Los años de Antibes: Picasso

Los Picassos de Antibes, Museo Picasso, Málaga
Publicado en Cultura/s, 26 de abril de 2006
La ocasión es excepcional. Primero Málaga, y después Barcelona (y luego, el Palazzo Grassi en Venecia y el Graphikmuseum Pablo Picasso de Münster) son las escalas de la itinerancia de una selección de 73 obras procedentes del primer museo Picasso del mundo, el de Antibes, del que gracias a estar en proceso de remodelación en el 125 aniversario del nacimiento del creador malagueño, han salido obras mayores, con anterioridad nunca prestadas. Como ha declarado su actual conservador jefe, Jean-Louis Andral, las historias reales más bellas se asemejan a leyendas. El deseo del entonces director Romuald Dor de la Souchère de que Picasso donara algún dibujo al museo local, el artista lo convirtió en una invitación a invadir el espacio, primero, y después, con la continuada donación de obras a lo largo de los años, en el primer Museo Picasso en vida del artista, desde 1966. Según relata Dor de la Souchère, Picasso le aseguró: “Si usted me hubiera dicho: ‘Estamos haciendo un museo’, no habría venido. Pero me dijo ‘Aquí tiene un taller’. Ni siquiera usted sabía lo que quería: por eso ha salido bien”.
La familiaridad de Picasso con el pequeño pueblo de Antibes en la Costa Azul francesa se remonta a los veranos de mediados de los años veinte, cuando el Castillo Grimaldi fue puesto a la venta y Picasso fantasea con adquirirlo. Cuando en 1939 pasa un verano allí con Dora Maar en casa de Man Ray, donde pinta la conocida tela “Pesca nocturna”, el castillo se ha convertido ya en un museo histórico, cuyo director, sin embargo, no era ajeno a la importancia de la región para los artistas contemporáneos, exponiendo telas de Signac, Vallotton, Bonnard, Vlaminck, Denis … En el verano de 1946, Picasso, con 65 años, regresa a Antibes con la veinteañera Françoise Gilot y es allí, mientras disfruta del segundo piso del castillo como taller, durante los meses de septiembre a noviembre, cuando sabe que la joven está en cinta. El nacimiento del tercer hijo de Picasso y primero con Françoise, Claude, en la primavera siguiente, coincidirá con la inauguración oficial de la Sala Picasso en el Museo, con veintitrés pinturas y cuarenta y cuatro dibujos que el artista había dejado en depósito el año anterior.
Todo confluye para que “salga bien”. Picasso es ya el “pintor del siglo” y todavía continúa en diálogo y admirado por los artistas jóvenes, como Jackson Pollock. La guerra ha terminado y el compromiso político se diluye. Con un joven amor, el pintor, en plenitud de sus fuerzas, si lo juzgamos por las fotos en las que el malagueño se muestra en pantalones cortos y camiseta a rayas como recio marinero, se entrega a la “Alegría de vivir”, gran cuadro azul que resume aquel periodo: la figura de una joven fértil danza en la playa, sobre el mar, rodeada de los faunos que la celebran, identificaciones de los sentimientos que entonces embargaban al artista. Como otras composiciones, está pintado sobre fibrocemento con ripolín, una pintura de barcos. En la superficie, en torno a la joven, quedan huellas de pentimenti, al igual que en muchos de los dibujos preparatorios, con líneas mal borradas del esfuerzo continuado en estilizar las figuras y hacerlas más ligeras. Picasso parece ser consciente de la importancia que desde entonces comenzara a darse a la dimensión procesual de la pintura y no evita, más bien contribuye a subrayar los sucesivos estadíos de ésta y otras obras, prestándose a las instantáneas de Michel Sima, diez años antes de las filmaciones cinematográficas de Luciano Emmer en el documental La Guerra y la Paz y el célebre “Le mystère Picasso”. Se trata, sin duda, de un momento de expansión creativa. Picasso vuelve a buscar la “verdad en pintura”. Rechazando las anteriores composiciones abigarradas, geométricas y violentas del periodo bélico, vuelve a gozar de las curvas, pero sin el manierismo espiral de los años treinta. La sencillez, hasta ensayar la gracia de la torpeza, y el ingenuismo, alumbran composiciones y temas.
La cercanía de los hallazgos arqueológicos no es ajena a este nuevo giro. Con las narraciones nocturnas de Dor de la Souchère, a la sazón fundador del Grupo Ligurio de Estudios Históricos y Arqueológicos, se reencuentra con la cultura mediterránea poblada de faunos y centauros, en la mítica Antipolis de Fenicios, Griegos y Romanos. Y con la naturaleza. Buena parte de aquella obra está dedicada a pequeños bodegones con frutos del mar, peces y erizos, auténticos protagonistas de la vida cotidiana. Toda una iconografía que dominará su extensa producción posterior en cerámica, originada también en esta estancia, a raíz de su visita a la cercana Vallauris. No es de extrañar que muchas piezas realizadas junto a Ramié en esta técnica milenaria, así como las grotescas cabezas de mujer, vaciadas en cemento a principios de los treinta, fueran elegidas por Picasso para completar la colección jovial y primitivista de Antibes.