Mujeres y arte contemporáneo en España

Mujeres y arte contemporáneo en España. ¿No es el arte de este mundo? (dossier El sexo del arte)

Publicado en Cultura/s, 4 de marzo de 2009

En teoría, se considera que el sistema del arte contemporáneo es políticamente correcto. Sus dificultades para encajar de pleno en la industria cultural le han asegurado un papel de conciencia crítica en la sociedad del espectáculo. A diferencia de otros ámbitos, las artes visuales parecen haberse especializado en denunciar y reflexionar sobre los males de época. En último término, y por definición, sus imágenes ofrecerían alternativas disidentes de la pantalla total. En la práctica, su resistencia a modificar patrones jerárquicos demuestra que es un sistema elitista de prestigio y transmisión simbólica del poder que sigue asentado sobre viejos valores, por ejemplo, en cuestiones de género. En la teoría y en la práctica.
Desde una perspectiva sociológica, en España la estratificación de la comunidad artística sólo es comparable quizá a la composición de las capas más altas de poder económico. Las cifras cantan. Si nos fijamos en los reconocimientos, entre los Premios Velázquez –el más alto galardón para artistas iberoamericanos convocado desde 2002- no encontramos a ninguna artista. En las quince ediciones del Premio Nacional de Artes Plásticas, desde 1994, sólo dos: Eva Lootz (1994) y Esther Ferrer (2008). Proporción que si cabe se agudiza en el caso de los Premios Nacionales de Artes Visuales de la Generalitat de Catalunya, convocados desde 1995, que únicamente ha recaído hasta ahora en Eulàlia Valldosera (2002). El asunto es sangrante, sobre todo si recordamos que, según el Instituto Nacional de Estadística, al menos desde el final de la década de los sesenta las licenciadas en Bellas Artes igualan o más bien superan a los de género masculino. ¿Qué pasó por el camino? ¿Se debe sólo al machismo común de la vida española? En cuanto a los gestores de más alto rango, la proporción parecería mejorar: en ADACE, la Asociación de Directores de Arte Contemporáneo en España, compuesta por profesionales que apenas suelen superar los cincuenta años, un tercio son mujeres; que, sin embargo, dirigen centros de arte periféricos y con bajo presupuesto. La realidad es tenaz. Si bajamos a la arena, la situación no mejora: en lo que va de temporada, de las 177 exposiciones individuales del Consorcio de Galerías de Arte Contemporáneo, que agrupa a las mejores galerías en el Estado español, en el trimestre entre diciembre y febrero sólo 34 son de artistas mujeres, nacionales o extranjeras.
Y eso, a pesar de la subversión acaecida en los años noventa, cuando por primera vez en nuestro país confluyó una generación de artistas y críticas aliadas por su cuestionamiento del género. Que demostró que, en la práctica, las políticas de representación feministas eran efectivas. Sin embargo, pese al lugar hoy destacado de esta generación, todavía esperamos una exposición del arte feminista en España. Su llamativa omisión, sustituida por muestras individuales y recientes colectivas internacionales, abunda en el supuesto de que “aquí no ha pasado nada” y, por tanto, en el mantenimiento inercial del sacrosanto criterio de calidad. En el ámbito artístico, la mayoría se declara feminista ¡pero sólo en su vida cotidiana! Como si el arte no fuera de este mundo.
En una encuesta realizada a principios de 2000, las galeristas sin excepción respondieron al unísono: “el arte no tiene sexo”. Es la misma banalidad que encontramos en el ámbito universitario, donde en la práctica los estudios de género se hallan marginados, sobreviviendo a fuerza de voluntarismo en asignaturas optativas y en vez de integrarse, como debería, en el conjunto de las disciplinas, a pesar de las normativas y recomendaciones de la Comunidad Europea. Allí también se impone el techo de cristal y la burda metodología que continua formando a nuestros historiadores del arte, futuros críticos y comisarios, gestores y artistas. De aquí el estancamiento, siempre al borde de la involución. En conjunto, en nuestra comunidad artística aún no se ha asimilado la más importante revolución del siglo XX.