Resistir a la barbarie, Juan Ugalde

Juan Ugalde, galería Soledad Lorenzo, Madrid
Publicado en El Cultural, 8 de diciembre de 2005

La obsesión por la amenaza de la barbarie fue calando en la literatura artística a partir de la alerta del descenso de la calidad artística en proporción directa al aumento de la cantidad en su producción, según Goethe. Después, cundió la alarma de inundación y disolución del continente del Arte bajo las aguas de la industria cultural que todavía propagan algunos apocalípticos, empeñados en mantener estancos los territorios entre alta y baja cultura en la sociedad de masas. Pero no son esas invasiones las que preocupan a Juan Ugalde (Bilbao, 1958) que, desde sus inicios, hace veinte años en la empresa colectiva Estrujebank, abrazó la cultura visual contemporánea como elemento legítimo de su producción de imágenes, comprometida y en diálogo con los avatares de nuestro tiempo. En la última década, las obras de Ugalde han evidenciado, a modo de sarcásticos comentarios no exentos de ternura, los contrastes entre el imperio ideológico de la pantalla total de la publicidad y la realidad cercana que habitamos los individuos de carne y hueso, en donde las marcas icónicas de pasadas y recientes experiencias se resisten a ser excluidas y borradas por el presente continuo de ese “fin de la historia” que, pese al descrédito teórico, nos siguen vendiendo. Su utilización de recortables procedentes de tebeos, cromos, anuncios publicitarios, etc. sobre fotografías de descampados, desguaces de automóviles, ciudades dormitorio y chabolas de las periferias facilitó que la crítica le caracterizara como el bricoleur del costumbrismo kitsch español.
En la presentación de sus últimas obras se aprecia, sin embargo, una depuración en temas y resolución plástica que deja muy atrás ese perfil “español”, que el artista ya había rechazado en algunas declaraciones: era lo “cotidiano” y no el folclore su diana. Y no por un cambio de rumbo de este intempestivo, sino por la efectiva nivelación que ya vivimos de lo igual en el mundo. Ahora Ugalde lanza sus invectivas al desierto que crece y ante el anegamiento de la Naturaleza tras el paso de las hordas de la especulación y el consumismo en el horizonte postindustrial. Y propone diversas estrategias de resistencia en el terreno que nos queda: nuestra capacidad de invención de alternativas imaginarias a la desolación.
Nunca antes sus cuadros habían sido tan sobrios y líricos. Siguiendo el procedimiento habitual en sus últimos años, de cancelar con generosos y casi monocromos trazos de pintura fotografías desenfocadas en grises sobre las que pega elementos de color, su mirada se ha hecho más selectiva y la utilización de sus recursos, casi adusta. Autopistas, chimeneas industriales y refinerías de no-lugares, que demuestran la (im)posibilidad del género del paisaje en esta época de depredación. Sobre todo, montes y marinas en donde el artista clava el elemento significativo: un pequeño recorte de un edificio sobre la cima de un idílico peñón costero; o bien, las pegatinas pequeñas y huérfanas de supervivientes: un ave zancuda, un expedicionario solitario, una pareja de barqueros, que indican la baja línea de flotación en este nuestro mundo, alicatado ya hasta el techo. Es un acierto en toda esta serie la adherencia en los márgenes de brillantes azulejos coloreados, que funcionan como una memoria de calidades de los muestrarios inmobiliarios y a la vez como la tira de control de temperatura de color en la fotografía de lo museizable. Y especialmente audaz en ese acantilado de pintura que enmarca la vieja del palomar de Las tentaciones de San Antonio Abad de El Bosco, un referente de locura y fantasía aludido en anteriores piezas, pero que nunca había explicitado con tanta precisión. Como lo es también el homenaje de la banda sonora del vídeo proyectado, con un poema fonético de Raoul Haussman, y que viene a poner equilibrio, con ese montaje de imágenes de disfrute vitalista, a la melancolía de los cuadros.
La tercera vía la ofrecen las fotografías retocadas con líneas y círculos-¿o deberíamos decir dibujos?- a todo color. Con sus encuadres, aparentemente desaliñados, Ugalde ha confeccionado una suerte de reportaje de la yuxtaposición que experimentamos por doquier: el desecho, lo nuevo, lo entrañable. Una esquizofrenia que podemos sobrellevar gracias a la revolución lúdica compartida y a la reconciliación de nuestras contradicciones en la naturaleza (como en el final de Las invasiones bárbaras de Denys Arcand).