Juan Muñoz, La voz sola

Juan Muñoz, La voz sola. Esculturas, dibujos y obras para la radio, La Casa Encendida, Madrid
Publicado en Cultura/s, 15 de junio de 2005

Tan irritante como atractivo. Estábamos persuadidos de que esos personajes tramaban algo. Pero ¿quién podría descifrarlo? El poder narrativo de las instalaciones en la última década de Juan Muñoz se nutría de la exacerbación del misterio. Durante la Modernidad cundió cierta confianza en que el artista era un vidente y sus obras, reveladoras. Durante su estancia en Roma, Muñoz se confrontó con un viejo velo: la definición de la obra de arte como poesía muda. Y entonces empezaron a surgir personajes como The Prompter (1988), el apuntador, cuya función de repetir la entradilla a la narración, subrayaba el silencio en escena. Algunas declaraciones del escultor con ocasión de su última gran exposición en el Palacio de Velázquez de Madrid, en 1996, resultan perturbadoras: “Me gustaría que la persona que entra a una exposición ... se portase a un modo parecido a un actor inmóvil ... La obra dramática se desarrolla lejos de él”. Y después vinieron más recursos sonoros: tambores (Many Drums, 1994) y dibujos de bocas y orejas. Y en la quietud del silencio, otros personajes que hablaban entre sí y espiaban en el muro (Conversation Piece, 1991), o aquel rostro tomado de la efigie del orador Cicerón (Shadow and Mouth, 1996-97), cuya boca en perfil, proyectada en sombra sobre la pared, sin duda, se movía y musitaba una letanía. Quizá la obra en la que llegó al borde de la confesión: “Me gustaría introducir un murmullo en una de mis esculturas, que se activara sólo por la noche, cuando se hubiera ido todo el mundo. Tenerlo funcionando toda la noche y que en el momento de abrir la puerta dejara de murmurar”.
Ahora el enigma ha quedado al descubierto. Tantas veces, como nos han enseñado los maestros del pensamiento posmoderno: Benjamin, Foucault, Derrida, la aproximación desde los márgenes alumbra el corazón. Desde 1992, Juan Muñoz se dedicó a una actividad paralela: la emisión de programas radiofónicos. Una rareza, tratándose de un escultor. Su persuasiva voz, pues siempre fue reconocido como un gran fabulador, se difundía en las ondas de ese medio en el que el espacio desaparece por completo, quedando únicamente el “territorio para la imaginación”. Era el perfecto anverso, “la imagen especular de la obra que intentaba hacer”.
Las piezas radiofónicas, en colaboración con Gavin Byars, Alberto Iglesias y John Berger, y que ahora pueden escucharse simultáneamente a sus evocaciones plásticas, tratan de asuntos muy diversos. A Man in a Room, una serie de diez guiones de cinco minutos grabada en un estudio londinense durante 1992, describía los juegos de un manual del prestidigitador de naipes S.W Erdnase, imposible de seguir sin la visión de las cartas y la intromisión de los ritmos del compositor Gavin Byars: como acertadamente señala James Lingwood –comisario, junto a Bartomeu Marí- “si el tramposo siempre te hace mirar al sitio equivocado en el momento adecuado o al sitio adecuado en el momento equivocado, la música te lleva a extraviarte”. En un juego perverso, el ilusionista Muñoz revelaba trucos, pero el secreto persistía. En Building for Music, se adentra en los problemas constructivos de los auditorios de música, pero el edificio que describe, el Concerthalle de Arnhem, no sólo se trata de una construcción inexistente, ya que fue destruido por las bombas en 1944, sino que ya antes fue una propuesta extraña, en donde el escenario quedaba sepultado en el centro para favorecer, no la visión, sino la escucha de “la voz del cantante, la voz sola”, según Alten, su creador. Sobre la emisión de Will It Be a Líkeness, su amigo John Berger, recuerda: “Decidimos que era mejor ver cuadros en la radio que en la televisión. En la radio, no vemos nada, pero podemos escuchar el silencio. Y cada cuadro tiene su propio silencio”.
Junto a los bocetos del invento, también puede escucharse A Registered Patent, un proyecto iniciado con el músico Alberto Iglesias que, consistiendo así mismo en una pieza de radio, se pensaba interpretar en directo con motivo del cierre de su exposición en la Sala de las turbinas de la Tate Modern londinense y que, tras el fallecimiento del escultor, ha sido registrada por el actor John Malkovich. El texto de Muñoz se atiene a la formulación leguleya y repetitiva de las patentes. Describe a un tamborilero dentro de una caja giratoria y la ilusión óptica de la aparición y desaparición de la figura de ese tamborilero, aspecto con el que de hecho ya se había autorretratado en una fotografía de 1995.
Como indica Marí, fue el “maestro ceremonias invisible, organizador ausente de eventos” decisivos para el mundo del arte español en la década de los noventa. Y aunque esta curiosa retrospectiva añada sólo dos o tres piezas antes no vistas en España (Seated Figures with Five Drums, 1999; Ventriloquist looking at a Double Interior, 1998-2000), en estos momentos de política artística errática y zafia en el foro, y que hace que tanto se le eche en falta, es un privilegio recobrar su clarividencia y la presencia de su voz.