Las nuevas galerías toman Madrid

Publicado en Cultura/s, 1 de octubre de 2003

Ya sea porque el negocio del arte está en Madrid, o bien porque precisamente la alianza institución-mercado ha llegado a convertirse en ley exclusiva y férrea en esta ciudad, el hecho es que un proceso que comenzó hace unos dos años, con el desembarco de algunas galerías procedentes de otras provincias, se ha acelerado y también se va convirtiendo en un fenómeno más complejo.
Quizá no estemos viviendo un periodo de bonanza económica, pero éste es un factor minimizado a juicio de los responsables de proyectos largamente madurados, como la galería berlinesa Vostell, que considera que en España aún “hay hueco”, frente al mercado alemán, muy saturado. Y también, desde la inmigración interior, para Fernando Latorre que, conservando su galería en Zaragoza, después de trece años cree haber “tocado techo”. Para él, como poco antes para Magda Belloti y para Espacio Mínimo, el análisis está claro: es en Madrid donde no sólo se da la mayor concentración de coleccionismo institucional y corporativo de toda España, sino también donde, al cabo, viene a parar buena parte del presupuesto de adquisiciones de los nuevos centros y museos que, de manera incesante, van rellenando el mapa ibérico, estimulando un nuevo coleccionismo privado que a la postre termina recalando aquí. También porque en la nueva capital del arte español, ajena a cualquier localismo autonomista, incluido el propio, se vende y se compra y se promociona todo.
Pero frente a estas galerías, que ven que su expansión hacia el mercado internacional pasa por Madrid -y al tiempo valoran su situación céntrica en la ciudad: todas ellas han abierto en el entorno del Reina Sofía (a excepción de la catalana Trama y Distrito 4, en el entorno de Génova)-, se está dando otra tendencia que subraya su distanciamiento del planteamiento mercantil, al tiempo que desafía el mapa tradicional del mundo del arte madrileño, extendiéndose por barrios limítrofes cuando menos, pero la mayoría abriendo nuevas zonas, incluso en áreas industriales.
En los alrededores del Auditorio recientemente se han inaugurado dos espacios que comparten referencias en diversos momentos históricos de la escena madrileña. Vacío 9, dirigida por Marta Moriarty –ligada a la “movida madrileña”-, se define como un “espacio cultural libre”, en el que se ha importado de la institución museística el soporte de “Amigos” y “Mecenas del Vacío” para mantener un lugar de encuentro que ofrece, en su planta superior, una programación de vídeo permanente –rivalizando con la discontinuidad del Departamento de Audiovisuales del Reina Sofía- junto a un calendario de actividades variadas en un arco de colaboración internacional, de las performances a la presentación de libros con sello propio. Por otra parte, el curador Tomás Ruiz-Rivas vuelve a abrir diez años después con renovado hálito alternativo “El ojo atómico”, en una estupenda nave, para intentar restablecer el diálogo sobre la gestión cultural, en una ciudad en la que la política artística, más que errada, quizá no ha existido nunca. Al margen del enfoque comercial, Ruiz-Rivas espera que este espacio se mantenga gracias a pequeñas tácticas de merchandising (venta de camisetas, etc.), junto a proyectos curatoriales de corte internacional con la oficina in situ.
Se trata de lugares polivalentes, algunos con horarios restringidos (de jueves a sábado), que están intentando activar la vitalidad artística, abriéndose a todo tipo de expresiones y medios, a caballo entre la estética relacional de Nicolas Bourriaud –actual director del Palais de Tokyo parisino- y el “escamoteo” de Michel de Certeau, inspirador de fracturar los sistemas de poder con el desorden de las prácticas cotidianas. Seguramente de este lado cae la propuesta de Liquidación Total, un local en pleno Malasaña que cada fin de semana sorprende a propios y extraños con sus convocatorias, siempre “en vivo y en directo”.
De repente, parece que las posibilidades intersticiales de la gestión, difusión, exhibición y consolidación de las jóvenes generaciones, pueden ser muy variadas. 29 Enchufes, en el área norte, y Zona F, en el Mercado de Fuencarral –un centro comercial de moda juvenil-, después de dos años, lejos de fracasar van extendiendo sus miras. La última acaba de ampliarse en la Galería Artificial, una gran nave en la zona industrial al este de Madrid, que sus directoras Tatina Cayuela y Raquel Francisco entienden como un “vivero de creación”. Además de salas expositivas, cuenta con varios talleres para esos artistas que, después de varias becas, premios y selecciones nacionales e internacionales, encuentran las puertas del mercado cerradas. Ya con cierto recorrido a sus espaldas, la Galería Artificial se ofrece como un paso intermedio, un centro acumulativo de las energías de los “solitarios artistas” y una referencia para las galerías “de los mayores”.
Y esto por no mencionar otras propuestas más “naif” – incluso la orden San Vicente de Paul ha abierto galería en la “milla de oro”- o, por contra, más esperadas, como la conversión de la Photogalería en el espacio expositivo de La Fábrica, abierta ya a todos los medios artísticos y centro neurálgico de un ambicioso proyecto curatorial que dará mucho que hablar.