Españas de Sorolla

Sorolla y la Hispanic Society, Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid
Publicado en "Libros", suplemento cultural de LA VANGUARDIA, 11/12/1998

El turismo que recorre los grandes museos de Madrid tiene la oportunidad única de visitar una muestra del internacionalmente popular Sorolla que sin duda alimentará su ensoñación romántica de España. Gracias a la mediación del Museo Thyssen-Bornemisza (al que ahora respalda también la importante colección de pintura española de Tita Cervera) por primera vez la Hispanic Society de Nueva York presta parte de sus fondos a fin de reconstruir el proceso de creación que desembocaría en la decoración de una sala magna, culminando la estrecha relación que mantuvo su fundador, Archer Milton Huntington, con Joaquín Sorolla. Dos años después de celebrar en la recién inaugurada sociedad una amplia exposición con 356 cuadros, que proporcionará al pintor fama e importantes ingresos, en 1911 Huntington le propone lo que Sorolla (1863-1923), ya maduro y consciente de las posibilidades de la posteridad de su obra, considerará el encargo de su vida. El intercambio epistolar entre estos dos hombres da cuenta de las altas expectativas de ambos. Lo que sin duda condujo, primero, a la transformación del proyecto: concebido por el comitente como una sucesión de ilustraciones de la historia de España, se convirtió a través de la sensibilidad paisajista del pintor en una serie de escenas de sus regiones. Pero que, a lo largo de los siete años que Sorolla empleó en viajar con cuadernos y máquina fotográfica en mano, y a pesar de ello, cristalizó en una visión cada vez más alejada de la realidad y más próxima a la del hispanófilo Huntington y a lo que el mismo Sorolla, tan atento al principio de su carrera al realismo social, llama con desprecio "españolada".
Bailes y fiestas populares, la semana santa, encierros y toreros ... la Andalucía romántica se lleva a la postre la mayor parte del encargo. En cuanto al proceso, los enormes cartones preparatorios de los paneles muestran las dificultades del maestro: la admirable soltura de los gouaches no dejan de ocultar un abigarramiento de paisajes, monumentos, escenas y personajes, impropio a la limpieza aérea de las composiciones de Sorolla en formatos más reducidos. Si la luminosidad blanca de Sevilla conviene a su paleta, el pintor no encuentra la luz de Castilla, que parece más sombría que nunca en esas tintas ennegrecidas y rotundas, ni la de Cataluña ni la de Navarra, aunque de la Torre del Roncal haya unos pequeños esbozos al óleo inolvidables. Todavía, en fin, es más significativa la transformación de su "maniera". Los lienzos de figuras típicas, con fisionomías y atuendos regionales, a fuerza de empeñarse en lo atemporal presentan una corporalidad a lo Zurbarán que nada tiene que ver con la fragilidad del maestro en congelar el instante. En todo caso, la muestra presenta de manera impecable una importante parte del trabajo de este genio de la pintura, que generalmente queda aislada e incomprendida.
Distinto placer proporciona la selección que se ha hecho de la galería de artistas e intelectuales contemporáneos que estaba destinada a la decoración inferior de la sala. La libertad que supone el trato entre iguales despunta en los variados tratamientos (impresionista, expresionista, simbolista...) que el mejor retratista de la época aplica a Blasco Ibañez, Echegaray, Menéndez Pelayo, Pérez de Ayala, Menéndez Pidal, ... Desligado de la servidumbre a la que solía obligar estos encargos, la serie de retratos de algunos de los protagonistas de la generación del 98 son vívisimo contrapunto a la España a la que se ha querido volver la vista al pretender incluir esta exposición en el ciclo de celebraciones del aniversario. La decidida apuesta temática de la muestra ha impedido, también, completar este periodo del pintor con algunas de las increíbles acuarelas neoyorquinas y otras obras contemporáneas en las que se hace patente la capacidad de Sorolla en compaginar estilos y paletas, pero que, quien deambula con más sosiego por Madrid puede contemplar en su propia casa-museo.