Mil años de estampas japonesas

1000 años de estampa japonesa, Centre Cultural Bancaixa, Valencia
Publicado en "Revista”, suplemento semanal de LA VANGUARDIA, 7/4/2002
A diferencia de otros países, como Francia e Inglaterra, la fascinación por las culturas del Extremo Oriente se ha vivido en España con pulso intermitente y minoritario. A pesar de que la llegada del jesuita navarro Francisco de Javier con un grupo de misioneros a las costas de Kagoshima en 1549 supuso la primera inseminación de ideas occidentales en la cultura japonesa, la carencia de lazos comerciales y políticos posterior ha retardado la influencia de la estética de Japón, excepcionalmente recogida por algunos pintores modernistas catalanes y retomada, en su dimensión zen, por Antoni Tàpies. Pero hoy, en plena euforia de la moda del feng-shui, los cómics ginga y el arte japonés emergente, se ha despertado un interés popular por la cultura que Roland Barthes apodó “El imperio de los signos”, intentando dar cuenta de la estilización extrema que impregna todos los aspectos de la vida en Japón. Lo que a todas luces justifica iniciativas como la de esta exposición, que a su pretensión didáctica suma el atractivo de la variedad y el puro placer contemplativo ante la excelencia de su arte en papel.
Con ciento cincuenta grabados y libros ilustrados, procedentes del Museo Internacional de Arte Gráfico de la ciudad de Machida, se presenta la historia del grabado japonés desde el siglo IX al XIX, abordando, por tanto, el discurrir de las técnicas y estilos del grabado en madera prácticamente desde su inicio. Los precedentes más antiguos del grabado en Japón se hallan en la tradición de la decoración del papel, utilizado para transcribir poemas. Durante el periodo Heian (794-1185) los monasterios fueron el centro neurálgico de producción de grabados, donde se extendió la costumbre de grabar imágenes budistas para introducirlas en el interior de las estatuas de Buda, receptáculo que se consideraba sagrado, al simbolizar la eternidad y la protección en las entrañas del buda. Se trata de grabados monócromos, en negro o “sumi”, negro de humo sobre el “washi”, es decir, el papel tradicional elaborado a partir de varios arbustos –nunca de arroz- que le confieren una textura y fortaleza excepcional. Los japones dicen que “en el sumi existen cien negruras diferentes” y su calidad y consistencia, conseguida mediante la mezcla del humo con diversas sustancias, se aplicaba a distintos formatos y dimensiones dependendiendo de los fondos recaudados por los donantes que aspiraban a la protección del dios. El auge del “buda sellado”, de pequeñas dimensiones, durante el siglo XIII facilitó el acceso de la clase popular a este rito de devoción, pero también la decadencia del grabado budista en el periodo Edo (1603-1867).
El ukiyo-e, grabado dedicado a temas plebeyos o “imágenes del mundo flotante”, nació en la ciudad de Edo (la actual Tokio) como expresión del gusto urbano de la clase comerciante que celebra los placeres y las emociones de “vivir al instante” con su preferencia por las estampas coloreadas. El incendio Meireki (1657), que destruyó la mayor parte de la ciudad, enriquecería a esta clase comerciante, encargada de la reconstrucción, proporcionándole mayor importancia social. Los primeros ukiyo-e se atribuyen a Hishikawa Moronobu (ca. 1620-1695) y representan escenas del barrio licencioso de Yoshiwara, a menudo sexualmente explícitas. Sus seguidores se especializaron en el retrato idealizado de las cortesanas, elegantemente ataviadas, sensuales y sofisticadas, dando origen al género bijinga (imágenes de mujeres bellas) en que el erotismo se sugiere mediante líneas ondulantes. Además, introdujeron nuevos formatos, como el hashira-e (estampa estrecha y vertical) y la composición en perspectiva.
Otro de los géneros más populares durante el siglo XVIII fue el yakusha-e (imágenes de actores de teatro kabuki), dominado por la escuela Torii, que perfeccionó las técnicas de las estampas polícromas gracias al apoyo de los empresarios y amplió las posibilidades expresivas del grabado, probando desde estilos enérgicos, al acentuar el grosor de las líneas, a un búsqueda de un mayor realismo encauzado a mostrar los diversos momentos de la acción humana. Pero la riqueza del ukiyo-e se desgrana en una larga serie de inflexiones, como el gusto por lo grotesco, lo terrorífico y las escenas cotidianas, las leyendas y la ilustración de poemas; y diversas finalidades, de la educativa a la propaganda comercial.
La reforma Tempo (1830-1844), dirigida a limitar el poder de los comerciantes y en la que se prohibió realizar estampas de teatro y de cortesanas, dio paso a la apreciación de los paisajes. Durante el siglo XIX, periodo en que los viajes al exterior del país también estuvieron prohibidos, abundó la moda de las estampas de vistas de ciudades y paisajes exóticos, como Roma y Estados Unidos, inspirados en grabados en cobre holandeses que insuflaron al tiempo un mayor interés por el naturalismo. De modo que también las vistas de lugares famosos de Edo gozaron de la aceptación del público que reconocía en las estampas lo que podía ver con sus propios ojos.
Sin duda el ukiyo-e es el grabado japonés más difundido en Occidente pero hasta ahora en España no se conocía de manera directa la producción del último periodo, determinado por el influjo del arte occidental y de la fotografía. Las Nagasaki-e, estampas de Nagasaki, la única ciudad abierta al descubrimiento de la ciencia occidental, tuvieron un papel decisivo en la difusión del arte europeo y la influencia de los temas y técnicas occidentales, mostrando las costumbres, mobiliario y vestuarios europeos, en ocasiones adaptados a los retratos y narraciones japoneses. También las yokohama-e, producidas en la ciudad portuaria de Yokohama entre 1860 y 1880, incentivaron el deseo por las imágenes occidentales, por su atmósfera y sus sombras, aunque estuvieran basadas en libros y periódicos extranjeros. Al cabo, reflejaban los cambios profundos de un país que, forjado en el aislamiento frente al siempre influyente imperio chino, estaría abocado a un proceso creciente de aproximación e intercambio con Occidente.