza de sus veladuras, antes que otras telas suyas más conocidas y de mayor envergadura. La revisión bajo el criterio de la excelencia también explica sendas salas dedicadas a Madrazo y Rosales –ambos bajo la intensa y característica fascinación por Velázquez-, que dan paso a la espectacular eclosión con que culmina el recorrido en esta planta baja: la gran sala de la linterna cuyas dimensiones posibilitan mostrar un granado conjunto de enormes Pinturas de Historia, el género que terminará por dar identidad al siglo. Ésta es una experiencia irrepetible, ya que será imposible de reproducir posteriormente en el Edificio Villanueva, y que convencerá incluso a los más nostálgicos del Casón.
Ya en la planta superior, tras los paisajes de Carlos de Haes y la sala dedicada a Fortuny y su círculo, en el que destacan las serenas telas de Martín Rico y la restauración del bronce de Querol “La tradición”, se insiste en el Realismo de fin de siglo, excepcionalmente con la pintura “orientalista” muy decantada “Una esclava en venta” (1893) de Jiménez Aranda, y varios retratos. Tendencias y géneros rubricados por tres de las mejores telas de Sorolla: la naturalista “Aún dicen que el pescado es caro!” (1894), la muy reproducida y regalada por el pintor al museo como su obra más conseguida “Chicos en la playa” (1910) y el retrato “El pintor Aureliano Beruete” (1902). Y precisamente con tres paisajes de Beruete acaba, como entrecortada (a modo de un implícito “continuará”), la exposición. No es –no puede ser- una crítica. Pero incluso el público general notará las ausencias en este fin de siglo XIX, a la fuerza incompleto. Los conservadores del Prado trabajan con las limitaciones del Decreto de 1993, que traza una línea divisoria para la fecha de nacimiento de los artistas en 1858, cara a su distribución entre el Prado y el Reina Sofía. Y de ahí, el título de la exposición.