Resultados imprevistos, Javier Riera

Javier Riera, Noche Áurea, MNCARS, Madrid
Publicado en El Cultural, 3 de julio de 2008

Aprovechando el ciclo “producciones” del MNCARS, el pintor Javier Riera (Avilés, 1964) ha llevado a cabo un viejo proyecto: pintar con luz el paisaje. El resultado es una serie de foto-pinturas que demuestra la madurez de este artista, por lo que el cambio de medio no ha supuesto un corte o giro radical en su trayectoria, sino más bien la profundización o, si se quiere, otra versión en total coherencia con la construcción de su lenguaje expresivo. De manera que Riera continua con su indagación del paisaje que, si bien al comienzo se emulaba como referencia de su lirismo abstracto, ya en las últimas obras presentadas en su retrospectiva de una década en el Palacio de Revillagigedo de Gijón en 2006, se decantaba hacia una explicitación de su morfología geométrica subyacente, tornándose cada vez más sensible hacia los detalles. Y en consecuencia, después, guiaba su travesía desde la mancha al dibujo y la línea sobre oscuros fondos monocromáticos y, con ello, auspiciaba eso que llamamos silencio en la contemplación plástica para aludir a la hondura en la experiencia estética de raigambre espiritual: eco de la noche oscura del alma como fuente intuitiva de revelaciones.
Ahora bien, el título de la “noche áurea” de esta serie de foto-pinturas en paisajes nocturnos no sólo hace alusión al baño (dorado) de luz (espiritual) sobre las oscuras masas de siluetas vegetales para provocar una romántica reacción emocional. También se refiere aquí a la razón áurea o “divina proporción”: auténtico talismán de la teoría artística de la belleza en la tradición occidental de la mímesis -pero que tiene sus vasos comunicantes en otros estadios del resto de civilizaciones- y cuyo sentido último residiría en la convicción de la capacidad teorética de la visión como instrumento de saber. De manera que la ordenación geométrica de las formas artísticas revelaría la verdadera estructura subyacente de lo visible, mostrando la correspondencia entre la naturaleza y el hombre (macrocosmos y microcosmos). Y que ya en la época del racionalismo se explicita, entre otras versiones, en la conversión del paisaje en el jardín geométrico. Como hace Riera en estas fotos.
Pues el pintor, tras un arduo procedimiento (proyección de luz coloreada a través de plantillas con diversas formas geométricas interviniendo en las sombras del campo), impone una suerte de tapizado plano y estático sobre las masas orgánicas. De aquí que resulten más logradas las cajas de luz que las copias en papel de las diapositivas, al retener más equilibrada la nitidez en la relación fondo-figura de estas representaciones cuya intención es, sin duda, abrir un juego de correspondencias también con la epidérmica teoría de los fractales de Mandelbrot.
Pero si estos son los muy respetables presupuestos poéticos que discurren en el proceso de la serie, es difícil, sin embargo, esquivar el carácter efectista y finalmente decorativo de estas imágenes. Pues, a pesar de la intencionalidad crítica del artista respecto al estatus banal de la representación en nuestro tiempo -y de ahí, la búsqueda de la quietud y del silencio-, para el espectador se hará complicado deslindar su simplicidad de los ya acostumbrados espectáculos más complejos con proyecciones en movimiento mediante láser que suelen acompañar a eventos musicales y terminan con euforizantes fuegos artificiales.