Mojarse los pies, Evaristo Bellotti

Evaristo Bellotti, escultura, Palacio de Velázquez, MNCARS, Madrid
Publicado en El Cultural, 2 de octubre de 2008

La nueva temporada en el Palacio de Cristal se abre con una intervención aparentemente discreta: apenas puede atisbarse nada antes de atravesar el umbral, ya que la escultura está desplegada literalmente al ras del suelo. La opción, de principio, es sorprendente, pues ningún artista que ya ha trabajado para este espacio tan goloso ha dejado de advertir que entre las serias dificultades que, sin embargo, plantea no es la menor la de atender a un público popular y generalmente inadvertido, al que el arte le “sale al encuentro”. La tentación inicial, por tanto, de cierta espectacularidad es inevitable. Así como conjugar esta encrucijada con otra aún de mayor calado: la de integrar o no la obra en el recinto arquitectónico, cuya transparencia apenas atenúa el gran riesgo de la confrontación con la naturaleza.
Pero también es sorprendente para los entendidos y sus seguidores: porque Evaristo Bellotti (Algeciras, 1955) no ha aprovechado esta ocasión única para crear una obra de nuevo cuño, sino que ha utilizado una estructura modular ya presentada en Madrid (Sa Nitja, en la exposición “Extrañamientos”, Sala Alcalá 31, 2003) como punto de partida de un trabajo a todas luces, una vez transitado y experimentado, memorable. Y esto en un doble sentido, porque ha pasado ya a ser una de las obras mayores en el conjunto de su trayectoria. Y por las cualidades evocadoras que contiene: al formar un espacio en cuyo tránsito viajamos a momentos ya vividos, a experiencias conectadas a la infancia y, en último término, a conexiones primarias, sensoriales, y por ello, primordiales, de raíz ancestral: espiritual. Esta convicción en que lo distintivo que puede ofrecer el arte es una experiencia espiritual, e inclusive intelectual, pero sólo a través de lo táctil y corporal es lo que contenía la escueta declaración de Evaristo el día de la presentación (filmada y colgada en youtube): “Sólo quiero decir que esta escultura es un trabajo de artes plásticas, nada más”.
Cuando entramos, primero vemos que, en la estructura modular compuesta con 1.668 losetas de mármol almeriense Macael, la profundidad de las hendiduras curvadas van de menos a más, a modo de flecha, orientada en el sentido de su encaje en la planta triabsidal del edificio, de manera que el ritmo del labrado en la piedra culmina bajo la bóveda del fondo, frente al umbral. Vista unos días después de la inauguración, entre el público, me ha impresionado el silencio y la actitud de respeto, como si intuitivamente los visitantes reconocieran –rememoraran- la estructura de los cruceros de las iglesias cristianas y, aún antes, de espacios sagrados en el Mediterráneo. Y no es casual esta lectura del antiguo invernadero que ha hecho Bellotti, quien tantas veces se ha declarado perteneciente a la tradición laica, pero que tantas otras ha relacionado su trabajo con lo religioso. Comenzando con los “milagros”, como llamaba en broma a sus obras primerizas. Pero sobre todo con sus reiteradas incursiones en la mitología pagana, su templete Monumento al Sol (1998) en Algeciras. Y sus intervenciones en iglesias cristianas, como la Puerta de Támara (1987), en Soria, donde Bellotti se adentraba en un lenguaje primitivista –pasado por el vanguardismo moderno- para congeniar con el estilo románico de la iglesia.
La seriación modular de esta escultura en el Palacio de Cristal también es “primitivista”: de la búsqueda de formas primarias a principios de siglo por Brancusi, siempre admirado por Bellotti, y que retomarían después, pero ya no atentos a la naturaleza sino al artefacto, los minimalistas. Estilos … y tiranía de la creación y disfrute del arte bajo el estilo contra la que se rebela Evaristo: “El a-estilo es una estrategia destinada a devolver la soberanía al individuo”. En el conjunto de su trabajo plural, esta escultura tiene que ver con pequeñas obras como las Nereidas (1998), donde intentaba recrear esas piedras y conchas lamidas, agujereadas por el mar, y todavía conteniendo agua. Pero que aquí, estilizadas y desplegadas sobre la planta del edificio, se nos invita a pasear descalzos. Entre su irregularidad, caminamos inseguros, como cuando nos hacemos niños entre las rocas y nos asalta en la orilla la lengua de una ola. La elegancia de las curvas perfectas de las cavidades en estos días ya se han impregnado del polvillo de los pinos circundantes. Y no sé trata de ludismo facilón. Mi consejo: vayan a “mojarse los pies” lo antes posible, antes de que deje de ser apetecible por los rigores del otoño.